El
deseo se muestra de palabra y por escrito. En ambos prima el objeto del deseo,
el movimiento afectivo hacia algo que se apetece. De palabra expresamos un
anhelo con vehemencia, ardiendo en deseo de algo; por escrito, la acción que
deseamos. La palabra expresa un deseo quizás inalcanzable, rechazable. Escrito,
el deseo permanece incólume, intacto. La palabra escrita no lesiona el deseo
expresado, aunque lo apetecido no se corresponda en el resultado final con el
anhelo.
El voto aúna palabra y deseo
escritos; es la expresión pública, o secreta, ante una opción; en elecciones,
es la papeleta con que se expresa una preferencia ante una opción. Hay tantas
clases de votos como palabras y deseos expresamos. En terminología electoral,
hablamos de voto activo, o la facultad de votar asumida por los individuos de
una corporación; de voto de reata, el que se da sin conocimiento ni reflexión,
por seguir el dictamen de otro; de voto útil, el que se emite a favor de una
opción que, aun no siendo la deseada, tiene mayores posibilidades de derrotar a
otra cuyo triunfo no se desea. Votamos todos los días, aun sin saberlo; al
realizar un juramento o promesa, o una ofrenda dedicada a Dios o un santo por
un beneficio recibido, o por deseo expresado. Otros hubieren que profesaren
votos de pobreza, castidad y obediencia, como los religiosos; hacemos votos al
expresar un deseo favorable a una opción o persona; regulamos los votos al
confrontarlos unos con otros; somos poseedores del voto para votar en alguna
junta. Palabra y deseo se fusionan en el voto que la Constitución otorga a los
ciudadanos para participar en los asuntos públicos..., mediante representantes
libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal.
La palabra escrita, expresada en el
voto, no es equívoca en su interpretación; ni puede ser considerada como
descaminada, imprecisa o errónea. Quienes deforman la voluntad popular, el
deseo escrito expresado en las urnas, son sus destinatarios, que no entienden
el mensaje de aquellas. El voto fomenta la soberanía popular; no es un exvoto
que se ofrenda a una divinidad. Decía Rousseau
que "el derecho de voto es un derecho que nada ni nadie puede quitar a
los ciudadanos". No hay deseo sin palabra, aunque esta, ni hablada ni
escrita, pueda hacer realidad el anhelo y, como dijere un día Adolfo Suárez, "el futuro no está
escrito, porque solo el pueblo puede escribirlo". No hay deseos sin
palabras, ni habladas ni escritas; pero sí anhelos que pueden expresarse
libremente, de palabra y por escrito, y en ellos quizá nos vaya el futuro.
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