viernes, 9 de diciembre de 2016

LOS MARTIRIOS DE SANTA EULALIA DE MÉRIDA EN EL HIMNO DE PRUDENCIO

 
           Eulalia de Mérida (Augusta Emerita, 292 d. C.-Augusta Emerita, 10/12/304 d. C.) es patrona de la libertad de pensamiento y expresión, oratoria, elocuencia, Mérida, Oviedo, Totana, Almonaster el Real; Abamia, Cangas de Onís; La Lloraza, Villaviciosa; Ujo, Mieres; Segovia; Santa Olalla del Cala, Balazar (Portugal) y Cagliari (Italia) Padeció martirio en su ciudad de nacimiento (hoy, Mérida) bajo las persecuciones del emperador Diocleciano. La noticia de su vida y martirio convirtieron la ciudad en uno de los lugares de peregrinación de Europa Occidental durante la Alta Edad Media. Hasta la proclamación de Santiago Apóstol, fue considerada patrona de las tropas cristianas durante la Reconquista y patrona de las Españas. Es alcaldesa perpetua de Mérida y patrona de la ciudad, así como de la Archidiócesis de Oviedo, a cuya catedral fueron llevados sus restos, y de numerosas localidades de España, Portugal, Italia e Hispanoamérica. Eulalia de Mérida era hija del senador romano Liberio, cristiano como toda su familia.
            Aurelio Prudencio Clemente, conocido por Prudencio (Calahorra, 348 d. C-413 d. C) escribe en el siglo IV el Peristephanon, o libro de las coronas de los mártires, integrado por catorce himnos, el tercero de los cuales dedica a Santa Eulalia de Mérida, cuya pasión se analiza también en el Pasionario hispánico, de Pilar Riesco Chueca (Universidad de Sevilla, 1995); Santos Protomártir Vaquero en El Poema de Eulalia de Mérida de Aurelio Prudencio (www.dip-badajoz.es/cultura/ceex/reex_digital/reex_10, 1984) y en Los trece martirios de Santa Eulalia, de Javier Campos (www.cofrades.sevilla.abc.es).
            Este último sintetiza los trece martirios de Eulalia de Mérida en los siguientes:
            Azotes con correas plomadas; arañar su cuerpo con barras de hierro con uñas y garfios; derramar aceite hirviendo sobre sus pechos de niña; rociarla con cal viva y echarle agua para que se abrasase, sin recibir daño alguno; trajeron una olla de plomo, para ver si rectificaba su fe, pero no cedió y miró al cielo para recibir el tormento; el plomo se quemó y los tiranos se abrasaron las manos; el juez pide de nuevo que la azotaran con las varas puntiagudas y que refregasen sus llagas con cascos de tejas puntiagudas; mandaron quemar su cuerpo con hachas encendidas, que la metiesen en un horno y que lo abrieran hasta que la niña quedase hecha cenizas, pero ella salió cantando alabanzas a Dios; la pasearon desnuda por las calles y plazas de la ciudad, con el pelo rapado, llevándola hasta el Hornito, lugar en el que se ejecutaba a la gente; allí le arrancaron las uñas de pies y manos, la pusieron en una cruz, levantándola y dejándola caer contra el suelo, por lo que su delicado cuerpo quedó desconyuntado; otra vez le pusieron hachas encendidas que le abrasaren los costados; colocaron braseros por todas partes, que levantaban grandes llamas de fuego, que la niña tragaba por su boca, de la que todos vieron salir una cándida paloma...
            Prudencio inicia su Himno en latín diciendo quién es Eulalia, a quien define como "ilustre y noble por su cuna,/ Aunque, más noble que por la prosapia,/ Por la clase de muerte que ha sufrido./ Es la virgen sagrada,/ ornamento magnífico de Mérida;/ De Mérida, a quien ama,/ Donde vio la primera luz del mundo/ Donde sus huesos en paz descansan.../ Maravilló animosa a los verdugos,/ Que, atónitos, temblando la escuchaban/ Confesar que el suplicio/ Le era dulcísimo y la muerte grata.../ Apresurando el paso vigilante,/ mucho camino recorriera Eulalia,/ Ante que iluminase el horizonte/ con bienhadada luz la aurora clara./ Y al tribunal, apenas amanece,/ Ya se dirige, decidida, impávida.../ Y con voz firme exclama:/ Negar a Dios, omnipotente Padre,/ no es el colmo, decidme, de la insania...?/ Pues aquí me tenéis: soy enemiga/ de diabólicos ritos: soy cristiana./Y vuestros vanos ídolos/ Con menosprecio pisarán mis plantas./ Isis, Apolo, Venus, todos estos./ Y el mismo Maximiano, ¿qué son?: nada... /Ea, verdugo, pronto, quema, corta:/ Estos miembros que lodo son, desata:... /Al líctor, dirigiéndose, le dice:/ "De mi presencia pronto la arrebata:/ Atorméntala pronto con suplicios;/ Sienta en sí que hay los dioses de la patria.../  Los instrumentos pronto por ti aguardan/ O herirá tu cabeza agudo hierro,/ O las hambrientas fieras, despiadadas,/ Destrozarán tus miembros doloridos,/O, de las teas la humeante llama,/ Ante los tristes gritos de los tuyos,/ Disolveraste en polvo vil tornada.../ La mártir, entre tanto silenciosa,/ No quiso responder a estas palabras;/ Sino que, respirando estremecida/ E indignada, saliva al rostro lanza/ Del astuto tirano; y en seguida/ De los dioses derriba las estatuas... /Sin tardar un instante, dos verdugos/ Sus tiernos pechos, torpes despedazan/ Y el acerado garfio de ambos lados/ El virginal costado lo desgarra/, penetrando hasta el hueso;/ Y entre tanto/ los golpes que la hieren cuenta Eulalia... /He aquí, Señor, que para mí es escrita/ Esta lección por vos.../ El último suplicio desde entonces/ A pasos gigantescos se acercaba... / El humo y el calor por doquier vagan/, Y a los costados, y hasta el vientre y pecho/ Llegan, por fin, con furia desusada.../ Un velo, en su cabeza, que la cubre,/ Y su inocencia en su desdoro guarda./ Hasta el semblante mismo de la mártir/ Llega, por fin, la crepitante llama./ Que, envolviendo continuo la cabeza,/ Ya por la cabellera alimentada,/ Superó el mismo vértice. Y entonces/ La virgen que con ansia/ Un fin presto a la vida apetecía,/ Al respirar la hoguera fue asfixiada...  / El satélite mismo allí presente/ También ha visto la paloma blanca/ Que, ante el público, atónito de asombro/ De la mártir la boca abandonara./ Así son venerados por sus hijos/ Los huesos de esta mártir esforzada/ Y el altar que delante de sus restos,/ Por la piedad edificada se alza./ Ella, cerca del trono del Excelso/ De mirar a sus pueblos no se cansa,/ Escuchando benigna/ del labio del creyente la plegaria."
            Versos para la eternidad, como los de Lorca: "Nieve ondulada reposa./ Olalla pende del árbol./ Su desnudo de carbón/ Tizna los aires helados./ Noche tirante reluce./ Olalla muerta en el árbol."/

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