Eulalia
de Mérida (Augusta Emerita, 292 d. C.-Augusta Emerita,
10/12/304 d. C.) es patrona de la libertad de pensamiento y expresión,
oratoria, elocuencia, Mérida, Oviedo, Totana, Almonaster el Real; Abamia,
Cangas de Onís; La Lloraza, Villaviciosa; Ujo, Mieres; Segovia; Santa Olalla del
Cala, Balazar (Portugal) y Cagliari (Italia) Padeció martirio en su ciudad de
nacimiento (hoy, Mérida) bajo las persecuciones del emperador Diocleciano. La noticia de su vida y
martirio convirtieron la ciudad en uno de los lugares de peregrinación de
Europa Occidental durante la Alta Edad Media. Hasta la proclamación de Santiago Apóstol, fue considerada
patrona de las tropas cristianas durante la Reconquista y patrona de las
Españas. Es alcaldesa perpetua de Mérida y patrona de la ciudad, así como de la
Archidiócesis de Oviedo, a cuya catedral fueron llevados sus restos, y de
numerosas localidades de España, Portugal, Italia e Hispanoamérica. Eulalia de Mérida era hija del senador
romano Liberio, cristiano como toda
su familia.
Aurelio Prudencio
Clemente, conocido por Prudencio (Calahorra,
348 d. C-413 d. C) escribe en el siglo IV el Peristephanon, o libro de las coronas de los mártires, integrado
por catorce himnos, el tercero de los cuales dedica a Santa Eulalia de Mérida, cuya pasión se analiza también en el Pasionario hispánico, de Pilar Riesco Chueca (Universidad de
Sevilla, 1995); Santos Protomártir
Vaquero en El Poema de Eulalia de
Mérida de Aurelio Prudencio (www.dip-badajoz.es/cultura/ceex/reex_digital/reex_10,
1984) y en Los trece martirios de
Santa Eulalia, de Javier Campos
(www.cofrades.sevilla.abc.es).
Este último sintetiza los trece martirios de Eulalia de Mérida en los siguientes:
Azotes con correas plomadas; arañar su cuerpo con barras
de hierro con uñas y garfios; derramar aceite hirviendo sobre sus pechos de niña;
rociarla con cal viva y echarle agua para que se abrasase, sin recibir daño
alguno; trajeron una olla de plomo, para ver si rectificaba su fe, pero no
cedió y miró al cielo para recibir el tormento; el plomo se quemó y los tiranos
se abrasaron las manos; el juez pide de nuevo que la azotaran con las varas
puntiagudas y que refregasen sus llagas con cascos de tejas puntiagudas;
mandaron quemar su cuerpo con hachas encendidas, que la metiesen en un horno y
que lo abrieran hasta que la niña quedase hecha cenizas, pero ella salió
cantando alabanzas a Dios; la pasearon desnuda por las calles y plazas de la
ciudad, con el pelo rapado, llevándola hasta el Hornito, lugar en el que se
ejecutaba a la gente; allí le arrancaron las uñas de pies y manos, la pusieron
en una cruz, levantándola y dejándola caer contra el suelo, por lo que su
delicado cuerpo quedó desconyuntado; otra vez le pusieron hachas encendidas que
le abrasaren los costados; colocaron braseros por todas partes, que levantaban
grandes llamas de fuego, que la niña tragaba por su boca, de la que todos
vieron salir una cándida paloma...
Prudencio
inicia su Himno en latín diciendo quién es Eulalia,
a quien define como "ilustre y noble por su cuna,/ Aunque, más noble que
por la prosapia,/ Por la clase de muerte que ha sufrido./ Es la virgen sagrada,/
ornamento magnífico de Mérida;/ De Mérida, a quien ama,/ Donde vio la primera
luz del mundo/ Donde sus huesos en paz descansan.../ Maravilló animosa a los
verdugos,/ Que, atónitos, temblando la escuchaban/ Confesar que el suplicio/ Le
era dulcísimo y la muerte grata.../ Apresurando el paso vigilante,/ mucho
camino recorriera Eulalia,/ Ante que
iluminase el horizonte/ con bienhadada luz la aurora clara./ Y al tribunal,
apenas amanece,/ Ya se dirige, decidida, impávida.../ Y con voz firme exclama:/
Negar a Dios, omnipotente Padre,/ no es el colmo, decidme, de la insania...?/
Pues aquí me tenéis: soy enemiga/ de diabólicos ritos: soy cristiana./Y
vuestros vanos ídolos/ Con menosprecio pisarán mis plantas./ Isis, Apolo,
Venus, todos estos./ Y el mismo Maximiano,
¿qué son?: nada... /Ea, verdugo, pronto, quema, corta:/ Estos miembros que lodo
son, desata:... /Al líctor, dirigiéndose, le dice:/ "De mi presencia
pronto la arrebata:/ Atorméntala pronto con suplicios;/ Sienta en sí que hay
los dioses de la patria.../ Los
instrumentos pronto por ti aguardan/ O herirá tu cabeza agudo hierro,/ O las
hambrientas fieras, despiadadas,/ Destrozarán tus miembros doloridos,/O, de las
teas la humeante llama,/ Ante los tristes gritos de los tuyos,/ Disolveraste en
polvo vil tornada.../ La mártir, entre tanto silenciosa,/ No quiso responder a
estas palabras;/ Sino que, respirando estremecida/ E indignada, saliva al
rostro lanza/ Del astuto tirano; y en seguida/ De los dioses derriba las
estatuas... /Sin tardar un instante, dos verdugos/ Sus tiernos pechos, torpes
despedazan/ Y el acerado garfio de ambos lados/ El virginal costado lo desgarra/,
penetrando hasta el hueso;/ Y entre tanto/ los golpes que la hieren cuenta
Eulalia... /He aquí, Señor, que para mí es escrita/ Esta lección por vos.../ El
último suplicio desde entonces/ A pasos gigantescos se acercaba... / El humo y
el calor por doquier vagan/, Y a los costados, y hasta el vientre y pecho/ Llegan,
por fin, con furia desusada.../ Un velo, en su cabeza, que la cubre,/ Y su
inocencia en su desdoro guarda./ Hasta el semblante mismo de la mártir/ Llega,
por fin, la crepitante llama./ Que, envolviendo continuo la cabeza,/ Ya por la
cabellera alimentada,/ Superó el mismo vértice. Y entonces/ La virgen que con
ansia/ Un fin presto a la vida apetecía,/ Al respirar la hoguera fue
asfixiada... / El satélite mismo allí
presente/ También ha visto la paloma blanca/ Que, ante el público, atónito de
asombro/ De la mártir la boca abandonara./ Así son venerados por sus hijos/ Los
huesos de esta mártir esforzada/ Y el altar que delante de sus restos,/ Por la
piedad edificada se alza./ Ella, cerca del trono del Excelso/ De mirar a sus
pueblos no se cansa,/ Escuchando benigna/ del labio del creyente la
plegaria."
Versos para la eternidad, como los de Lorca: "Nieve ondulada reposa./
Olalla pende del árbol./ Su desnudo de carbón/ Tizna los aires helados./ Noche
tirante reluce./ Olalla muerta en el árbol."/
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