La ilusión que
principia en Navidad es, a veces, la viva complacencia del recuerdo de la
persona, ausente o presente; la ilusión de la lotería es una esperanza cuyo
final se desea atractivo. La ilusión de los Reyes Magos es una imagen de la
representación causada por el engaño paterno o de la tradición que, aun
descubierta, persiste en aquella como la complacencia que todos deseamos. No
hay ilusión única en el inicio del Año Nuevo que anide en todo ser humano. Más
que ilusión óptica, la ilusión es también la luz que ansiamos. La ilusión es el
deseo reiterado de la luz ambicionada: la salud, el amor, el bienestar...
Pudiere haber ilusión; pero sin la luz, como la fe sin la resurrección, sería
una fe vana.
Hay ilusiones ópticas que aumentan aquellas; hay otras,
empero, que, como las luces de la Navidad, son efímeras, tanto como el tiempo
que abarcan el nacimiento y los regalos compartidos. La ilusión es subjetiva,
pero trasciende en su agregación a otros: No hay ilusión sin compartir, como
los alimentos sobre la mesa. Por ello se bendicen y se dan gracias; pero la
ilusión hay que trabajarla y sembrarla para recoger sus frutos. No se vive de
ilusiones; sí podemos mantenerlas vivas.
Cada Navidad, cada nuevo año, la ilusión se nos
representa como una esperanza, con o sin fundamento real, de lograr aquello que
anhelamos o perseguimos; pero la realidad es terca: pocas veces se ven
cumplidas nuestras ilusiones. Ansiamos atractivos que se ven cercanos y que se
antojan en el horizonte, ya fueren humanos, de salud o trabajo y bienestar. Como
una ilusión óptica que, satisfecha en quien la acuna, ofrece una alegría tal que es preciso compartir.
El ser humano se ha vuelto esquivo a compartir la
ilusión; en muchas ocasiones, la ilusión se torna en la reconciliación. Damos a
los demás parte de lo que nos sobra (la caridad); otros, quizá, no dan nada de
lo mucho que poseen (el avaro). Animamos la ternura y la ilusión de los
inocentes; accedemos a menudo a adquirir boletos que nos alimenten la ilusión.
No hay vida sin ilusión, aunque haya muchos en nuestro derredor, que, en lugar
de alimentarla, la cercenen. La ilusión nace, se desarrolla y fenece, como todo
ser vivo... La ilusión distorsiona, en ocasiones, la realidad: tenemos
ilusiones ópticas, como espejismos en el desierto, que transmutan la superficie
lisa en otra líquida, inexistente. Albergamos ilusiones imposibles, no tanto porque
dependan de nosotros mismos, sino por quienes las mutilan. Nuestra ilusión deviene
en el ilusionismo, como el arte de crear algo imposible desde la humana lógica;
pero, sin ilusión no se vive...
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