Vivimos la vida en una
continua obsolescencia programada. El nacimiento está programado y, a partir de
él, comienza la cuenta atrás; el alfa y
el omega de la vida. Puntos y
seguidos y aparte y un solo punto final. El de la vida es la muerte. No habrá
tras ella más signos de puntuación que los que nos haya ofrecido la vida misma.
La jubilación podría ser el último punto y aparte hasta concluir en el punto
final. A veces, oímos decir: "Ese está obsoleto", que no es lo mismo
que antiguo. Nadie está obsoleto; a lo más, anticuado. Las cosas pueden
quedarse obsoletas, sin ser antiguas. Obsoleto es lo que ha caído en desuso, lo
que es anticuado, caduco o inadecuado a las circunstancias actuales, según
Fundéu. También oímos decir obsolescente,
lo que está volviéndose obsoleto y cayendo en desuso. De ahí nace como
sustantivo la obsolescencia. Vivimos tiempos de obsolescencia programada: la
del parque de automóviles, los móviles obsoletos, de las bombillas
incandescentes a las luces led; las medias de naylon; los Ipod con batería para
dieciocho meses... Todo queda obsoleto: los combustibles contaminantes, los
vehículos, las modas... La obsolescencia programada o planificada es el fin de
la vida útil de un producto que, tras un periodo calculado de vida útil, se
torna obsoleto. Es necesario adquirir otro. La obsolescencia no es crear
productos de calidad, sino el lucro económico. No se tienen en cuenta aquí lo
que hoy se exige a los coches: menor contaminación, mayor calidad ambiental,
menos residuos... La obsolescencia es adictiva como los componentes del tabaco.
La industria estimula la demanda para atraer el consumo, al objeto de que los
productos se queden obsoletos cuando antes. Las fechas de caducidad de algunos
productos nos invitan a deshacernos de ellos y comprar otros nuevos. Es más
fácil comprar otro que arreglarlo, te dicen cuando vas a la tienda para acicalar
un aparato electrónico. El gran problema de la obsolescencia programada es la
inmensa cantidad de residuos que genera, altamente contaminantes y no
biodegradables; pero hasta ahí no hemos llegado aún. Ahora estamos con los
coches que tanto contaminan, olvidándonos de otros productos más contaminantes
del medio ambiente y la naturaleza. Nos hemos olvidado de los mares y los
llenamos de residuos. De nada vale que los Amigos de la Tierra opongan a la
obsolescencia la alargascencia; es
decir, la compra de artículos de segunda mano para evitar el aumento de los
residuos.
Hay muchas formas de obsolescencia programada. Cómo
luchar contra ella: con el sello ISSOP (Innovación Sostenible Sin Obsolescencia
Programada), signo evidente de que los productos cumplen una serie de
requisitos, que protegen el medio ambiente y el desarrollo sostenible; o, como
en Francia, la ley sobre la transición energética y el crecimiento verde, de
2015, que creó el delito de "obsolescencia planificada", castigado
con penas de prisión de dos años, multa de 300.000 euros, o el 5% de las ventas
anuales de la empresa. Aquí es el Ejército, la UME, la que debe limpiar el
camalote del Guadiana, además de acudir a ayudar en catástrofes o incendios;
voluntarios de más de 40 países se movilizan para reforestar el monte quemado
de Sierra de Gata. (véase eldiario.ex,
de 23/10/2018); o los más de 130 voluntarios que limpiaron la basura del lago
de Proserpina, en Mérida, finalizado el verano, recogiendo 87,5 kilos de envases
ligeros, latas y tetabricks, 15 kilos de papel y cartón y 70 kilos de otros
residuos. (Véase extremambiente.junta.ex).
No aprendemos. No tenemos ITV para la obsolescencia programada que nos invade
desde el nacimiento hasta la muerte. Matamos el planeta azul y nos matamos a
nosotros mismos. Quién nos llorará cuando hayamos muerto por la obsolescencia
programada... No habrá flores para tantos. Todo serán residuos, cenizas, como
los silenciosos habitantes de los camposantos a quienes les llegó su punto
final planificado desde su nacimiento.
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