No es la primera vez que el historiador del arte y las tradiciones extremeñas, José Antonio Ramos Rubio, acude a la fotografía para revelarnos el pasado de monumentos, personas, paisajes, retratos y arquitectura de los siglos XIX y XX, apenas conocidos por las nuevas generaciones gracias a las transformaciones habidas en el transcurso del tiempo. La nueva aportación que acaba de aparecer --La luz de Extremadura en los textos e imágenes de viajeros y cronistas [1]-- nos ofrece unas pinceladas de imágenes e interpretaciones de los lugares que visitaren y de sus antepasados que han sabido conservar esas fotografías reveladoras del pasado, de los espacios que habitaren, de los monumentos que les rodearen y de los familiares con quienes convivieren y que ya no están entre nosotros.
Cuarenta y tres poblaciones extremeñas están presentes en
esta obra (16 de la provincia de Badajoz y 22 de la de Cáceres), en la que no
faltan sus municipios más importantes: Badajoz, Jerez de los Caballeros,
Llerena, Medellín, Mérida, Montijo, Olivenza, Zafra y Zalamea de la Serena, entre
los pacenses; y Alcántara, Arroyo de la Luz, Baños de Montemayor, Cáceres,
Cáparra, Guadalupe, La Vera, Yuste, Las Hurdes, Montánchez, Montehermoso,
Plasencia, Talavera la Vieja, Trujillo o Valencia de Alcántara, entre los
cacereños.
Como ya sucediere con otras obras anteriores [2], el
lector puede ojear en este libro, junto a los monumentos más representativos de
cada población, las familias que lo hicieron posible, a la vez que nos ofrece
una pequeña muestra de la riqueza fotográfica atesorada en archivos,
hemerotecas o colecciones particulares, guardadas en las arcas de nuestros
antepasados y que hoy ven la luz.
Hasta mediados del siglo XX, no era frecuente ver en
nuestros pueblos ni fotógrafos ni fotografías. Los abuelos tenían que ir a las
ciudades para hacerse un retrato en algún estudio que inmortalizara su boda o
algún momento familiar. Solo las familias acomodadas tenían a su alcance la
posibilidad de detener en el tiempo esas instantáneas de luz que daban luz para
la historia a su existencia. Fueron los viajeros y cronistas quienes, ya cámara
en mano, inmortalizaron para la historia monumentos, paisajes, arquitectura,
familias, que, pasado el tiempo, fueron a parar a los archivos y bibliotecas,
para testimonio de un pasado cambiante, que aún permanece entre nosotros, pero
que quizá no conocimos como lo vemos en nuestros días. En otros casos, las
familias no se han desprendido de esas fotos antiguas, guardadas en cajas
metálicas o en viejos álbumes que, de cuando en cuando, ojean para recordar a
los familiares ausentes, el pasado que se fue, o el presente ya más lejano en
el que apenas nos reconocemos. En todo caso, unos y otros contribuyen a
enriquecer el conocimiento de la historia, del que la fotografía, como una rama
de ella, comenzó a ser parte importante en el siglo XIX y que gracias a
recopilaciones como las que ofrece esta obra pasan a ser dominio del común de
los espectadores que jamás pudieren conocerlas. Los antiguos viajeros de siglos
anteriores a la existencia de la fotografía convencional tuvieron que valerse
de dibujos a plumilla en los que dejaban constancia de los monumentos de las
ciudades y pueblos que visitaren.
Por ello, estas recopilaciones tomadas de los archivos o
de colecciones particulares se suman a un mundo que, desde la aparición de la
digitalización de la fotografía, en la década de los 90, ha conocido un
desarrollo tan espectacular que cada individuo es ya un archivo de la
instantaneidad de los momentos vividos, fijos o vivos, con una cámara de mano.
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[1] Vid.: Ramos Rubio, José Antonio y De San Macario Sánchez, Óscar: La luz de Extremadura en los textos e imágenes
de viajeros y cronistas, Iberprint, Badajoz, 2019, 234 págs.
[2]
Véanse las obras del autor Cáceres en fotos desde 1850. Vida de una ciudad
de provincia (Diputación Provincial de Cáceres, 2017) y Cáceres;
retrato y paisaje (1860-1960), Ediciones Amber Ley, Madrid, 2019.
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