miércoles, 17 de abril de 2019

QUINTA PALABRA


Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: `Tengo sed´. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca." (Jn, 28-29).

           El Crucificado ha gritado su quinta palabra desde la Cruz: "Tengo sed" (sitio, en latín; en hebreo,  אני צמא ). Tiene el Nazareno una sed humana, fisiológica, propia del tormento de los crucificados; y una sed espiritual que le invita a consumar la redención para la salvación del mundo. Antes de la sexta --Todo está consumado" (Jn, 19-30)-- y de la séptima palabras: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu... (Lc., 23-46).
            La sed es consustancial al ser humano. Herido de muerte (manos y pies clavados a la Cruz, el pecho atravesado por la lanza de un soldado), el Redentor tiene sed, la sed de los heridos en la batalla, de los recién operados, de quienes han perdido mucha sangre, con fiebre alta. Su cuerpo es una hoguera ardiente sin consumirse; los labios y la lengua resecos y tiene sed. Apenas la quinta palabra alcanza el suspiro: sitio (tengo sed). Tiene sed el rey del mundo, Aquel que dijo un día del Génesis: Háganse las aguas y las aguas llenaron los abismos del mar. Tuvo sed quien trajo el diluvio, quien esponja las nubes sobre los sembrados, el hacedor de tormentas y charcas; tiene sed la fuente misma para saciar la sed del mundo.
            El mundo está sediento, Señor, de otra sed: hay sed de justicia, sed de igualdad, sed de una vida más justa, sed de amor, sed de vida, sed de vivir y no se halla en el mundo el manantial para saciar esa sed de manera abundante. Tu sed es nuestra sed, decía San Agustín y no te buscamos para saciarla porque no buscamos la fuente de vida eterna. Te mueres de sed y gritas que tienes sed. Tú que dijiste un día: El que tenga sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva. (Jn., 7: 37-39). La fuente de la vida tiene sed y los sedientos del mundo andan perdidos por el espejismo del oasis y las fuentes mentirosas que no logran apagar esa sed. Tendremos que volver a Samaria donde pediste a la samaritana que te diera de beber y a la que dijiste: Todo el que beba de este agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé, se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna... Dame de esa agua, Señor, --le respondió la samaritana-- para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla. (Jn, 4, 5:15).
            Qué le falta, Señor, a tus criaturas sino la sed de vida, de amor, de felicidad, que tantas veces se troca en sed de venganza, en deseo del mal al prójimo, como si ellos no hubieren un día tu propia sed, por la que Tú das la vida, aunque asumas su sed y pidas agua y te den vinagre. Ya lo profetizó David: Y para mí me dieron a beber vinagre. (Salmo 69: 21). Solo el martirio apagó su sed, pero el profeta dijo: Los afligidos y los necesitados buscan agua, pero no la hay; su lengua está reseca de sed. Y, el Señor, les responderá: yo, el Dios de Israel, no los abandonaré (Isaías, 41:17). Recordamos hoy el Sermón de la Montaña en tu cuarta bienaventuranza: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados (Mt. 5, 3:2 y Lc., 6, 20-23).  En-séñanos, Señor, el camino de tu fuente y danos tu agua de vida eterna... porque hoy, más que nunca, no podemos caminar/ Con hambre bajo el sol.../ Señor, yo tengo sed de Ti,/ Sediento estoy de Dios;/ Pero pronto llegaré a ver/ El rostro del Señor/, dice el canto popular...
    

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