Muchos hombres y mujeres, cada
vez más, aparecen muertos en sus casas sin que nadie se entere. Pueden pasar
días, semanas, incluso años, sin que nadie se percate. Cada día leemos noticias que apenas nos
impactan por lejanas. “Hallan el cadáver de una mujer que llevaba unos cinco
años fallecida en Madrid” (La Vanguardia,
de 23/04/2019); unos por causas naturales; otros por causas violentas. Algunos
porque no tienen familia y nadie les echa de menos; otros porque llevan tiempo
sin pagar la comunidad; y, en fin, en la mayoría de los casos, porque a algún
vecino le llega el olor de la descomposición corporal. Algunos hubieren que
esperan la muerte en su cama, dejándose morir… La muerte les llega quizá sin
esperarla. Hubiere otras soledades en el mundo de hoy en la que la muerte
sobreviene en casa por voluntad propia, en soledad: jubilados para quienes la
vida no hubiere sentido alguno sin el cónyuge fallecido que le dejare en la
orfandad más absoluta; con los hijos desperdigados por el mundo sin una llamada
siquiera que les devuelva su memoria.... Si en ella nos olvidamos de los
nuestros, a qué inscribir en la lápida funeraria que “no te olvidan”… La
soledad y el olvido nos quitan la vida como las enfermedades que hubiéremos. En
un mundo en el que reina la solidaridad humana con terceros desconocidos, y con
los animales, nos olvidamos de nuestros congéneres y les dejamos morir en
soledad… Jubilados que consideran que la vida ya no tiene sentido sin su
trabajo y se recluyen en casa porque les faltan la esposa e hijos; cuando la jubilación, lejos de ser un júbilo,
es una pesada carga de soledad que les conduce a la muerte…; pero de qué ha
muerto, si era muy joven…, se preguntan quienes antes les olvidaron y después
acuden a dar el pésame. Todo pasa, pero es triste que la gente muera sola en su
casa; que algunos renuncien a vivir porque la vida no tiene sentido para ellos
en una sociedad donde las desigualdades sociales siguen creciendo sin cesar, abrazados
a su soledad, a la espera…, sin salir de casa.
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