No
todos los ciegos tienen perro-guía, los únicos que pueden entrar en un
restaurante o cafetería con su dueño y usuario. Zacarías, el recordado
invidente de la calle Argentina de Cáceres, no lo tuvo nunca. Se bastaba y
sobraba con su bastón para recorrer la ciudad sin colisionar con obstáculo
alguno. Impecablemente vestido, entraba en el bar y el camarero le indicaba
dónde podía situarse en la barra; le servía su vinito, indicándole dónde lo
tenía. Lo buscaba despacio con su diestra y lo bebía a pequeños sorbos.
Reconocía a sus vecinos por la voz y respondía a quienes le saludaban.
La
ONCE presta a las personas con discapacidad visual afiliadas un perro
adiestrado para mejorar su movilidad. El can supone para el ciego un salto
cualitativo en su movilidad y una mejora en su autonomía. No es el perro-guía
un animal de compañía o de terapia. El invidente debe necesitarlo como medio de
movilidad; que sepa desplazarse de forma autónoma y con bastón y que cuente con
los medios y aptitud para asumir el cuidado y la atención del perro. Antes de
ofrecérselo son examinados por los profesionales.
El
perro-guía no elige el camino. Es la persona invidente la que se lo marca,
porque lo conoce y se orienta. Otra que fuere siempre acompañada o que apenas
realice desplazamientos no lo necesita. El perro-guía marca a su usuario la
llegada a bordillos, escaleras o desniveles, busca puertas de acceso, asientos
libres en transportes públicos y resuelve con su vista y olfato la alternativa
de paso más favorable para su dueño. A veces, incluso, desobedece una orden del
dueño cuando su ejecución implica un peligro para su integridad física, como cruzar
un paso de peatones regulado por semáforos, o cruzar una calle cuando se
aproxima un vehículo a velocidad no reducida. El perro-guía son los ojos del
usuario. Lo que él no ve, el otro lo percibe.
La
cría, adiestramiento y entrega de los perros-guía es asumida por la Fundación
ONCE Perro-Guía, que los entrega a los afiliados que considere aptos para
recibirlos y que, a su vez, han de superar el curso de usuario para formar con
él una unidad. Y de verdad que lo logran. Cada año entrega unos 150 perros-guía
a quienes lo necesitaren. Un ejército de voluntarios cría y educa a los
cachorros hasta que llegue su hora para el adiestramiento, que deja a un lado
su natural instinto de caza, guarda y protección. Su máxima es la obediencia,
seguir las indicaciones del usuario para reforzar su seguridad. El más conocido
de los perros-guía es el Labrador; pero la Fundación trabaja también con el Pastor
Alemán, el Golden, el Flat Coated Retriever y el Caniche gigante. Y con otros
que nacen del cruce de esas razas. Adiestrados, vacunados y sanos, en nada se
parecen a los perros ladradores, muy dueños de su territorio cuando ven a
otros; jamás ladrarán ni responderán a otros ladridos cuando caminan junto al
usuario con todos los sentidos que le diere la naturaleza. Son los ojos de su
dueño, un complemento a su movilidad y seguridad; son los perros-guía de los
discapacitados visuales.
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