En el mundo de la comunicación global, pareciere que hemos perdido el habla. La íntima comunicación de nuestros afanes ya no la hacemos por correo postal. Ha pasado a la historia aquella comunicación esperada, cuando familiares, amigos, novios, parejas… se encontraban lejos unos de otros. El correo electrónico ha sustituido al postal; el wasap, a la comunicación telefónica. El teléfono fijo ha pasado a ser un elemento casi decorativo, por necesario, en la casa. Hoy, todo el mundo lleva encima un móvil. El telefonino ha acabado, para muchos, con el habla, con la conversación más allá de las preguntas de rigor con que se iniciaren las cartas de otros tiempos. El wasap ha matado incluso a los primeros de la serie. Ya no hace falta hablar: nos comunicamos por wasap. Enviamos mensajes para comunicarnos. A veces recibimos la respuesta con frases escuetas: “Me alegro”, “muy bien”…
Las nuevas tecnologías están cambiando el mundo y la escritura. No hablamos ni nos hablan. Pareciere que el habla estuviere apagada. Hemos perdido la comunicación verbal. Que hablen otros por nosotros. Les escuchamos y nada nos dicen. A la hora de la verdad, vemos a todo el mundo con su móvil. Están solos en el bar e, inmediatamente, lo sacan de sus bolsos o bolsillos, repasan los mensajes y wasap recibidos, pero apenas algunos, para terminar antes, reciben un mensaje de voz. Creíamos que habían perdido el habla; pero no: han perdido la comunicación. Aquel deseo siempre soñado de recibir y escuchar la voz amada, querida, ansiada… Hemos trocado la comunicación escrita íntima y verbal por la escrita en un teléfono que nos cabe en el bolsillo…
Va pasando la vida, y ahora por el calor, después por nuestros quehaceres, apenas nos vemos y, así, tampoco nos hablamos ni comunicamos. Como si no necesitáramos comunicarnos ni hablar. A veces pedimos el habla: dime algo, pero con tu voz; deseo oírla, porque hace tanto tiempo… Me contesta que le da vergüenza hablar; pero ha accedido a enviarme un mensaje con su voz. Cuando me escribe, en lugar de la palabra escrita, estoy oyendo su voz, me parece oír lo que solo viere escrito. ¡Hace tanto tiempo que, aunque la recuerde, he perdido su voz, su habla, su comunicación…! ¿Quién de los dos la hubiere perdido si cada día algo hablamos…? ¡Que me llame él si lo desea…! Y nadie llama, ninguno habla, nadie se comunica, ni siquiera por el telefonino que todo hubiéramos.
Vivimos en un mundo de portavoces que hablan por quienes no hablamos nada. Y nada nos dicen. Deseamos hablar con quienes no nos hablan. Pedimos una información por la vía ordinaria y no nos contestan; mandamos mil y un wasap y no nos responden. Insistimos y ciertos medios parecen mudos; como si no vieren el mensaje que espera respuesta al otro lado.
Antes –no hace mucho tiempo-- en las playas había colas ante grandes cabinas telefónicas para llamar a familiares y amigos. Han desaparecido ya las cabinas. ¿Para qué, si nadie las usaba ni necesita?
Toda pasa, pero lo nuestro no es pasar. Quienes dicen que pasan de todo, en realidad no pasan de nada. De lo único que pasan es del habla, como si fueren mudos de ocasión y no hubieren medio alguno para hablar y comunicarse. Y lo nuestro es el habla, la comunicación, no solo escrita, sino verbal. Lo recuerda san Juan: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios… Por medio de Él se hizo todo, y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres…” ¿Dónde está Él? Estamos sin Verbo y no hallamos el habla. Hacemos cada día el camino buscando a quien nos trajo el Verbo y nos hallamos ni a uno ni otro. ¿Dónde está Dios, padre; dónde su palabra de vida? Llamo a su puerta y no me contesta; les escribo y tampoco; les llamo y no responden… En el mundo parece reinar la guerra permanente, las enfermedades que no cesan, los fuegos que destruyen la tierra y la vida, el agua que no llega, la palabra que da vida, la vida que se apaga…
Hoy volveré a escribir a esa amiga dolorida, de quien nada sé. Tampoco me responderá, porque su preocupación ahora es otra. Su correo electrónico y su telefonino están saturados. Con nadie quiere hablar ni a nadie responde. Sola, en su mundo, con su corazón roto, no quiere saber nada de nadie; solo de los suyos. Cuando muchos más la recordaren, le escribieren, quisieren oír su voz, comunicarse con ella, hablar con él… La palabra ha enmudecido; la comunicación se ha cortado, roto, silenciada sin el habla. Cómplices del silencio de los más, quién nos impide hablar… si se nos dio lengua para ello…
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