Hay
dos soledades en la vida: la física y la moral. Una voluntaria, otra subjetiva.
La primera es de quien está solo en la vida: del latín solitariu, quien está solo, el que no tiene compañía habitual,
quien está soltero. La soledad física es la de aquella persona que no tiene a
nadie en su entorno. Vive solo. En la ciudad, en comunidad por lo general; en
el pueblo, más acompañado por solidario. La soledad moral es más compleja y
menos visible. Es sentirse solo dentro de sí mismo, en la vida, en su cabeza,
de manera subjetiva.
Los
solitarios son personas que prefieren estar sin compañía y lo disfrutan.
Pensamos, a veces, que las personas solitarias son raras, están tristes, son
inestables; pero son felices así. De hecho, estar en su sola compañía les hace
sentirse en plenitud. “Más vale estar solo que mal acompañado” es un refrán castellano
que manifiesta que es preferible la soledad que una mala compañía. “Una alma sola,
ni canta ni llora.” La persona solitaria está sola físicamente, pero está
fuerte consigo misma, reflexiva, productiva, con autoestima por sí. Una persona
solitaria se conoce a sí; nunca están solos porque se tienen a sí mismos. Son
leales, les gusta estar solos; son incondicionales y generosos. Tienen una
mente abierta al mundo, aunque parezcan encerrados en sí mismos. Se aíslan para
recargar, pero son fuertes ante las adversidades. Valoran el tiempo como un
bien irrecuperable.
Cada
día hay más solitarios en nuestra sociedad. Gente que vive sola, sin familia,
y, llegada su hora, mueren en la cama, en soledad. Dos hombres han aparecidos
muertos en sus camas en Cáceres entre julio y agosto; otro, en un descampado.
Los casos van aumentando sin que nadie ni nada pongan solución a este fin tan
triste a la vida. Habrá muertes repentinas; otras, en cambio, más duraderas,
sin medicamento alguno que les alivie el tránsito de la vida; pero, sobre todo,
sin nadie de familia, sin ninguna mano amiga que le despida en el adiós definitivo.
No vemos a algún vecino durante días. La última vez que le vimos, entraba a casa;
pero no le hemos vuelto a ver. Llaman a la puerta y nadie responde. No saben
que tenga familia en la ciudad. Jamás vieren a otras personas entrar en su
casa; pero, en un momento, tenemos noticias de ellos porque la vida se les ha
ido. Llaman a la Policía, esta a los bomberos, entran en su casa y lo
encuentran ya dormidos para la eternidad. Al mendigo lo incineran. Sobre los
otros, indagarán si hubieren familia. No sabemos si tienen alguna; pero
murieron en soledad, como la vida que desearen para sí. Lo más triste para un
ser humano. Solos en vida, quizá afortunados porque no se sintieren tales, pero
solos a la hora de la muerte.
Cada
vez hay más solteros; cada día, más soledad. “Siempre está sola”, “es un
solitario”. No hay solitario sin voluntad propia; es peor la soledad en quien
la habita sin querer; quien la abraza porque no tiene con quién compartir ni
desea hacerlo por desconfianza; quien se sobrepone, empoderado de sí, a la
realidad ambiente que nos rodea.
Hay separaciones tempranas y divorcios tardíos. Mucha gente se casa con el primero o la primera que llega y surge el fracaso. La madre, por lo general, cargará con la custodia, el cuidado y el mantenimiento de su hijo; pero hay en muchos, cada día más, un divorcio de cansancio o de conveniencia: el divorcio con nietos… Una soledad en vida, otra peor soledad en la muerte sin compañía de nadie.
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