Badajoz, 27/06/2023
Feliciano
Correa Gamero, académico de número de la Real Academia de Extremadura de las
Letras y las Artes y correspondiente de la Real Academia de la Historia, revela
en su libro “La Transición política en Extremadura. Antecedentes históricos y
conflictos en Extremadura” (Fundación CB, Badajoz, 2023) los entresijos de ésta
en una naciente comunidad autónoma para conocimiento de las jóvenes
generaciones que no vivieron esta etapa crucial en la época de España.
Escritores, columnistas y gente con pluma reconocida, encuadrados en posiciones
moderadas del centro político, podrían haber redactado textos contando cómo
aconteció la Transición en Extremadura. No lo hicieron y, según el autor, han
sido militantes de izquierda los que se han ocupado de redactar los sucesos de
estos años.
Cita, entre aquéllos, a Manuel Bermejo (1936-2009), segundo presidente de la etapa preautonómica; el primer presidente, Luis Ramallo (1938); Luciano Pérez de Acevedo y Amo (1943-2021); Jaime Velázquez García (1939-2014), ambos presidentes de las Diputaciones Provinciales de Badajoz y Cáceres; o Tomás Martín Tamayo, militante de UCD y del CDS, que optó por la literatura de creación; o Julio Cienfuegos Linares (1920-1996), mentor intelectual de Acción Regional Extremeña (AREX), integrado en UCD… En cambio, recuerda las publicaciones firmadas por gentes de izquierda: Ignacio Sánchez Amor (Jaraíz de la Vera, 1960), hoy eurodiputado; Manuel Veiga López (Alba de Tormes, 1935; Cáceres, 2010), Marcelino Cardalliaguet Quirant (Ávila, 1937; Cáceres, 2020) o Juan García Pérez (Cadalso de Gata,1953), catedrático de Historia Contemporánea de la Uex; Juan Carlos Rodríguez Ibarra, primer presidente de la Comunidad Autónoma de Extremadura (1983-2007), en “Rompiendo cristales”, que el autor considera autobiográfico, o Vicente Herrera Silva, alcalde de Alconchel y portavoz en la Asamblea. Cita a los principales protagonistas del centroderecha: Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, secretario general de UCD (1982-1983) Alberto Oliart Saussol (Mérida, 1928; Madrid, 2021), Luis J. Ramallo García (Badajoz, 1938), primer presidente en la etapa preautonómica…, para terminar con un amplio capítulo dedicado a la figura del centroderecha de la región: Enrique Sánchez de León.
Ante la situación actual, y recordando el epitafio de Suárez en su tumba de la catedral de Ávila, Feliciano Correa apela a tener “un tiempo para recuperar la concordia perdida”
Pregunta.-¿Qué le ha motivado a escribir hoy
un libro sobre la transición política en Extremadura?
Respuesta.-Mi anterior obra “Espuelas, hoces
y cuchillas” era un tratado social sobre un tiempo que heredamos de nuestros
antepasados recientes. Ese libro me lo debía a mí mismo. Este de ahora es la
consecuencia de un barrunto interior que me rondaba desde los años en que
estuve en política. Vi que había un vacío que nadie había explicado. Sobre todo,
porque los líderes del centroderecha extremeño han sido ágrafos por lo general,
salvo alguna excepción. Se han escrito bastante sobre la transición en España.
Y yo, sin obviar lo general, he querido acercarme a lo que viví y ponerlo sobre
el papel.
P.-¿Qué figuras de talla intelectual
(intelectuales con crédito, les llama) aportó la región a la Transición?
R.-La Transición supo, desde el principio, que no se podía marginar la inteligencia de la gestión pública. Retomó, así, el sesgo de aquellos ilustres pensadores de la II República, Azaña, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón u Ortega y Gasset, entre otros. Llegó la Transición y vimos al frente del Senado a un catedrático de lenguas clásicas, sobre todo especialista en latín, como fue Antonio Fontán. Y en el Congreso, a un catedrático de Filosofía del Derecho, como fue Gregorio Peces Barba. Esto fue un gran logro. Hoy hemos decaído de aquel propósito y cualquier indocumentado escala hasta arriba.
Los
agentes de la Transición
P.-¿Considera que la Transición
política fue una obra de ingeniería jurídica de Torcuato Fernández-Miranda, sin
anhelos vengativos? ¿Quiénes fueron los agentes de la Transición?
R.-Torcuato fue una mente privilegiada
para un momento especial. Pero por detrás estaba, incitándolo, El Grupo
del Príncipe. Eran una serie de personas, amigos de Juan Carlos, que fueron
compañeros de pupitre en La finca de La Jarilla. Ellos, vinculados al
Banco Urquijo, fueron el aguijón para ver la manera de orientar la transición.
Torcuato tuvo ojo clínico al confiar los pasos jurídicos del proceso a una
mente tan despierta y que tenía un equipo de juristas muy notables, todos de
izquierda, como fue Jorge de Esteban.
P.-Cita usted en su libro al
catedrático de Historia Contemporánea de la Uex, Enrique Moradiellos, cuando
recuerda que “hay que prohibir los símbolos fascistas, pero señala también que
hay cinco países de la UE que prohíben los símbolos comunistas”?, y cuando
apela a que “el principio de la concordia perdure siempre sobre la discordia”…
¿Fue éste el espíritu de la Transición?
R.-Hubo mucha gente que estuvo dispuesta
a prescindir de lo que le importaba con tal de que triunfara la idea madre, la
libertad política. Moradiellos es un historiador sin ataduras, sin ese complejo
ramplón de otros que se mueven a golpe de talonario. Su ejemplo debería cundir
entre las cátedras. Por el deber ético que los pensadores tienen con la sociedad.
P.-Habla en su libro del “segundo
socialismo” o del “socialismo pervertido”. ¿Qué quiere decir con esto: que el
socialismo se ha demudado?
R.-No hay más que leer a Alfonso
Guerra, o a Felipe González, o escuchar a Joaquín Leguina, o a Nicolás Redondo
Terreros, para darse cuenta de que ese socialismo patriota e integrador se ha
devaluado. Los exiliados republicanos presumían en México de que “nosotros también
somos España y somos patriotas”. Y la izquierda ha dimitido de un partido que
dejó a un lado el republicanismo en la Transición para que triunfaran las
libertades y fuera posible el progreso económico y social al amparo de una Constitución
consensuada.
P.-¿Cuáles fueron a su juicio lo que
denomina “los manijeros del cambio”?
R.-Sin duda hay nombre que no podemos
obviar. El rey Juan Carlos, Torcuato Fernández Miranda y Suárez como cartel de
una nueva época. Se maniobró para que se nombrara al antiguo secretario general
del Movimiento, pues era quien mejor podía aflojar los tornillos y descorrer
desde dentro los cerrojos del viejo caserón franquista, para empezar el
desguace. Fue calificado de traidor, incluso algunos que fueron sus ministros
lo censuraron, como Ricardo de la Cierva, pero el hecho es que Suárez fue dócil,
valiente y seductor. Y esto último no fue cosa menor en aquellos días. Junto a
él Tarradellas, Felipe., Carrillo… Fue un equipo de distintos que usaron sillón
y madrugadas para el acuerdo.
Sánchez
de León y la Transición
P.-¿Qué papel jugó Enrique Sánchez de
León en la Transición en España y Extremadura? ¿Podría haber llegado más lejos
en Madrid o Extremadura?
R.-Enrique fue un tipo duro. Venía de
abajo y conocía el paño. Pero los tiempos habrían cambiado. Él censuraba a las oligarquías
rentistas, a la burguesía acomodada que venía de cuando en cuando por aquí a
cobrar las rentas de sus latifundios. En Madrid jugó Sánchez de León un gran
papel. Estuvo en la ventanilla para dar paso al PC. Fue uno de los azules de
Suárez, pero ya no se podía pastorear Extremadura a distancia. Llegó el socialismo
de Ibarra y le comió la merienda. Sacó la bandera de un partido social y
reivindicativo. Muchos de los enriquistas apostaron por el nuevo líder
de izquierda.
P.-¿Por qué cree que el centroderecha
extremeño no dejó escrito su papel en la transición?
R.-Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona escribió
Las Transiciones de UCD. Alberto Oliart publicó Los años que todo lo
cambiaron. Pero ante tantos líderes que competían con dorsales distintos,
no se pudo ahormar un proyecto de región. Esa obra necesaria no se escribió. Hubo
latiguillos, frases huecas, censuras y eslóganes para el cambio, pero había
falta pararse y sentar los cimientos de un programa para el desarrollo
extremeño. Algo tan necesitado. Era preciso poner sobre la mesa la vileza del
agravio histórico, de la marginación secular. Y para eso se precisaba una
fuerza regional que no existió. No había una banca autóctona, como en el País
Vasco, que yo bien conocí, que financiara un proyecto de ese calibre.
P.-¿Por qué fracasó UCD también en Extremadura
y el regionalismo auspiciado por Sánchez de León?
R.-La
ausencia de Extremadura. El domiciliarse fuera. El empuje de propaganda de los
grandes partidos, ahogó los deseos regionalistas. Nos quedamos con la canción y
la queja. A veces con la melancolía. Pero eso no servía para hacernos notar en
Madrid. Fíjese que hasta Teruel ha hallado un personaje que vende su voto y lo
cobra en su tierra. Aquí fuimos demasiados obedientes al jefe madrileño; entre
otras cosas porque las listas electorales se hacían fuera. Ibarra dijo, con
gracejo a lo Alfonso Guerra, que la gente de la derecha acababa en Madrid. “Porque
creían que allí estaba el éxito y las mejores tiendas”
Los nombres de la Transición en Extremadura
P.-¿Cuáles fueron a su juicio los principales
protagonistas del centroderecha extremeño y centroizquierda durante la Transición?
R.-Algunos nombres del centroderecha
ya los he dado. Por otro lado, cuando empieza la Transición, el PSOE es casi
una sucursal de Andalucía. Fíjese que la candidatura la encabeza un andaluz,
Luis Yáñez Barnuevo. Pero pronto empezó a destacarse Juan Carlos Rodríguez
Ibarra, que se rodeó de gente moderada y formada, como Manolo Veiga o Antonio
Vázquez. El PC, que tuvo cierta fuerza al principio, fue descolocándose y
cambiando de siglas.
P.-¿Qué papel jugaron los azules en la apertura a la
democracia?
R.-Jugaron un papel decisivo. Seguramente
se empeñaron más para “desteñirse de su pasado”. Fueron “lanzados” y no
tuvieron el complejo que luego la derecha ha tenido. Querían demostrar que estaban
por la España de la democracia. Y ese papel lo cumplieron bien. Sin la complicidad
de los azules, no hubiera sido tan
fácil. Por ello, Torcuato manejó al Consejo del Reino a su gusto, para que,
entre los tres candidatos para presentar al Rey, estuviera en cada votación, un
azul de postín: Adolfo Suárez.
P.-¿Por qué cree que Ibarra se quedó
solo en Extremadura y no la derecha, que se fue a Madrid…?
R.-En política no hay vacíos. Si un
fluido desaparece, otro ocupa su lugar: pues aquí, igual. Había que estar al
pie del cañón, en Mérida, en Cáceres, en Badajoz, en los pueblos. Pero el
sillón de mando, el estado mayor, no se podía residenciar fuera. Enrique se
equivocó en eso y Juan Carlos aprovechó la ausencia.
Recuperar la concordia
P.-Recuerda en su libro un artículo de
una arquitecta, Julia Schult, diciendo que “Franco sigue entre nosotros”. ¿Qué
necesidad había en ello (cuarenta años después), como la destrucción de
archivos comprometidos, que usted vio al comienzo de la transición; obras de
arte, como el escudo de Pérez Comendador en la fachada del Tribunal Superior de
Justicia de Extremadura, ¿o las cruces de los caídos…? ¿Se trata de borrar la
memoria histórica de una época que obvió la Transición?
R.-Es un grave error pretender borrar
la historia. Felipe González declaró a Juan Luis Cebrián en El País, que
era una memez tirar a Franco de su caballo, y que si alguno lo hubiera deseado
de verdad y tuviera valor, que lo hubiera hecho con Franco vivo. Hay que asumir
la historia y aceptar el pasado. Los hechos del pasado, son algo inamovible. Se
ha querido hacer una barbaridad con restos materiales valiosos, como los
talibanes. Tirar escudos que son honra del arte, o mover a los muertos, tal vez
sirva para la propaganda, pero eso no devuelve los agravios. Está bien
recuperar los restos de familiares y honrarlos, pero eso nada tiene que ver con
manejar la momia de Franco con fines publicitarios. La Memoria Democrática es
un anhelo excesivo de venganza y sectario. Aceptemos que aquí hubo una guerra.
Y la ganó Franco. Y hubo una represión horrible, injusta y criminal, Muy mal.
Esa es nuestra carga, nuestra vergüenza. Pero había un pacto. Suárez tiene como
epitafio en el claustro de la catedral de Ávila: “La concordia fue
posible”. Ignoraba el de
Cebreros lo que iba a suceder con Zapatero, al querer desenterrar el gran pacto
del 78, el gran acuerdo del consenso, y resucitar a las dos Españas de Machado
que nos helarían el corazón. Sánchez le ha seguido sin rubor. El cuadro de Duelo
a garrotazos, de Goya, se ha visto en el congreso cada semana. Necesitamos
un tiempo donde recuperar la concordia perdida.
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