No basta con decir: "Me equivoqué: fin de la cita", convirtiendo el
sintagma en un hashtag de éxito en twitter, en un debate que, como se
presuponía, no valió para nada, aunque lo que quede para la historia sea la
frasecita que no debió leer, porque iba entre paréntesis, que es tanto como
decir, como algunos novios que van a casarse por la Iglesia, y afirman: "Yo NN (en lugar del nombre), te recibo a ti, NN, como esposa, y te prometo serte fiel en
la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte
y respetarte todos los días de mi vida", que a más de uno y una se le ha escapado en lugar de
su nombre. Igualito, igualito, que el tercer
Caballero de la Triste Figura, cuando dijo aquello para la posteridad: "¡Váyase, señor González!", y fuese algún tiempo después; pero
no porque él lo dijera, sino porque lo dijeron los electores.
Hay citas
de autor, a las que un orador o escritor acude para justificar lo que se dice o
escribe. Y hay citas judiciales pendientes, mediante las cuales un juez o
tribunal ordena la comparecencia de una persona, sea parte, testigo, perito o
cualquier tercero, para realizar una diligencia que afecte a un proceso. En su
comparecencia de ayer ante el Congreso (que se realizó en el Senado, por
hallarse en obras la Cámara Baja), el presidente del Gobierno pudo hacer
`fortuna´ con su "fin de la cita", pero se olvidó, aunque recordó que
el "caso Bárcenas" está "sub iudice", de la cédulas de
citación, o citas judiciales, que están por llegar hasta dirimir judicialmente
el caso.
Es verdad
que, a estas alturas, y con todo lo que se sabe, no se atrevió a recordarnos
aquella cita de su vicesecretario general de Organización del partido, nuestro
efebo Carlos Floriano, cuando dijo aquello de que en Génova no se cobran ni
sobresueldos ni sobre nada, cuando él mismo recibe 84.846 euros anuales del
partido, que son los que declaró Ana Mato, su predecesora en el cargo, aparte de los 60.000 euros anuales
que recibe como diputado por Cáceres.
Rajoy
atacó, más que informó, para defenderse, dejando en ridículo al promotor de una
moción de censura sin sentido, puesto que quien la presenta es el que debe
ofertar su programa de gobierno y esperar un resultado conocido de antemano.
Además, si quería que el presidente hablara sobre Bárcenas, hay otras vías para
hacerlo porque, como recordó Rajoy, ni siquiera tendría que estar presente en
el hemiciclo, y menos aún responderle. Ya lo anticipó Rodríguez Ibarra cuando
días pasados afirmó en un periódico nacional que "Rubalcaba no podría plantear
honradamente una moción de censura, no es candidato de nada". Así las cosas, Rajoy fue sincero en
una cosa, al afirmar que "los hechos se resumen en dos palabras: me equivoqué
al mantener la confianza en alguien, que ahora sabemos que no la merecía",
y recordar a continuación que "cometí el error de creer a un falso
inocente, pero no el delito de encubrir a un presunto culpable". Y
despachó, en fin, la cuestión afirmando que "la carga de prueba
corresponde al que acusa, y nunca a su víctima".
Como era
previsible, el presidente no hizo de su intervención una exclusiva exculpación
de su persona, sino que adobó la escasa información sobre el ex tesorero
refiriéndose a la situación económica actual, y acusó a la oposición de
"sembrar incertidumbres", alentar "sospechas de inestabilidad",
sabotear la confianza que los españoles se han ganado en los mercados y de
sembrar incertidumbres dentro y fuera de España.
Y cómo
vieron los portavoces de la oposición el discurso del presidente. Para
Rubalcaba (PSOE), "su presencia al frente del Gobierno de España es un
problema para nuestra democracia". Durán i Lleida (CIU) se refirió a
"las sombras de sospecha, que debe desmentir para que podamos
creerle". Cayo Lara (IU) fue más allá: "Han corrompido por encima de
las posibilidades del país." Joan Coscubiela (ICV) llamó
"políticamente corrupto" al presidente por su comportamiento. Chesús
Yuste (CHA) dijo que "de la mafia no esperamos que venga la regeneración
democrática". Rosa Díez (UPyD) le
espetó: "El Estado no es usted. Es usted el que ha puesto en peligro al
Estado al permitir que el `caso Bárcenas´ se convierta en el ‘caso Rajoy´"...
Lo mejor
de todo, en suma, fue la comparecencia que tendría que haberse producido sin
que nadie se la pidiera, como en cualquier país democrático; y lo peor, las
explicaciones que devuelven lo que es público, y no público aún, a los
tribunales, que hablarán a su debido tiempo, aunque las Cortes no fueren una
comisaría; pero, por encima de todo, que el presidente de un país en crisis,
falto de credibilidad en sus instituciones y políticos, haga realidad lo que se
presumía previamente: fin de la cita, y ellos de vacaciones, y los parados que
esperen turno, que nadie les ha dado vela en este entierro para que encima
vengan pidiendo explicaciones, a un gobierno del pueblo para el pueblo, pero
sin el pueblo...
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