Un paréntesis estival me hurtó la
noticia de la muerte del primero: Jaime J. Jiménez, el artista placentino que
difundiere Plasencia por el mundo, y mi
escrito guardado en el catálogo de la última exposición en Cáceres del segundo,
"Luz y silencio", de José Márquez Pedrera.
Conocí
a Jaime J. Jiménez a primeros de los 70 en Plasencia, cuando ya hubiere lanzado
al mundo su serie de litografías sobre la ciudad monumental de su ciudad, a
plumilla. Todavía conservo uno de esos cuadernos. Falleció el pasado 25 de julio, a los 85
años. Apenas hubiere esa noticia suya en Internet, junto al homenaje que se le
rindiere en 2003 por
toda una vida de obras dedicadas a Plasencia. Dio más a su ciudad de lo que
ella le correspondiere. Trabajó en Caja Plasencia. Honró a su ciudad pintándola
y difundiéndola por el mundo. No se quedare corta la concejala de Cultura de
entonces, Lidia Regidor, en aquella muestra de Las Claras, que reuniere 75 de
sus obras en 2003. Quizá se quedó corto el ayuntamiento en el reconocimiento a
su obra, aún viva.
José
Márquez Pedrera (Cáceres, 1944) cerró su muestra en la sala de arte "El
Brocense" de su ciudad natal el 12 de julio, vísperas de mi marcha de
Cáceres, cuando, tras visitar su muestra por dos veces, recordare Madurodam, el
parque en miniatura, a escala 1,25, que reprodujere algunos de los lugares más
emblemáticos de los Países Bajos, en La Haya, donde es posible contemplar
reproducciones de los monumentos más conocidos de Holanda. No fue otro el
recuerdo y la evocación que me trajo su obra, "una muestra distinta",
me dijo antes de abrirla. Y hubiere la razón toda quien uniere en ella pintura
y escultura, fusionadas, y que mostrare su evolución pictórica desde
los "collages" hasta la transformación de la línea curva en recta
y el paso al constructivismo lineal. "Luz y silencio", como aquella
otra, que pareciere una ciudad dormida, a tus pies, donde la materia lumínica
emerge como los rascacielos de Dubai. Pararrayos de luz y silencio; árboles
resplandecientes en sus troncos y ramas, solos, sin un alma por sus calles, sin
vehículos ni acerados, hechos para vivir y contemplarlos, quizá desde una
esquina, viendo la horizontalidad toda de formas geométricas sobre la luz en el
silencio impuesto. Y junto a esa ciudad, otra visión de luz y color en sus
cuadros en los que aquel se funde con la materia, sobresaliendo de entre la
geometría de rectángulos, paralelas y cuadrados, en hileras de colores que
semejan alineaciones de banderas que orlaren la ciudad dormida. Materia hecha
arte cuando, domeñada, se la impregna de luz y color, y se ofrece al espectador
como construcción que motivare mil y una lecturas. Pues qué otra cosa fuere el
arte sino la interpretación de la realidad, múltiple y variada, como la vida
misma, y el iris de Márquez Pedrera, iluminado por la luz de Cáceres, la ciudad
de la luz y el silencio, que emanan de la Montaña, o de Carmen y Raquel, sus
otras luces.
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