Es triste morir en Navidad; más
aún a los 72 años, a cuatro días de los 73. Creo que fuiste a Düsseldorf, en
los sesenta, a buscarte la vida, como tantos españoles. Te fuiste con Pepi, tu
esposa; a fraguar tu vida para volver; a la espera de Adrián y Paula. Ignoraba
que fueras abuelo ya, tocayo del alma, con quien tantos afanes compartimos,
conversaciones de café y de fútbol.
Pensaba
en ti; quería ir un día a Torreorgaz para hablar, quizá por última vez,
contigo. Tanto como hablamos, como compartimos, como vivimos, y te has ido sin
decir adiós. Como casi todos. Sería quizás en Düsseldorf a donde fuiste. Veinte
años quizá, para volver y vivir de tu bar otros tantos; como tus cuñados; como
tantos españoles, cuando no había otra cosa. Cerca de mi casa, en
"Pantrigo", tenías a Andrea, tu hermana, a la que visitabas de cuando
en cuando. Se jubilaron, como tú. Otros han seguido con el negocio. Veinte años
en Alemania, veinte en España con un bar para vivir. Hoy, los jóvenes no tienen
contrato si no saben el idioma; ni siquiera hay negocios para vivir, ni
contratos a los que asirse.
Cuando
llegamos cerca de ti me preguntaste si por la tarde también trabajábamos.
"Claro: por la mañana se ara; por la tarde, se recolecta." No
comprendías. Enseguida, entendiste. Estábamos contigo mañana, tarde y noche. No
dabas crédito a nuestra prolongada jornada de trabajo. Te dimos vida; tú, Pepi
y Adrián nos la distéis también.
Un
día estuve en Alemania, en Heidelberg. No me olvidé de ti. Te traje un
recuerdo. Me lo agradeciste tanto, como cuando ganamos la octava y la novena,
que no pude ver en directo; pero me esperaste y compartimos el triunfo.
Nos
llenaste de sonrisas, de conversaciones, de rabas de calamares; de cafés, cañas
y copas. Fuiste nuestra prolongación del trabajo; nuestro descanso, nuestro
ocio, nuestro fin sin fin hasta que un día te dejamos. Volví a verte en tu bar
y en el lugar que nunca quisimos; en "Pantrigo", con Andrea, y en el
hospital con Pepi, cuando tu cuerpo iba menguando por la enfermedad. Te
visitaba en tu lecho, como iré a Torreorgaz a orar en tu tumba. Recordaré allí
los doce años de gloria contigo; tu bar sin ti, con otros patronos, pero
siempre tu memoria, Félix Pulido, inhumado esta mañana en tu pueblo, de donde
partiste un día para volver ya para siempre. Adiós, tocayo, amigo, para
siempre. Vi tu esquela al salir de otro funeral. La vida nace para morir; pero
en ti trasciende en los tuyos y en quienes, al pasar por tu bar, ya cerrado,
como tu luz, recordemos tu alegría de servicio, como la de Pepi y Adrián, tus
luces en la tierra, junto a Sara.
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