Ha llegado la hora. Se
han acabado las palabras todas. Reina el silencio en plazas, calles, teatros y
cosos. Las banderolas seguirán reclamando la atención de los transeúntes cuando
ya debieren haberse arriado; proseguirán durante días, cuando el presente deje
de serlo y principie el futuro. La jornada de reflexión da paso al día del
habla. Las voces que pedían el voto han enmudecido. Es la hora de la verdad, la
del habla definitiva del pueblo, depositario de la soberanía que decide. Los
actores se acuartelan, a la espera de las voces silenciosas que --ahora sí--
saldrán de las urnas para dar paso al segundo tiempo del partido, inconcluso
aún, apenas nasciturus.
Todo dicho ya; pero quizá los actores hubieren de hablar
porque las mayorías absolutas han terminado. Ha finalizado el presente;
comienza el futuro. Nunca quizá como, desde 1982, los esquemas tradicionales
--el bipartidismo, que gobernare en España desde entonces--, hubieren quebrado.
El poder se ramifica en varias ramas más que emergen del tronco común que antes
sostuvieren el Estado. No un recambio, sino otro cambio, ampliado no a una sola
fuerza política; sino a cuatro o más, que requieren de otra cultura desconocida
en nuestro suelo patrio: el pacto, apenas ensayado entre las fuerzas
mayoritarias que, hasta ahora, rigieren nuestros destinos.
Los emergentes han asumido el clamor de un pueblo que, de dominador
de medio mundo en el siglo XVI --en cuyos confines no se ponía el sol--, retrocedió
a la Edad Media entre guerras, pronunciamientos militares, dictaduras..., que
no hicieren otra cosa sino enterrarle a sí mismo en la noche de los tiempos.
La crisis hizo explotar a un pueblo, cuya clase media, sostén del mismo, saltó
por los aires hecha pedazos, y sobre la que se hecho recaer con más virulencia
su costo. El desempleo, la corrupción, los desahucios, los recortes de derechos
consagrados en la Constitución; la sanidad y la educación universales,
empobrecidas por aquellos; las pensiones, el copago..., todo marchitado en una
sociedad que hoy sobrevive gracias a la solidaridad familiar, a trabajos
precarios, a la economía sumergida..., quizá muy pronto al mercado del trueque
y al contrabando, como en los viejos tiempos; a la fuga de la fuerza del
trabajo y la inteligencia, donde no reinare el sol. Hay una España rica, cada
día más rica; y otra España empobrecida, cada día más pobre; una España de los
corruptos y otra de mendigos que solicitan caridad en la calle y que come
gracias a Cáritas. Mientras los capitales huyen fuera, al abrigo, para
resguardarse ante lo que pueda venir, quienes nada tienen son perseguidos por
el fisco para sostener lo que no puede sostenerse: una España desmembrada en
diecisiete Españas...
No siempre el querer fue poder: mientras unos conjugan en
infinitivo, forma verbal no finita, sin distinguir personas, número ni tiempo,
otros apelan a construir el futuro entre todos; y otros, en fin, reclaman la
hora y un cambio, que pareciere no llegar para los más necesitados. "El
comer y el rascar, todo es empezar." Solo que aquí no tenemos cultura del
pacto --no hubiéremos tenido un pentapartito, a la italiana, coalición
gobernante en el país transalpino entre 1980 y 1982--, ni podríamos estar un
año sin gobierno que nos guiare, como en Bélgica, que en noviembre de 2011
acumulaba 500
días sin gobierno, con datos económicos envidiables, y
mejoras sustanciales en paro, déficit y salario mínimo. (Véase lainformacion.com, de 11/11/2011). Tan
solo los funcionarios, tan denostados, podrían llevar la maquinaria del Estado;
pero España es diferente: necesita mano de hierro y guante de seda. Nada más
ilustrativa, aun exagerada, que aquella pintada anónima del posfranquismo:
"Españoles: no se os puede dejar solos..." Y ahora, hoy, mañana, nos
encontramos de nuevo frente a nuestro destino, con la papeleta escrita que se
alzare como una voz al futuro, a la esperanza de una sociedad más igualitaria,
en la que los derechos del hombre no se vean siempre en zona azul, y bajo
tierra, aparcados como vehículos que contaminaren la atmósfera de este bello
planeta azul, cada día más negro...
Hoy y mañana termina el presente. A partir del lunes
comenzará el futuro, tan solo escrito con nuestra voz y voto, tributarios de
aquel por decidir... Los árbitros electos principiarán el segundo tiempo del
partido, y los electores serán simples espectadores de un tablero en el que no
están invitados a participar, porque ya lo hicieren hoy, cuando los árbitros
pongan con su silbato el punto final a la Liga de las estrellas; solo entonces,
cuando sea otra luz la que nos pueda alumbrar el mañana. Como en los versos de Antonio Machado --recordados por Adolfo Suárez en su investidura como
presidente, el 09/06/1976: "Estoy abierto al mañana./Mañana al infinito./
Hombres de España: ni el pasado ha muerto,/ ni está el mañana y el ayer
escrito." Entre presente y futuro...
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