Es verdad que
hubo un tiempo que España pudo con Francia: frenó a Napoleón, echó de su tierra
a los afrancesados que nos impusiere...; pero eso ya es historia. Hoy son
países vecinos y amigos; defienden el futuro integrados en la Unión y otros
organismos internacionales; pero España no es Francia. Nunca España se uniría
como Francia para luchar a una contra el terrorismo; cantaría su himno, "La Marsellesa", a capella en quince días como no lo
hiciere durante años ante una guerra declarada por la sinrazón; los socialistas
se unirían el pasado domingo con la derecha en la segunda vuelta para frenar el
avance electoral de la ultraderecha; ganó la derecha lo que no logró en primera
vuelta; pero el
artífice del triunfo fueron los socialistas y todavía más:
el exprimer ministro Jean-Pierre Raffarin pide unir fuerzas con el
Gobierno socialista para batir juntos al Frente Nacional de Marine Le Pen. (Véase internacional.elpais.com, de
14/12/2015).
Mientras Francia da muestras de unidad, España lo hace al
revés: Francia se une contra el yihadismo y España cojea de un pie en el pacto.
Tras los atentados de París el pasado mes de noviembre, Mariano Rajoy, presidente del Gobierno español, y el secretario
general del PSOE, Pedro Sánchez, firman
en Madrid el Acuerdo para afianzar la unidad en defensa de las libertades y en
la lucha contra el terrorismo, más conocido como pacto contra el yihadismo o
pacto antiyihadista. Al pacto se unen Ciudadanos (C´s), Coalición Canaria (CC),
Foro Asturias (FAC), el Partido Aragonés (PAR), Unión del Pueblo Navarro (UPN),
Unió y Unión Progreso y Democracia (UPyD); lo rechazan, empero, CDC, ERC, IU,
PNV y Podemos.
Este último se integra como observador. (Véase abc.es/españa, de 26/11/2015).
¿Qué podríamos esperar, pues, del gran debate nacional de
ayer noche entre los dos primeros partidos que aspiran a gobernar España ante
las elecciones del próximo domingo? La llamada por el moderador como
"entrevista de trabajo" en la que se contrata al mejor, se torna en
una lucha dialéctica, como si de un combate de boxeo se tratare, en el que más
que las propuestas, llueven, como fuera del plató, las descalificaciones y los
insultos, a los que tan propensos somos los españoles. Sin embargo, que esto
ocurra entre los principales líderes que debaten para ganarse la confianza de
sus conciudadanos el próximo domingo, resulta patético. Pasado frente a futuro,
la bronca frente a la dialéctica; la descalificación y la provocación en lugar
de la oratoria persuasiva. Un presidente y candidato acorralado frente a otro
candidato arrollador; el veterano gestor político frente al joven inexperto que
utiliza la descalificación para agredir, no para convencer. Por un momento,
temimos que el presidente, allí candidato, Mariano
Rajoy, se levantara de la mesa tras exclamar: "¡Hasta aquí hemos
llegado!", tras espetarle Pedro
Sánchez su papel principal en los casos de corrupción y llamarle "indecente".
El primero le respondió llamándole "ruin, mezquino, miserable y
deleznable". Y a partir de ahí, el socialista se ensañó con el popular, al
que vimos nervioso, con la mirada perdida, aun dueño de sí. No hubo respuesta a
la idea de España; sobró en exceso el tema de la corrupción, con la que el
oponente quiso poner contra las cuerdas al primer candidato, todavía sub iudice; estuvo de más un pasado
económico ya conocido frente a un futuro por resolver; se cruzaron acusaciones
por la herencia recibida de Zapatero
y el rescate bancario y por el futuro de las pensiones... Otro momento de
tensión surgió cuando Sánchez acusó
a Rajoy de "recortar el derecho
de las mujeres a ser madres", contestado por este como
"intolerable" y con un "¡Aclárese!", nunca aclarado. Llovía
sobre mojado y tampoco se respondió a la pregunta sobre Cataluña. Sánchez acusaba y Rajoy defendía su honor, calificando la intervención del primero
como "ruin" y "mezquina"; defendió la perseverancia para
garantizar el empleo y las pensiones, la lucha contra el terrorismo y la unidad
nacional --los cuatro ejes principales de la próxima legislatura--, mientras
que Pedro Sánchez insistía en que su
partido es la única alternativa de cambio real en este momento de España... Eso
lo dirán los españoles el domingo. Mientras, Rivera e Iglesias
asistían impávidos ante el espectáculo, que a muchos llevó a la cama en el
descanso, conscientes de que el bipartidismo ha muerto, y ellos tendrán la sartén por el mango en una España
necesitada de cambio. En verdad, España no es Francia y sus políticos no están
a la altura de sus problemas, necesidades y futuro... Podrían tomar lecciones
de los países vecinos y aprender de paso algo más que sus lenguas: la defensa
de un país frente a sus enemigos, a veces más dentro que fuera de él.
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