Son inocentes quienes
no dañan ni ofenden; los libres de culpa y cargo de los que fueren acusados o
encarcelados; los ingenuos o sin malicia; los niños que aún no han alcanzado
razón suficiente; los adultos que presentan una discapacidad de tipo mental que
les impide actuar y pensar con normalidad. El inocente no es ignorante. La
carencia de conocimiento no supone maldad. ¿Cuál es, pues, el símbolo de la
inocencia? Los niños menores de 2 años
de Belén, a quien el rey Herodes I el
Grande mandó matar para deshacerse de quien, nacido en esa aldea, habría de
ser el rey de reyes? Los Santos Inocentes del rey judío eran inocentes sin
razón suficiente, así como Jesús, el
elegido, que se libró de la matanza, porque naciere para redimir los pecados de
los hombres con malicia, también contra la inocencia. El símbolo de la
inocencia es una joven coronada con flores, que aparece lavándose las manos en
una jofaina sobre un pedestal y que, en su proximidad, tiene un cordero blanco.
No dañan ni ofenden los inocentes de verdad porque no
tienen malicia en sus acciones. Sí lo son quienes despliegan un comportamiento
ingenuo. Son más inocentes los que engañan que los fáciles de engañar por ser
confiados. Hay una inocencia obligada por la edad y por los ebrios (en su boca
está la verdad); la de los discapacitados que no son como todos, aunque lo
aparenten, por su discapacidad mental; otros hubiere por su ignorancia. Los
santos inocentes extremeños de Delibes
--novela ambientada en los años 60 en un cortijo extremeño-- unen a su
ignorancia la discapacidad de Azarías,
cuya única preocupación es la cría de su milana
bonita; o Charito, la Niña Chica, deficiente mental, siempre
en su cuna, quienes, junto a Paco y Régula, y sus otros tres hijos --Nieves, Quirce y Rogelio-- viven
en una humilde vivienda, obedeciendo a sus amos, soportando humillaciones sin
queja alguna. Sus personajes --como el título de la novela y la festividad del
día-- son, por tan sencillos, puros, inocentes e íntegros. La candidez de los
personajes no es sinónima, a pesar de su incultura, de la inocencia; más bien
de la resignación ante su suerte: la opresión de los señores. Son inocentes del
alma, como los de Herodes. Son más
inocentes los de la vida misma: aquellos que cantan victoria por no asumir su
derrota; quienes, victoriosos, asumen la victoria como el principio y el final
de lo que otros no pueden asumir. Son inocentes los seres humanos que han
perdido la inocencia, porque les han arrebatado las libertades todas de su
condición de seres libres; los niños refugiados de hoy, caídos sobre la arena,
que huyen del fuego cruzado que les arrebatare su vida inocente; quienes
confían en predicadores de paz cuando parecen llamar a la guerra. Frente a la
inocencia de los inocentes, la malicia de los perversos. No solo son inocentes
los bebés sacrificados por Herodes.
Hay otras inocencias perdidas en el caminar de la vida. La cantante Mari Trini --Maritrini-- (Caravaca de
la Cruz, 1947; Murcia, 2009) la fijaba en su canción "Ayer" (1971) a los 20
años: "Ayer veinte años cumplí/ La inocencia perdí/ Desaté el corazón...
Ayer treinta años cumplí,/Todo el porvenir/ Se alejaba de mí..."
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