viernes, 30 de mayo de 2008

Hechos y palabras en la dimisión de Redondo

Al final, al historiador que es José Antonio Redondo no le ha quedado más remedio que recurrir a la cultura clásica y a la Historia para reclamar su derecho a ser juzgado por los hechos y no por las palabras ("facta, non verba"); pero el alcalde dimisionario ya de Trujillo ha querido añadir una conjunción copulativa al proverbio latino: "facta et verba" (hechos y palabras).Se puso en manos de la justicia para ser juzgado, y lo fue; en manos de su partido, a quien no quiso atar su destino, y le fue aceptada la dimisión. Sólo faltaba el trámite anunciado, que ha puesto nerviosa a la oposición y también a algunos cronistas, a los que solo les ha faltado tildarle de mentiroso. Ahora, se pone en manos de la Historia que habrá de juzgar sus hechos y palabras.

Importan en un político más los hechos que las palabras. "Por sus obras los conoceréis", dijo Jesucristo; pero convertidos todos en jueces implacables ante su destino, pareciere que no bastare con la condena de la Justicia, sino que hubiere de ser condenado a muerte, y muerte en cruz, por el simple hecho de retrasar unos días su dimisión anunciada para preparar el camino de la sucesión.

Nadie le pidió su dimisión; nada ni nadie le ha forzado su camino. Sólo a él, no inhabilitado por la sentencia, cabría exígírsele el cumplimiento de su palabra. Y se ha hecho de forma exagerada, casi rayana en el linchamiento político y personal. Quizá porque él no fue un alcalde cualquiera, ni Trujillo es una ciudad cualquiera, tampoco. Lo dijo muy claro en sus últimas palabras ante el pleno: "Las decisiones personales las toman las personas; los tiempos, el partido." La decisión personal era ahora solo suya; el partido ya había marcado su tiempo.

Al invocar los hechos junto a las palabras, Redondo apela a la Historia que reúne aciertos y errores, para expresar en el fiel de la balanza que unos deben compensar los otros; que nadie puede ser descalificado por un delito humano, juzgado y sentenciado, sino por el conjunto de sus hechos y palabras, más aún en el ámbito político. Y el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra.

Ha solicitado el político en su despedida que le juzguen si sus palabras no coinciden con los hechos. ¿No han coincidido quizás en este caso? No puede afirmarse que la tardanza en hacerla efectiva haya originado una situación de desgobierno de la ciudad, si acaso de incertidumbre para quienes solicitaban también su cabeza. ¡Qué fácil es juzgar a un político ya juzgado para, defenestrándole a él, tratar de manchar el buen nombre de su partido!, sobre todo si éste ha asumido el poder limpiamente durante nueve años. "A río revuelto, ganancia de pescadores."

¿Qué clase de desgobierno puede afirmarse de la actitud de un alcalde que se mantiene sereno y juicioso durante todo el pleno? Que ofrece explicaciones que ya han sido dadas en todos los puntos, y que nadie de la oposición parecía entender, porque simplemente pedían y se interesaban por su cabeza. Sólo eso en ruegos y preguntas: "¿Dimite o no? Confirme la fecha, en todo caso..." A la oposición solo parecía interesarle eso. Pues bien, ahí tenéis mi cabeza, sentenció Redondo. "Panem et circenses". El espectáculo ha terminado. El telón no se cierra, empero, para Trujillo. Ojalá esa oposición que tanto deseaba su marcha sea capaz, junto al futuro gobierno, de reconducir a la ciudad por el buen camino y que no haya más asuntos para su futuro que se dejen sobre la mesa.

Redondo se marcha sin rencor a nadie. El rencor solo anida en quienes se alegran de la desgracia ajena y no admiten con humildad su propia derrota; en quienes ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio; en quienes asumen las prisas como una buena consejera, sin ir despacio para no tropezar dos veces en la misma piedra. Como otros; como quienes predican a los demás lo que por sí mismos no cumplieren, ni desearen cumplir. Y menos aún que se lo instasen a diario. Como si en ello nos fuere la vida; como si en la decisión nos fuese la muerte. Cuando la política es vida y el rencor, nuestra propia muerte.

jueves, 29 de mayo de 2008

Oda al capitán Fernández

Capitán de la fiel Infantería
Mecenas de escritores sin voz
Adalid de la libertad expresiva
Padrino de soldados sin hoz.

Nadie sin conocerle creyera
Que por su madre dejó el uniforme
Que por la libertad dejó sin dejar su bandera
E izó otra bandera que todo el mundo asumiera.

Capitán de fatigas sin desmayo
Periodista sin enseña por bandera
Que mira sin mirar de soslayo
Y asume Extremadura por bandera.

España era tu fiel destino
Que fijara su esplendor de mozo
Extremadura fue con todo tino
Tus ansias juveniles de alborozo.

¡Oh, capitán, mi capitán!
No mires de reojo
Las miradas de enojo
Las voces que te asedien
Las críticas que envilecen
Las negativas de los sin ojo.

Capitán de bandera
Solo tu bandera de España
La nuestra de Extremadura
Emerge en el páramo
De la soledad sin enseña
De la orfandad por desventura.

España es nuestra bandera
Extremaduraaldía la enseña
Bandera de Extremadura
España por toda bandera.

martes, 27 de mayo de 2008

Esplendor de Cáceres soñada

Primavera avanzada, vísperas de san Fernando, y Cáceres fulge en esplendores de primavera. Subsume, en esta estación, la vetusta y la nueva ciudad su eterna primavera inacabada. Primavera en su “otoño de la Edad Media”, patrimonio del mundo, porque en él reinó siempre una primavera inacabada. Primavera renacida en sus jardines; múltiple primavera de la periferia, expansiva de nidos humanos para la primavera de sus vidas. Primavera que estalla en su juventud de mil y un colores de primavera. Primavera de flores, de feria y fiestas. Primavera urbanística para la fauna humana; de vuelos de cigüeñas blancas sobre sus torres desmochadas, ave de Cáceres testigo ya de su primavera en las cuatro estaciones. Primavera de niños en el ferial; primavera que renueva poderes sobre la propia primavera amada. Cáceres, otoño de la Edad Media, eterna primavera en la Edad Contemporánea, condensada en un horizonte de sus velos de plata.

Sueño de Cáceres en el renacimiento vivo de su casco intramuros, habitable y habitado; en un nuevo plan urbano que reafirme su futuro; en el hospital que velará por nuestra salud; en las grandes firmas comerciales que la harán más grande; en el nuevo polígono que evite la huida de sus empresarios; sueño de Cáceres en los servicios necesarios, en atención social y jardines; sueño de un centro de ocio juvenil en el que todos tengan cabida y a nadie moleste; sueño próximo de un deporte que apasiona y de otro dormido; de estacionamientos que velen por la pureza de un casco antiguo no pensado para los coches, pero sí para el comercio y el reencuentro; en los ingenieros por venir que reemplazarán a los soldados de ayer; sueño de una vida digna y de trabajo para todos: discapacitados, hombres y mujeres, dependientes o no, en la atención a ellos debida. Sueño de infraestructuras en obras y proyectos que nos sitúen en la Terminal de España: palacio de congresos, aeropuerto, alta velocidad…

Cáceres es también un sueño de esperanza a fecha fija: 2016. Remedio de nuestra inadvertencia sufrida durante años. Nuestra entrada cultural en Europa por la puerta de España; pero no será nuestra nación y la nación de naciones quienes nos abran esa puerta. Han de ser los cacereños y extremeños todos los que forjen y hagan realidad el sueño compartido. No es una utopía; es un sueño de día y de noche. Los sueños de noche, sueños son; los de día nos impulsan a hacerlos posibles porque surgen de un proyecto colectivo que emana de otro político como deseo de la voluntad popular. Los círculos de colores constituyeron un prólogo, en balcones y fachadas, como punto de partida, socialmente consentidos. Asumió la ciudad ese sueño. Toca ahora vestir a la novia para que, en las vísperas, sea la elegida. No es sueño de noche; es un sueño de día en el esplendor de la ciudad soñada, la ensoñación de Cáceres en el esplendor de sus vísperas, la LEB de oro en aquel sueño que fue de oro y plata.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Un referente de Extremadura

Primero convirtió a la Junta de Extremadura en referente y referencia de la región; después logró que Extremadura fuera referente en España. Él mismo devino, andando el tiempo, en ser referente de Extremadura. Y, desde hoy, Extremadura es referencia en su pecho y siempre en su corazón.

Referencia y coherencia. Son los dos términos que ha destacado de él su sucesor tras entregarle la Medalla de Extremadura. No podría ser referente quien asume la incoherencia con posiciones anteriores. Juan Carlos Rodríguez Ibarra ha sido la referencia y la coherencia. La primera por su destacado papel al frente de sus distintos gobiernos y por su gestión; la segunda por su actitud lógica y consecuente respecto a posiciones que siempre mantuvo.

Al subrayar en él estas dos virtudes, el Presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, ha incidido en el porqué de una concesión: por sus méritos y servicios dentro y fuera de la región que, en su persona, “alcanza su máxima expresión”, según el Decreto 82/2008, de 9 de mayo, de concesión de la Medalla de Extremadura.

El referente de Extremadura hizo de Extremadura una referencia en España; de la Junta, una referencia de Extremadura, para lo bueno y para lo malo. En pocos años, primero la casa; después, la referencia en la casa mayor que llamamos España. No era Extremadura referencia en España, menos aún referente. Contaba hace poco el ex Presidente que hasta que un taxista no llamó su atención en Madrid para saludarle al grito de: ¡Eh, paisano!”, no tuvo conciencia de que la región era una referencia en España, quizá de que él mismo fuera referente de Extremadura en España.

Nadie podrá negarle tampoco su coherencia. Quien hizo del servicio a su tierra y sus gentes una actitud consecuente con sus principios, es coherente. Lo incoherente hubiera sido marcharse a la Corte, ser incoherente con Extremadura. Lo ha recordado también el Presidente Vara cuando fuera de Extremadura le preguntan: “¿Pero es verdad que por fin se ha ido a la Universidad?” Frente a los incoherentes que pusieren en duda sus principios, la coherencia con los postulados anteriores.

Algo más de un mes le queda aún para terminar su último acto con Extremadura: el relevo en la Secretaría General de su partido. Un acto más de coherencia para un ser coherente que no cree en las bicefalias, aunque ésta no haya sido impedimento alguno en la andadura final de la “voz” de Extremadura en España, la voz de los sin voz que nunca la tuvieron en Extremadura y que, gracias a su liderazgo, fueron también referencia en España.

jueves, 15 de mayo de 2008

Ética y estética en la dimisión de un alcalde

La dimisión voluntaria de su cargo del alcalde de Trujillo, José Antonio Redondo, tras la condena del Juzgado de lo Penal de Cáceres por un delito contra la seguridad en el tráfico, independientemente de cualesquiera otras interpretaciones efectuadas en los últimos días por otras formaciones políticas, trae a colación un aspecto no por novedoso menos importante y que pasa generalmente inadvertido en circunstancias como la que comentamos. Se trata de la ética y estética del comportamiento político.

A un político electo se le exige, y debe exigírsele, más que a un ciudadano normal. El valor no se le supone; la audacia va implícita en el cargo; su rectitud y probidad deben ser inherentes a la confianza en él depositada. No puede el político ser ni piedra de escándalo ni estar por encima del imperio de la ley que a todos atañe. Pagará sus yerros como se ensalzan sus virtudes. El político no es infalible y está sujeto al error, como cualquier mortal. Ha de parecer honrado, como la mujer del César, aunque aquella no lo fuere. Todo eso y más se le exige al político.

Los deslices del político son, por lo general, jaleados sin piedad y sin perdón por quienes acaso no confiesen sus pecados, no porque no los hubieren cometido, sino porque los ocultan o no son descubiertos. La sana discrepancia política se enturbia por quienes ven en el error humano, en la dimisión voluntariamente aceptada del político, un triunfo propio y una derrota del adversario, un campo abierto sin minar para hilar condena tras condena a quien ya ha sido condenado y la acepta con la humildad del político: su dimisión.

La penitencia del político honesto no reside solo en la condena del juez, sino en la más vil condena de otros hombres no jueces que juzgan también una causa ya juzgada; quienes hacen leña del árbol caído y someten a juicio descarnado la intimidad personal y política del hombre limpio hasta que tropezó una vez. Como si la mancha del pecado no pudiera lavarse con la penitencia; como si los juzgadores fueran todos concebidos sin mancha y por ello mismo, jamás la hubieren en sus vidas.

El perdón no excluye el olvido ni el olvido la clemencia. El corazón humano tiende más al perdón que al olvido. La humanidad es más humana cuanto más perdona, porque nadie está libre de pecado.

No debiera escandalizar tanto en democracia un yerro político como otros consentidos; los ajenos más que los propios; los de aquellos que tapan sus vergüenzas juzgando lo que no debieren; quienes se solazan con la desgracia ajena, cuando la propia la guardan en su pajar; aquellos otros portavoces de causas perdidas, incapaces de ver en sus propios pecados su penitencia.

La dimisión de José Antonio Redondo es ética y estética. Ética porque es conforme a la moral que se le supone al político; y estética porque entra de lleno en el conjunto de elementos que caracterizan a un determinado partido político, como al que pertenece: el PSOE.

El sentido de la responsabilidad en el trabajo, que es uno de los primeros deberes del militante del PSOE (Título I, capítulo II, artículo 7-2 de los Estatutos Federales) abonan la ética y estética de un acto que honra a los socialistas y al pueblo que le eligió y a otros voceros de la oposición les envilece, porque ellos no están acostumbrados a renunciar a sus cargos, aunque el pueblo les dé la espalda y, además, asumen la estrategia de la confusión al pretender dar lecciones de autoridad moral cuando no reconocen ni sus propios pecados.

Como ha afirmado el presidente de la Junta de Extremadura, no “es preciso que se le condene tres veces lo que ha hecho”. Y eso es exactamente lo que ocurre con Redondo por quien Trujillo, a pesar de ellos, es hoy más Trujillo, de la mano de un profesor que aprendió en los clásicos la ética y la estética socialistas y de esa mano y de su inteligencia dio a su pueblo lo mejor que supo y pudo.

jueves, 8 de mayo de 2008

El retiro del guerrero

Las reglas de oro del político son tres: saber entrar, saber estar y saber retirarse. Unos entran sin desearlo, o buscándolo; otros saben estar y perduran, porque el pueblo les quiere y, finalmente, saben retirarse a tiempo. Quienes incumplen algunas de las tres reglas no pasarán a la historia de los políticos que saben escribir la historia con los reglones que les dicta el pueblo..

No es nadie el político sin el concurso del partido que le apoya y le aúpa; menos aún sin el pueblo que le confirma. Entre ambos escriben la historia, la que desean no solo para sí, sino para sus descendientes.

Ya en el poder, el político debe asumir que el poder lo ostenta, pero no le pertenece. Si no asumiere tal premisa, no sería político; sería un actor secundario de la política, que no sabría estar, ni menos retirarse a tiempo sino en retirada forzada. El poder no es eterno; es circunstancial. El poder se delega; no se otorga indefinidamente. El poder se asume para servir, no para servirse de él. Requiere el político la humildad del servidor, no la arrogancia de los dictadores, que nunca entraron como debieran, ni supieron estar, ni deseaban acaso retirarse. La democracia puede depurar las desviaciones del poder; también el partido, el pueblo mismo que delega su soberanía en las instituciones ostentadoras del poder.

Hace hoy veinticinco años, los extremeños asumieron el poder por vez primera y lo delegaron en quienes aspiraban a tomar las riendas de su futuro. Eligieron un presidente, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que les gobernó por esa voluntad delegada durante veinticuatro años. Transformó ese hombre Extremadura; le confirió la dignidad que nunca tuvo su tierra; pero un día -en septiembre hará dos años-- decidió libremente que había llegado su hora. Marcó en breve tiempo su agenda: la elección del sucesor, allanarle el camino, proyectarle desde la sombra y, tras la confirmación del pueblo, retirarse a tiempo.

Algunos no creían que se retirara del todo. Le ofrecieron oropeles en la corte, para no bajarse nunca más del coche: “del coche oficial, al coche fúnebre”, dijo en la campaña electoral. Todo lo rechazó quien se ató voluntariamente a su tierra de por vida. No creían sus adversarios que volviera a las aulas y tornó a ellas. Instigaban con prebendas a las que no podría sustraerse, y a todas se negó. Ponían en duda su retirada definitiva de la política y llegó de nuevo otra hora, la definitiva: tras veinte años como secretario general del partido, anuncia su retirada del cargo. “No es lo mismo irse a que te echen”, afirmó. “Ser socialista es una actitud, una forma de pensar y de estar, que a mí no me supone ningún esfuerzo”, dijo el lunes 5 de mayo, cuatro días antes de que se cumplieran los veinticinco desde que fuera elegido.

Veinticuatro años como presidente; veinte años como secretario general de su partido, y se marcha como llegó: desde la base a la cúspide y, desde ésta, de nuevo a la base. Rodríguez Ibarra supo entrar, estar y retirarse, agradecido a su partido y a los extremeños que le otorgaron su confianza. Como un guerrero que se retira a sus cuarteles de invierno.

No hay conformismo ni resignación como auguran los meritorios de la oposición que aspiran a ocupar un poder que aún no se les ha otorgado. Lo único que hay es confianza en el sucesor, Guillermo Fernández Vara, porque la fortaleza del político no reside solo en el poder que se le otorga, sino en la sabia administración de ese poder, que su mentor vio en él y el pueblo le confirmó hará el día 27 un año. Sin él ya, ahora le corresponde hablar al partido.