domingo, 10 de julio de 2011

LOS PADRES DE LA VICTORIA, LOS HUÉRFANOS DE LA DERROTA



Desde que Napoleón Bonaparte la cincelare, la frase ha sido reiterada mil y una veces en cuantos acontecimientos la suscitaren: “La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana.”Todos se adueñan de ella, aunque no fueren copartícipes en su totalidad; en cambio, la derrota no tiene dueños, porque las culpas de todos se diluyen en la excusas de los perdedores.

No reina la victoria si antes no hubiere derrotas; no hubiere derrotas si no se supo, o pudo, mantener la victoria conquistada. De las derrotas se aprende; la victoria es un test permanente para que, quienes la obtuvieron, proclamen si son merecedores de ella; pero no hay victorias eternas ni derrotas permanentes, si en las primeras no se es humilde y en las segundas, generoso. Una máxima dice: “Hay que ser tan entero y resuelto en la derrota honrosa como generoso y humilde en la victoria.”

La victoria, aun siéndolo, “per se” en las urnas, no fuere total si no tuviere el refrendo parlamentario. Se puede ganar en ellas, pero perder aritméticamente en el Parlamento. Entonces, la victoria pesa y duele, reconvertida en derrota legítima. Se puede perder, pero ganar con alianzas, y la victoria no sería símbolo de orgullo, sino aviso para navegantes.

Hay victorias que lo fueren más por deméritos contrarios que por méritos propios; “sensu contrario”, la derrota deviene en ocasiones más por méritos ajenos que por yerros propios. En cualquier caso, mil padres hubiere la primera y más de mil, la derrota.

La victoria en buena lid trae mil coronas de laurel; la derrota, por huérfanas de padres, solo trae ríos de hiel. La victoria afianza las ideas; las derrotas, las ideologías. Frente a las ideas de los victoriosos, las ideologías de sus adversarios, porque ni estamos en el orto de las ideas ni en el crepúsculo de las ideologías, ni las unas pueden superponerse a las otras. En un tiempo, quizás, en que vende más la fortuna que la idea, la forma que el fondo, el corto que el largo plazo, la verdad que no se quiere escuchar antes que la mentira que provoque el aplauso, solo la capacidad de cambiar para adaptarse a las necesidades sociales, como acaba de afirmar Elena Valenciano, puede afianzar el mundo de las ideologías, que subsume un mundo de ideas, y no el sueño crepuscular en que se afirmare el exministro del tardofranquismo Fernández de la Mora en su obra “El crepúsculo de las ideologías” (1965).

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