jueves, 30 de abril de 2020

“DOS AÑOS DE LUTO Y SEIS MESES DE ALIVIO”


            Los períodos de duelo estaban perfectamente establecidos en nuestro país: por viudedad, dos años y seis meses de alivio de luto; por la pérdida de un hijo, otros dos años más seis meses de alivio; por padre o madre, un año y seis meses de alivio; por los abuelos y los hermanos, seis meses; por tíos y primos hermanos, tres. Incluso si tenía lugar un matrimonio durante ese periodo, la novia vestía de negro.  Las ropas se teñían una vez y otra más tarde, por el llamado alivio de luto, porque pasar del negro azabache al rojo chillón, resultaba demasiado brusco. Todo estaba previsto: antes de volver a la vida en colores, tocaba pasar por un combinado de negros y blancos, morados, grises y lilas. Hasta los años sesenta del pasado siglo, fue muy común el uso de la pena negra: un largo velo que se colocaba en el sombrero de forma que se ocultara el rostro de la penante y cubriera el vestido hasta la espalda…[1]  Las mujeres jóvenes podían encadenar durante años una serie de lutos por fallecimiento de parientes próximos, lo que les impedía asistir a bailes, cines, meriendas o cotilleos de lavaderos. Y se quedaban sin novio; o, como se acostumbraba a decir vulgarmente, acababan para vestir santos.
 
      El coronavirus ha vuelto a resucitar la cultura del luto, de la que las nuevas generaciones ya no saben nada, ni quieren saberlo, porque si acaso lo que les resulta chocante es ver vestida de luto a una persona años después de la muerte de un familiar cercano. Vamos a un funeral y ya no encontramos ni a la familia vestida de luto: vemos a gente vestida de colores vivos, chillones y estampados, como si fueran a una fiesta.
 
     Antes, después de la muerte de un familiar cercano, las mujeres se afanaban por tener sus vestidos, medias y zapatos tintados de negro, símbolo del luto en la civilización occidental. Ni tanto ni tan calvo. Ante los miles de muertos por la pandemia que sufrimos, la derecha se viste de luto (las mujeres en sus vestidos; algunos caballeros, al menos en su corbata)  y reprochan a los otros, la izquierda, su falta de sensibilidad al no llevar ni corbata, ni brazalete ni botón negros en el ojal de la chaqueta. Los tiempos cambian y las muertes parecen ser solo una estadística para quienes las hacen y las difunden. En 1987, hasta la Iglesia recomendó el morado, en lugar del negro, para los ritos mortuorios. En todo caso, lo que el cuerpo esconde, no podrá ocultarlo el alma.
 
   En 1964, Manuel Summers dirigió la película “La niña de luto” que retrataba las consecuencias de llevar luto en la España de entonces con las consecuencias que eso llevare consigo. Rocío Vázquez (María José Alfonso) es una “joven casadera”, como se decía entonces, que tiene novio: Rafael Castroviejo (Alfredo Landa), de profesión practicante. Rocío acaba de terminar un luto de seis meses por la muerte de su abuela. Ya tiene permiso para seguir las relaciones con su novio, para pasear con él, ir al cine, a la iglesia… y hablar para hacer planes para la boda interrumpida por el luto; pero, en estas, fallece su abuelo y las costumbres sociales dictan que la nieta debe llevar otros seis meses de luto. Rafael se rebela y logra convencer a Rocío para marcharse con él a Huelva (la acción se desarrolla en La Palma del Condado, un pueblo de la provincia) para casarse. Cuando todo está preparado, muere el padre de Rocío y la vida se detiene nuevamente, los planes se deshacen y las esperanzas se desvanecen. Rafael se marcha solo a Huelva. “No puedo con todo esto, Rocío”, le confiesa. Y ella le responde: “Lo comprendo, Rafael.”
 

Audrey Herburn,
vestida por Chanel (el tormes.com)
La España de la posguerra personificó, como ninguna otra, la cultura del luto, el culto a la muerte encarnado en el color símbolo de aquella. El luto es la expresión formalizada de responder a la muerte, la muestra externa de los sentimientos de pena y duelo por el fallecimiento de un ser querido, que incluye ropa de luto, esquelas y entierros. La gran modista francesa Coco Chanel (Saumur, Francia, 1883; París, 1971), abatida por la muerte prematura de su amado inglés Capel, dio un cambio radical al estilo y color del luto con su “pequeño vestido negro”, presentado en 1926, que fue calificado por la revista Vogue como “el atuendo que todo el mundo usará”. No existe mejor frase que la que dijo el diseñador Christian Dior (Granville, Francia, 1905; Montecatini Terme, Italia, 1957) al referirse al vestido negro “Puedes llevar negro a cualquier hora del día y de la noche, a cualquier edad y en cualquier ocasión. Un vestido negro es la cosa más esencial en el armario de una mujer”.[2] Desde entonces, el vestido negro, las medias y pantys negros, se han convertido en un epítome de la elegancia femenina, lejos del alcance del luto oficial de tiempos pretéritos.
 
           La costumbre de llevar ropa negra sin adornos en señal de luto se remonta al Imperio Romano, cuando la toga pulla, hecha de lana de color oscuro, se vestía en época de luto. En el antiguo Egipto, el luto se expresaba en color rojo, que era la ropa que llevaban los difuntos y el interior del féretro. Durante la Edad Media y el Renacimiento, las ropas propias del luto se llevaban por pérdidas personales y generales. En algunas zonas rurales de España, Portugal y Grecia y otros países mediterráneos, las viudas visten de negro el resto de sus vidas. Los miembros inmediatos de la familia del difunto visten de negro durante un periodo más amplio que el resto. Sin embargo, el color de luto más riguroso entre las reinas europeas medievales era el blanco en lugar del negro, costumbre que sobrevivió en España hasta finales del siglo XVI y fue de nuevo puesta en práctica por la reina Fabiola de Bélgica (Madrid, 1928; Bruselas, 2014) en el funeral de su marido, el rey Balduino I de Bélgica ( Laeken, Bruselas, 1930; Motril, Granada, 1993). En el cristianismo, el luto ha estado más asociado a la mujer que al hombre. Sin embargo, la educación y la liberación femenina se han quitado de encima el luto para toda la vida, como podemos ver en La casa de Bernarda Alba, de Lorca.
 
La casa de Bernarda Alba,
un alegato contra el luto (Infolibre.es)

   El luto oficial trasciende al personal. En caso de catástrofe o muerte de alguna persona relevante, se declara luto oficial, que regula el comportamiento de las personalidades públicas. El grado y duración del luto suelen decretarse siguiendo un protocolo establecido y puede tener varios ámbitos: nacional, regional o local. Si es a nivel nacional, el Consejo de Ministros es el encargado de determinar el tiempo de luto, que varían de un país a otro cuando fallece un Jefe del Estado y va acompañado del izado de la bandera nacional a media asta en todos los edificios públicos y buques de la Armada.
 
   El luto casi ha desaparecido desde mediados del siglo XX, aunque en los funerales se vista sobriamente: traje y corbata oscuros en los hombres y vestidos y trajes del mismo tono en las mujeres del fallecido. El luto se guarda como señal de respeto, solidaridad y homenaje por grupos concretos o circunstancias especiales. Los equipos deportivos suelen llevar brazaletes negros tras la muerte de algún miembro del equipo o persona relacionada con él, además de guardar un minuto de silencio en su memoria.

        En los momentos en que vivimos, cuatro comunidades (Madrid, Castilla y León, Murcia y Cantabria) han decretado luto oficial por los fallecidos en la pandemia. El Gobierno espera y el presidente, Pedro Sánchez,  dijo el 18 de abril: “A todas esas personas que hemos perdido, tan pronto como sea posible, les rendiremos el homenaje que todos merecen.” [3]  Madrid ya se ha adelantado. Muchas familias esperan. El país entero lo solicita. El luto se lleva por dentro, pero también hay que manifestarlo.

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[1] Vid.: Gómez Melenchón, Isabel: Lo que queda del luto, en La Vanguardia, de 31/10/2014.
 
[2] Vid.: Blog de Arturo Plaza: Little Black Dress, el básico que nunca pasa de moda, de 24 de enero.
 
[3] Vid.: El Gobierno elude cumplir el luto oficial por los muertos del coronavirus, en El Mundo, de 27/04/2020.
 

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