miércoles, 4 de enero de 2023

CUATRO MUJERES INHUMADAS EN EL VATICANO


    Una visita al Vaticano, con guía incluido, da para ver mucho, pero para observar poco. Las multitudes que se congregan cualquier día de apertura siguen a la guía, atendiendo sus explicaciones y apenas viendo las obras que explica, menos aún observando lo que sus ojos ven. Quienes vienen detrás te empujan a seguir adelante para dejar los museos y bajar a la Capilla Sixtina, donde tiene lugar el Cónclave (cum clave, bajo llave) para la elección del nuevo papa. El interior de la basílica no se incluye en la visita, ni menos aún la cripta en la que están inhumados los papas; pero la pudimos ver a solas por la tarde. Desde la Piedad de Miguel Ángel, entrando por la derecha, hasta acercarnos al baldaquino de Bernini. Sin embargo, no nos fijamos en los sepulcros de cuatro mujeres inhumadas en la basílica y en la cripta junto a los papas.

    Quiénes son estas cuatro mujeres y qué méritos hubieren para tener allí su sepulcro hasta el Día del Juicio Final. Dos reinas (Cristina de Suecia y Carlota de Chipre, la princesa polaca María Clementina Sobieska y la noble Matilde de Canosa).

Matilde de Canosa

    Por orden cronológico, nos encontramos en primer lugar con la noble Matilde de Canossa (Mantua, 1040; Bondeno de Roncore, Italia, 1115), política y aristócrata, hija de Bonifacio III de Toscana y Beatriz de Lotaringia, casada con Godofredo IV (1070) de Baja Lotaringia y Guelfo II de Baviera (1089); duquesa consorte de Lorena (1071-1076), duquesa de Spoleto (1076-1115) y vicerreina de Italia (1110-1115). Destacó como la mayor aliada del papa Gregorio VII durante la Querella de las Investiduras y participó en la mediación entre el citado papa y el emperador Enrique IV. Una serie de desgracias familiares (la muerte de su padre, su padrastro y su hermano) llevaron a Matilda a ponerse al frente de los negocios de la familia y, al igual que había hecho su madre, también se casó para asegurar su posición, con alguien muy cercano, Godofredo el Jorobado, hijo de su padrastro Godofredo el Barbudo. Aquel matrimonio de conveniencia hizo aguas muy pronto y Matilda abandonó a su marido y regresó al castillo de Canossa. Los territorios que separaban los Estados Pontificios y el Sacro Imperio Germánico controlados por Matilda, eran de especial importancia en el enfrentamiento entre Gregorio VII y el nuevo emperador Enrique IV, y Matilda, como era de esperar, se puso al lado del Papa. Aprovechando que aquel matrimonio terminó como el rosario de la aurora, Enrique IV movió ficha, se ganó la amistad del marido abandonado, Godofredo el Jorabado, y convocó el sínodo de Worms (1076), donde los 26 obispos allí reunidos, bajo la supervisión del emperador, decidieron destituir a Gregorio VII por sus pecados. El Papa no se dio por enterado y excomulgó a los obispos y el emperador (Godofredo corrió peor suerte: apareció muerto en extrañas circunstancias). El emperador entendió que había ido demasiado lejos y se arrepintió por perder el favor del vicario de Dios. Se dirigió al castillo de Canossa, donde le esperaban Matilda y el Papa, para pedir perdón. Enrique IV tuvo que permanecer tres días y tres noches a las puertas del castillo, nevando, vestido como un monje con una túnica de lana y descalzo hasta que logró el perdón papal. La paz duró poco, porque años más tarde Enrique IV entró en Roma y depuso a Gregorio, que, con mucha suerte, logró refugiarse en el castillo de Sant´Angelo. Nombró papa a Clemente III y cometió un error: abandonar Roma con Matilda libre. Esta, con su poderoso ejército, derrotó a las fuerzas del emperador y volvió a poner a Gregorio en el trono de san Pedro. A la muerte de su amigo en 1085, siguió apoyando con su ejército a los papas legítimos (Víctor III y Urbano II) y luchando contra las huestes del emperador y los antipapas nombrados por él. En su testamento, legó todas sus posesiones a la Iglesia. Tras su muerte por gota, sus restos fueron inhumados en la abadía de san Benedicto Polirone; en 1633, por voluntad del papa Urbano VIII, fueron trasladados al castillo de Sant´Angelo. En 1645, fueron llevados a la Basílica de san Pedro y sepultados en una suntuosa tumba esculpida por Bernini.

Sepulcro de Carlota de Chipre

    Carlota de Chipre (Nicosia, 1442; Roma, 1487). Hija de Juan II de Chipre y Helena Palaiologina. Estuvo casada con Juan de Coimbra (1456-1457) y Luis de Chipre desde 1459. Fue reina de Chipre (1458-1460) a los 14 años, tras la muerte de sus padres y depuesta por su hermanastro Jacobo, que obtuvo el apoyo de los mamelucos egipcios y, en menos de tres años, se hizo con Chipre y la corona. Carlota tuvo que exiliarse, primero a Roma, donde entabló una excelente relación con el papa Sixto IV y su sucesor Inocencio VIII. No tuvo hijos y la sucesión pasó a los Saboya. Una alianza entre su marido y el Papa, intentó recuperar Chipre. Murió en Roma tras cumplir los 43 años, y fue enterrada en la Basílica de san Pedro, en la capilla de san Andrés y san Gregorio de la basílica, tras un fastuoso funeral pagado de su bolsillo por Inocencio VIII.

Monumento funerario de Cristina
de Suecia en San Pedro

    Cristina de Suecia (Estocolmo, 1626; Roma, Estados Pontificios, 1689) fue hija de Gustavo II Adolfo de Suecia y María Leonor de Brandeburgo. Reina de Suecia entre 1632 y 1634. Logró firmar la Paz de Westfalia (1648), que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años, y se acercó a las potencias católicas de la época (la Francia de Luis XIV y la España de Felipe IV) y, de esta forma, estabilizó el país. La reina se convirtió en mecenas de las letras y las artes. Desde ese momento, la corte sueca fue visitada frecuentemente por muchos intelectuales y artistas europeos del momento. En 1654, la reina comunicó al Consejo su decisión de abdicar y de abandonar el reino y, además, convertirse al catolicismo en un país abanderado del protestantismo. En Roma fue recibida con fanfarrias. Alejandro VI ordenó una recepción espectacular cuando hizo su entrada en la ciudad montada en un caballo blanco. Allí se dedicó al arte y a la cultura. Abrió el primer teatro público de la ópera en Roma y formó parte de los patronos fundacionales de la academia literaria Arcadia. En su testamento dispuso que todos sus bienes fueran a la Iglesia. A pesar de ser enterrada sin ningún boato, su amigo, el cardenal Azzolino y el papa Inocencio XI, decidieron darle un funeral de Estado y enterrarla en la Basílica de san Pedro. Su monumento funerario es obra del escultor Carlo Fontana.

Memorial de María Clementina Sobieska


    María Clementina Sobieska (Olawa, Polonia, 1702; Roma, 1735). Hija de Jaime Luis Sovieski y Eudivigis Isabel de Neoburgo, matrimonió con Jacobo Francisco Eduardo Estuardo. Tuvo dos hijos, Carlos Eduardo y Enrique Benedicto. Fue una princesa polaca prometida al príncipe de Gales, Jacobo Estuardo, que no sería rey. Jorge I de Gran Bretaña se opuso al matrimonio porque temía que habría un heredero, posible competidor de su reino. Carlos VI, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, detuvo a la princesa mientras se dirigía a Italia para casarse con Jacobo Estuardo. María fue encarcelada, pero unos católicos lograron liberarla y huyó a Roma, donde quedó bajo la protección del papa Clemente XI. En 1719 se celebró la boda y fueron reconocidos como legítimos reyes de Inglaterra y Escocia. El matrimonio fue turbulento e infeliz. Al final, María se retiró de la vida pública y dedicó el resto de sus días a la oración y sometida a rituales ascéticos. Murió a los 32 años en 1735, y fue inhumada con todos los honores en la Basílica de san Pedro de Roma. El papa Benedicto XIV encargó a Pietro Bracci esculpir el memorial sobre su tumba.

    Hoy, el papa Benedicto XVI será inhumado en la tumba que ocupó Juan Pablo II hasta que fue canonizado. En 1987, cuando Juan Pablo II beatificó al que fuere obispo de Coria (1884-1886), Málaga (1886-1896) y cardenal arzobispo de Sevilla (1896-1906), Marcelo Spínola y Maestre (San Fernando, Cádiz, 1835; Sevilla, 1906), con parroquia en Cáceres, vimos salir al cardenal Ratzinger. Iba andando camino de su residencia. Hoy le veremos camino de la cripta de san Pedro. “Vita brevis est” (Hipócrates).


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