sábado, 20 de enero de 2024

“LA ESCULTURA FUNERARIA EN EXTREMADURA”


El fenómeno funerario extremeño, desde la Prehistoria hasta la actualidad, es el tema que abordan en esta nueva obra el cronista oficial de Trujillo, José Antonio Ramos Rubio, junto a José Luis Pérez Mena y Óscar de San Macario. [1] Aunque la obra está orientada al tema escultórico, tampoco pasan por alto los elementos arquitectónicos, escultóricos y de artes decorativas que jalonan las iglesias, ermitas, conventos y cementerios de la región, como hace notar en el prólogo Fabián Lavador, del Consorcio de la Ciudad Monumental.

    La muerte tiene un importante componente cultural que ha evolucionado en el tiempo. En los milenios IV-III a. C., paralelamente a la Edad del Cobre, encontramos en Extremadura las primeras manifestaciones funerarias conocidas: los megalitos (sepulcros de corredor), que acogen enterramientos colectivos. La región cuenta con importantes conjuntos funerarios, que tienen su representación histórico-artística en los dólmenes, a modo de sepulcro o tumba de tipo colectivo. Entre los más destacados pueden citarse el dolmen del Rebellado (Valverde de Leganés), el de Lácara, a 25 kilómetros de Mérida, Monumento Nacional en 1931; el de Magacela, y el de Sierra Gorda. Asimismo, caben destacar los descubiertos en la dehesa boyal de Montehermoso, el de Pradocastaño, en la Sierra de Gata; los de Valverde de Leganés y Almendral y el conjunto de Valencia de Alcántara, que censa cincuenta y cinco dólmenes. La sequía de los últimos años, ha permitido conocer el dolmen de Guadalperal, datado entre finales de los siglos V y III a. C. Y junto a los dólmenes sobresalen los menhires como conjuntos funerarios, entre los que destacan el menhir de la Palanca del Moro, o el de la Pepina, en Fregenal de la Sierra, o el del Rábano, en Valencia del Ventoso.

    El proceso de romanización en Extremadura comienza con las Guerras Lusitanas (147-139 a. C.), surgidas para apaciguar las poblaciones que amenazaban el dominio romano en el sur de la Península. Uno de los primitivos asentamientos romanos es la fundación de Medellín por el cónsul Caecilio Metello. En el 25 a. C., Octavio Augusto funda Emérita y se imponen las formas culturales, político-sociales y las costumbres romanas. El rito más importante en las necrópolis romanas es la incineración y, a partir del siglo II d. C., la inhumación. El Consorcio de Mérida ha documentado 1.015 estructuras funerarias, de las cuales 361 son estructuras de inhumación y 654 de cremación. Entre los monumentos funerarios destacan los cuppae, compuestas por uno o varios sillares que remata el conjunto en sillar rectangular. Se han encontrado un centenar empotradas en la muralla de la Alcazaba y en los Columbarios, destinados al enterramiento colectivo. Otros monumentos funerarios son la estela, monolitos verticales de distinta tipología y el sarcófago. La escultura aparece asiduamente en las construcciones funerarias entre los siglos II a. C. y II d. C. Relieves sepulcrales, estelas, monumentos y Altares funerarios pueden contemplarse en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida.

    En la Alta Edad Media fue esencial la propagación del culto a las reliquias de los mártires con la expansión del cristianismo, motivo por el que Roma consideró la religión como un peligro para el poder. En Extremadura tenemos una buena colección de reliquias en la iglesia de Santa Cruz de la Sierra, así como las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina en la iglesia de Berzocana. Asimismo, podemos considerar tanto martyrium como memoriae al recinto construido en Mérida en honor a la mártir Santa Eulalia. Los monumentos funerarios se configuran como uno de los más directos exponentes de las actitudes ante la vida y la muerte en el Medievo. En la Baja Edad Media comienzan a colocarse esculturas de animales (perros y leones) en las esquinas de los sarcófagos como protectores del difunto en el Más Allá.

    En la Edad Moderna, sobresalen en Extremadura las sepulturas de miembros de la Orden de Alcántara en la iglesia de Nuestra Señora de Almocóvar (Alcántara), la lauda sepulcral de don Lorenzo Suárez de Figueroa, en la catedral de Badajoz; el sepulcro del obispo García de Galarza en la catedral de Coria; los panteones reales del Monasterio de Guadalupe; el sepulcro de Pedro Ponce de León en la catedral de Plasencia; la estatua orante de Hernando Pizarro y yacentes de Francisca y Hernando Pizarro en Trujillo, entre otras.

    Hasta mediados del siglo XIX, el Consejo Real y las autoridades provinciales lucharon por la homogeneización inhumatoria en cementerios para toda España. La Real Orden de 2 de junio de 1833 decreta que los ayuntamientos dispondrán de los recintos creados a tal fin. Los enterramientos en iglesias serán prohibidos desde el 16 de junio de 1857. En el último tercio del siglo, las administraciones establecen unas obligaciones en la localización de los camposantos. La Real Orden de 19 de mayo de 1882 ordena que los cementerios deben emplazarse en lugar elevado, contario a la dirección de los vientos dominantes. A pesar de la tardía sistematización del arte decimonónico (neoclasicismo, eclecticismo, romanticismo) que muestran los panteones situados en la parte decimonónica en algunos cementerios extremeños, se observan las diferencias sociales existentes: la élite noble y la clase obrera, los primeros en suntuosos panteones y los segundos, en tierra o en modestos nichos. En la mayoría de los cementerios extremeños, con sabor artístico y antigüedad histórica decimonónica, encontramos un interesante y abundante repertorio iconográfico, utilizado en panteones, o de símbolos alusivos a la fugacidad de la vida.

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[1] Vid.: Ramos Rubio, José Antonio; Pérez Mena, José Luis y De San Macario Sánchez, Óscar: La escultura funeraria en Extremadura. El culto a los antepasados en la historia de Extremadura, TAU Editores, Cáceres, 2023.

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