lunes, 15 de junio de 2020

LOS ABRAZOS PERDIDOS


          Hemos perdido la pasión del abrazo. Ni vivos, ni menos a los muertos. El covid-19 ha frenado en seco esta inclinación del cariño. El roce hace el cariño; el cariño provoca el roce. Sin roce, se diluye el cariño; sin abrazos, no tiene sentido aquel. Los niños salieron de paseo y dos pequeños colegas de colegio se encontraron frente a frente. Dos meses sin verse ni jugar. Corrieron al unísono para darse un abrazo. El abrazo es la espontaneidad no prohibida del cariño, como los besos que nos ha hurtado la pandemia. Todo prohibido –el abrazo, el beso, el roce...--, cómo manifestar la necesidad de comunicar el humano amor que sintiéramos por familiares y amigos.

            Muchos han muerto sin ver por última vez a los suyos. Estos, a su vez, ni pudieren verlos ni despedirse de ellos. Iban los tres de rigor tras el féretro y preguntaban a los sepultureros: ¿De verdad es este nuestro padre o nuestra madre? Sin saberlo a ciencia cierta porque no hubieren podido verlos… ¿A quién despedimos, a quién van a inhumar…? No hubiere despedida más triste que decir adiós a un pariente próximo sin darle el último abrazo, sin decirle adiós cuando aún viviere; inhumándolo sin haberle reconocido; llevarle flores sin estar seguros de que fueren él o ella.

            Los abrazos prohibidos se han unido a los abrazos perdidos.  Ni siquiera al salir del hospital, los enfermos curados pudieren abrazar a sus salvadores. Solo aplausos en la distancia para ellos. Cariño, abrazos y besos prohibidos, pero no la mirada de gratitud, el aplauso debido que pretendiere suplir aquellos. La comunicación no verbal ha suplido los referentes del cariño. Vuelan los besos, abrazos de signos y aplausos para expresar lo que deseáramos. La banda musical alternativa española Vetusta Morla ha creado una canción para los sanitarios, defensores ante el mal. “Por los ángeles de alas verdes de los quirófanos/ Por los ángeles de alas blancas del hospital/ Por los que hacen del verbo cuidar su bandera y tu casa/ Y luchan porque nadie muera en soledad/ Cada noche aplaudimos en los balcones/ La muerte huye con sus dragones /Callamos al silencio un día más…, sus beneficios todos para la investigación de la que otros se olvidaren, como los derechos de “Resistiré”.

            El confinamiento es una cárcel en vida. Fuimos presos no solo del virus, sino de los abrazos prohibidos y perdidos, de los besos y del roce, en nuestra propia casa. Y sin ellos se diluye la expresividad del amor. Aun la custodia compartida ha impedido a padres no ver a sus hijos hasta pasados dos meses y medio. ¡Cuánto tiempo sin abrazarles, sin expresarles su cariño…! La convivencia a la fuerza, sin roce, ha devenido también en la ruptura del cariño que se le supusiere a la pareja. Como la distancia que nos separa y lo disolviere como un azucarillo. Como el virus que nos cambiare para siempre.

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