Nunca como en Nochebuena sentimos más la silla vacía alrededor de la mesa-camilla. Todos echamos de menos a quien faltare este año. No compartimos la del año anterior con quien está ausente en la cena en la que conmemoramos el nacimiento del Niño. Falta un familiar ya difunto; quizás el cónyuge, la esposa o esposo, el marido o la mujer; los hijos que están con su madre, pero no con el padre, separados; algún familiar en primer grado o en segundo… La vida se lo llevó este año y no está con nosotros para compartir la cena familiar que agrupa a la familia toda por Navidad.
Junto a la mesa tenemos el nacimiento; el árbol está encendido en la entrada; las luces de la calle alumbran la oscuridad; la familia que ha vuelto a casa por Navidad…, todo nos invita a una alegría que se torna en tristeza ante la silla vacía. Algo poderoso nos invita a ser y estar felices y, sin embargo, nos invade la nostalgia ante la ausencia del ser perdido que llevamos dentro. Vivimos el síndrome de la silla vacía. Nunca como en Navidad sentimos la alegría de las fiestas más familiares del año, que emana de la luz del portal de Belén; pero también la soledad por la pérdida de un ser querido, por una ruptura, por un distanciamiento ocasional, que pareciere irremediable.
Nadie desea estar solo en Navidad y cada vez son más los que no se ven acompañados. Asociaciones de todo tipo buscan remedio a la soledad de las personas sin familia y sin hogar y los reúnen en torno a la mesa de Nochebuena. Cenan en compañía, con su soledad a cuestas. No tienen el síndrome de la silla vacía porque viven solos; pero esa noche no deben estarlo. No sienten la tristeza, rabia o culpa de quienes recuerdan a quien faltare a la mesa del padre y de la madre.
La tristeza y la nostalgia se agudiza en la noche en que la luz brilla más que nunca y llamó a los pastores al portal. La Navidad es alegría para los más y tristeza y nostalgia para otros. El duelo de la ausencia se torna en tristeza, rabia o sentimiento de culpa, en lágrimas de llanto por la silla vacía. Como si el duelo por el dueño de esa silla vacía lo sintiéramos solo en Nochebuena más que ninguna otra noche.
No todos vuelven a casa por Navidad. No están todos los que estuvieren el pasado año. En muchos hogares reina el silencio y la tristeza por la silla vacía. Algunos se fueron hace poco y sentimos en Nochebuena más que nunca su pérdida. Otros no pueden llegar porque trabajan. Algunos porque no lo hubieren, o fueren despedidos del que tenían.
Los niños nos invitan con su alegría a vivir la misma que pregonaron los ángeles a los pastores. Venid, venid, al portal; sentaos a la mesa con vuestros padres y hermanos; cantad dichosos la Nochebuena y la Navidad. Dad gracias los que la vivís y no estéis tristes por la silla vacía. Recordad, sí, a quien falta y apoyad a familiares y amigos tristes por la ausencia. No hay felicidad obligada, pero tampoco debemos sucumbir a la nostalgia y a la tristeza cuando estamos en la compañía que hubiéremos siempre en Nochebuena y Navidad.
“¡Oh
blanca Navidad, sueño
Y
con la nieve alrededor.
Blanca
es mi primera
Y
es mensajera de paz y de puro amor.”
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