Escribimos un día, hace más de un año (véase
Mérida en 1835 vista por Mariano José de
Larra, en meridaycomarca.com, de
06/11/2015), que el escritor, periodista y político Mariano José de Larra (1809-1837) visitó Mérida en 1835 y escribió
sobre la ciudad dos artículos titulados "La antigüedades de Mérida". Antes, había estado siguiendo a su padre,
médico, en sus diversos destinos, entre ellos Cáceres, en el curso 1823-1824.
En "Impresiones de un viaje. Última ojeada sobre Extremadura"[1], Larra se despide de Mérida saliendo por
Alange, "pueblecito situado a la falda de una colina, y en una posición
sumamente pintoresca". Lo pintoresco es para Fígaro un baño romano de forma circular y enteramente subterráneo,
cuya agua nace allí mismo, y que se mantiene en el propio estado en que debía
de estar en tiempos de los procónsules. Lo describe así el escritor:
"Recibe su luz de arriba, y los habitantes, no menos instruidos en
arqueología que los meridenses (sic), le llaman también el baño de los
moros." Para el viajero español,
"la colocación de este baño hace presumir que los romanos debieron de
conocer las aguas termales de Alange" que "en el día de hoy son
todavía muy recomendadas, y hace pocos años se ha convertido en el centro de un
vergel espesísimo de naranjos a la
entrada de la población una casa de baños,
donde los enfermos, o las personas que se bañan por gusto, pueden
permanecer alojados y asistidos decentemente durante la temporada". Añade El
pobrecito hablador que el agua de los baños de Alange sale caliente,
"pero no se nota ni en su sabor, ni en su olor, ninguna diferencia
esencial del agua común". Menciona el escritor que el pueblo, de fundación
árabe, posee en lo alto de un cerro eminente los restos de un castillo moro, al
pie del cual corre el río Matachel, riachuelo o torrente notable por la abundancia de adelfas que coronan sus
márgenes.
El
Duende afirma que, "considerada Extremadura históricamente", ofrece al viajero "multitud de recuerdos
importantes y patrióticos". Evoca su papel, "muy principal" en
las conquistas del Nuevo Mundo; su héroes conquistadores, Hernán Cortés (Medellín) y Pizarro (Trujillo). Dice de esta última
ciudad que "conserva un carácter
severo de antigüedad que llama la atención del viajero: los restos de su
muralla, y multitud de edificios particulares repartidos por toda la población,
que "tienen un sello venerable de vejez para el artista que sabe leer la
historia de los pueblos y descifrar en sus monumentos el carácter de cada
época".
Sin embargo, "considerada
Extremadura como país moderno en sus adelantos y en sus costumbres", el
autor de "Vuelva usted mañana"
la define como la provincia más atrasada de España, "y de las que más
interés ofrecen al pasajero". "Si se exceptúa la Vera de Plasencia y
algún otro punto, como Villafranca, en que se cultiva bastante la viña y el
olivo, la agricultura es casi nula en Extremadura".
Considera que, antes de la Guerra de
la Independencia y del decaimiento de la cabaña española, las dehesas eran un
manantial de riqueza para el país "y sobre esa base se han acumulado
fortunas colosales". Señala que, produciendo más las tierras de dehesa que
la puesta a labor, se concibe que la provincia esté sumamente despoblada; y,
reasumida la riqueza en manos de unos cuantos señores o capitalistas, resulta
una desigualdad inmensa. Critica que el sistema de las dehesas sea favorable a
la caza, de suerte que el pobre no halla más recurso que ser guarda de una
posesión; y así --señala-- hay pueblos enteros que se mantienen como las
sociedades primitivas.
Fígaro
define al extremeño como "indolente, perezoso, hijo de su clima y en
extremo sobrio; pero franco y veraz, a la par que obsequioso y desinteresado".
Advierte que la industria no existe "más adelantada que la agricultura:
alguna fábrica de cordelería, de cinta, de paño burdo, de bayeta, de sombreros
y de curtidos (sobre todo en Zafra) para el consumo del país"... El agudo
observador indica que "la vivienda de un extremeño es una verdadera
posada, donde el cristiano no puede menos de tener presente que hace en esta
vida una simple peregrinación y no una estancia".
Una vez conocido el estado de la
agricultura y de la industria, Larra
deduce la escasa importancia del comercio: alguna lana; aceite que envía al
Alentejo, cáñamo, miel, cera, piaras de cerdo y embutidos. "El comercio de
importación es casi nulo y la exportación se podría reducir a la que se hace de
ganados a la famosa feria de Trujillo.
Finalmente, describe el autor de Macías que la carretera de Madrid a
Badajoz, principal camino de Extremadura, "es una de las más descuidadas e
inseguras de España"; las posadas, "fieles a nuestras antiguas tradiciones",
son por el estilo de las que nos apunta Moratín
en una de sus comedias. No olvida, empero, los dos amenos sitios que se
descubren antes de llegar a Mérida: los confesonarios,
el grande y el chico, "dado por un pueblo religioso a un asilo de bandidos".
Por último, se despide de Badajoz, "antigua capital de Extremadura y residencia de sus reyezuelos moros", que "no ofrece nada de curioso". Subraya, sin embargo, "la amabilidad y el trato fino de las familias y personas principales", que compensan con usura las desventajas del pueblo, por lo que le resulta difícil separarse de ellas sin un profundo sentimiento de gratitud por pocas personas que haya conocido.
Concluye Larra: "Era el 27 de mayo, el sol
comenzaba a dorar las campiñas y las altas fortificaciones de Badajoz: al salir
saludé el pabellón español, que en celebridad del día ondeaba en la torre de
Palmas... El Caya, arroyo que divide la España del Portugal, corría mansamente
a mis pies; tendí por última vez la vista sobre la Extremadura española; mil
recuerdos personales me asaltaron; pero sentí oprimirse mi corazón y una
lágrima se asomó a mis ojos... Entonces, el escritor de costumbres no
observaba; el hombre era solo el que sentía..."
[1]
Vid.: José de Larra, Mariano: Artículos
de costumbres, Espasa Calpe, S. A., Madrid, 2003., págs. 105-110.
No hay comentarios:
Publicar un comentario