Familiar, docente, político, baloncestista, tuvo dos corazones y más de mil en su vida. No solo tuyo, Esperanza, Teodoro se expandió en mil como un regalo de Dios. Creativo, optimista, amigo de todos, leal, demostrativo, todo lo compartió contigo y con los demás. Concejal durante veinte años en Cáceres, su ciudad da ahora su nombre a un pabellón donde se practica un deporte que fue su pasión: el baloncesto. “El Vivero”, cantera de deportistas, como él, vivero de optimismo, disciplina y rectitud.
Pasión desbordada por la familia y la docencia, por el deporte y la política, un día de finales del pasado siglo su corazón le dio el alto, pero recibió uno nuevo para seguir viviendo casi otra década, como un don de Dios, como la etimología de su nombre. Vísperas de Reyes de 2000, le recibía para entrevistarle. No pudiere ser rey mago aquel año quien lo fuere durante tantos por amor a la infancia, quien hiciere reír a niños, jóvenes y adultos con sus chistes, como caramelos que repartiere como rey para alegrar la vida de los demás.
Le resultaren pocos sus oficios y actividades: maestro en las Damas tantos años; esposo inseparable de Esperanza Pérez; alegría en la resurrección del Carnaval; político leal en Festejos, Personal, Patrimonio y Seguridad Ciudadana… Tantos roles y dos más sobremanera: los niños a los que llevare su sonrisa de Reyes en su noche, y la lealtad a su patrón, al que profesare otra pasión del alma, una fidelidad sin fisuras a un alcalde tan diplomático como político: José María por nombre, como le llamare; Saponi de apellido por todo reconocimiento. La lealtad inquebrantable, en la oposición y en el gobierno, como a los niños a los que tanto amare.
Una ciudad que da su nombre a un pabellón en el que se forman los futuros deportistas en aquel que él tanto se volcó, se honra a sí misma; es “generosa” con quien fue generoso, como apuntó la alcaldesa, Elena Nevado.
Su vida trascendió en un nuevo corazón encendido, que le diere más vida y luz. Teodoro, regalo y don, que hizo honor a la etimología griega de su nombre; el concejal que tanto amare a los niños que durante años fuere su rey, porque hubo más pasión que roles en la vida, la trascendida vida en el pabellón que ahora llevare su nombre, donde los niños de su ciudad jugarán al deporte que también amó: el baloncesto, por el que le dieron una medalla de oro, a él que, sin tenerlo, tanto diere hasta dejar en la tierra el segundo corazón que brillare con tanta luz como el primero, como en sus noches de Reyes, como un niño con zapatos nuevos.