El ser humano es subjetivo más que objetivo. La subjetividad nos circunscribe a nuestro mundo de pensamientos y sentimientos, y no al objeto de nuestro deseo. La objetividad abre el mundo de la subjetividad. El sujeto objetivo es desinteresado, desapasionado; el subjetivo mira su ego; el objetivo se expande más allá de su yo. ¿Es objetivo el ser que, pretendiendo serlo, antepone la subjetividad a la objetividad; su ego a los demás? Fueren novios eternos y no matrimoniaren subjetividad y objetividad. Aprisionado en su subjetividad, el sujeto no ceja en su pasión. Antes le pueden sus sentimientos que su desinterés. ¿Se puede ser objetivo, sin perder la subjetividad, o esta está reñida con aquella?
La pasión es aliada de la subjetividad y enemiga de la objetividad. Un político, que no debiere ser más subjetivo que objetivo, se alinea con el interés particular antes que con el general. Prefiere que su partido gane las elecciones aunque pierda España. Como el forofo madridista que, sin manifestarlo, preferiría que el Villarreal ganare la Liga antes que el Barça, aunque la perdiere su equipo. El ser objetivo no es el de los políticos que miraren antes el interés electoral particular que los objetivos de su país hacia los que se dirigen sus programas y políticas. Más objetivo es quien prefiere acertar la quiniela, aunque pierda su equipo, que perder el premio porque ganare el adversario, a quien daba por perdido. Hay políticos tan subjetivos, como los del PP, que prefieren que no salgamos del pozo de la crisis y que el paro no baje, porque ese será su pasaporte para la Moncloa; es decir, que pierda España, pero que gane yo; que pierdan los débiles, que nos robaron el poder, para ponerse a nuestra altura y mirarnos sin complejos.
La pasión es aliada de la subjetividad y enemiga de la objetividad. Un político, que no debiere ser más subjetivo que objetivo, se alinea con el interés particular antes que con el general. Prefiere que su partido gane las elecciones aunque pierda España. Como el forofo madridista que, sin manifestarlo, preferiría que el Villarreal ganare la Liga antes que el Barça, aunque la perdiere su equipo. El ser objetivo no es el de los políticos que miraren antes el interés electoral particular que los objetivos de su país hacia los que se dirigen sus programas y políticas. Más objetivo es quien prefiere acertar la quiniela, aunque pierda su equipo, que perder el premio porque ganare el adversario, a quien daba por perdido. Hay políticos tan subjetivos, como los del PP, que prefieren que no salgamos del pozo de la crisis y que el paro no baje, porque ese será su pasaporte para la Moncloa; es decir, que pierda España, pero que gane yo; que pierdan los débiles, que nos robaron el poder, para ponerse a nuestra altura y mirarnos sin complejos.
Quienes no descubren sus cartas, temen perder el objeto deseado; son subjetivos, nunca desinteresados. El poder debe ser desapasionado en sí mismo, aunque apasionado en el quehacer, como el deportista o aficionado que acepta la derrota con deportividad y la victoria con humildad. Guardiola ha sido humilde en la victoria y confiado en la derrota, como afirma Puigverd; Del Bosque subrayó en su discurso de Oviedo la humildad como clave de la victoria de España en el Mundial, la objetividad del equipo frente al ego subjetivo; pero Rajoy no ha sido deportivo en la derrota, que no aceptare nunca, y por ello se siente despechado ante la victoria que ansiare. Subjetividad versus objetividad. La objetividad es que España gane, aunque Zapatero pierda, como él mismo proclama; la subjetividad es para Rajoy que gane yo, aunque pierda España, sin más argumentos que la propia subjetividad que la hace zozobrar en el discurso político que no hubiere. Por eso, su espera será larga, porque antepone los sentimientos subjetivos contra los intereses desinteresados por la amada: España, una pasión objetiva y no un interés subjetivo.