Aspecto parcial de la villa desde el castillo
Festividad de Todos los Santos, vísperas de Difuntos, y hubiere Granadilla el reencuentro con la tierra y los muertos. Años de indolencia y de abandono, de
“No volveré jamás al pueblo de mis primeras letras y amores, de donde salí con mi esposa recién casados, o con mis hijos ya criados, aun dejando atrás mi pasado y a mis muertos…”, te decían. Sobrevivieron los últimos años pagando por el arriendo de sus tierras a la Confederación que les fueren expropiadas. Nada fuere suyo y todo a la vez en su alma y corazón. Quién pudiere desprenderse de la memoria de su infancia arrebatada, del silencio y el “ordeno y mando” de los jerarcas provinciales del régimen, que no escucharen su voz, sino que les señalaren con el índice para expulsarles de su paraíso, pobre pero suficiente, la gloria histórica ya extinguida y la nueva por escribir.
Los primeros años, en familia. Oficio de difuntos y memorial de ausencias en la plaza, cuadrado de cemento para bailes de bodas, de verbenas, de juegos infantiles; sus moreras aún en pie para cobijo de sombras en verano, cuna de pardales para el despertar. Un paréntesis de veinte años para el retorno a la villa perdida, en cuyo corazón muchos apenas se reconocían. Aparecían la segunda y tercera generación de los descendientes nacidos en la villa. Casi un cuarto de vida para contarse en media hora la propia, mientras se degustaban dulces y sangría y hasta se bailaba de nuevo “El Perantón”; pero, enseguida, llegó la marabunta que se apropiare del pueblo para una fiesta que no fuere suya, convirtiendo en verbena populachera lo que fuere oración, memoria y convivencia. Ahora, al cementerio, a la misa y retorno a casa, lejos de la que nacieren. Hasta otro año, en que alguno más se sumare a la lista de desaparecidos.
“Tienes que venir a mi pueblo. Mira: está aquí, entre Plasencia y Hervás. Se llama Granadilla”, le dice Ricki (Antonio Banderas) a su seducida Marina (Victoria Abril) en la película “Átame” (1989), de Pedro Almodóvar, con efectos especiales de Reyes Abades y música de Ennio Morricone. Ricki, huérfano desde los tres años, ha pasado su vida en diferentes instituciones sociales; pero no por ello se olvidó de su pueblo. Torna a él; ve una vieja foto con su familia a la puerta derruida de su casa. Sube al castillo. Desde allí, observa un panorama que sus ojos vieren, pero no recordaren. Ve venir un vehículo por el camino polvoriento. Son Marina y Lola, las dos hermanas que vienen a buscarle haciendo realidad su deseo. Ya en el coche, Lola, acompañada por Ricki, entona la canción de la resistencia, del Dúo Dinámico: “Resistiré”.
Ha resistido Granadilla tres éxodos de los pueblos que la habitaren –árabes, judíos y cristianos, todos desterrados--; pero su memoria sigue en pie. Mediados del XIX, perdió el Juzgado de Instrucción a favor de Hervás. El Arciprestazgo aún conserva su nombre. Huérfanos, como Ricki, sus habitantes fueron acogidos en adopción por su capital de comarca: Plasencia; su obispo, que no fuere su pastor, le ofreció su catedral como templo propio. La memoria escrita del siglo XX, en los archivos de Zarza de Granadilla; la otra, aún viva, como la hubiere Ricki, para seguir cantando:
“Cuando pierda todas las partidas
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz…
Resistiré erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla
Pero siempre sigue en pie.
Resistiré, para seguir viviendo
Soportaré los golpes y jamás me rendiré…”