En los empieces del año, las uvas, una por cada hora, una por cada mes, símbolo de las aspiraciones y anhelos, deseos de realidad para el próximo. Vana ilusión del tránsito de un año a otro, que no fuere propicio, muletillas inapropiadas ante la adversidad: “feliz entrada y salida”, cuando la última nunca lo fuere y la primera, se supone, aunque habrá de esperarse hasta el final.
Pasa el tiempo y somos incapaces de sujetar el tiempo. Es vida el tiempo y vivimos el tiempo sin vivirla; es oro el tiempo y se nos escurre entre los dedos sin aprehenderlo. Nos acomodamos con el tiempo, conformistas de la ocasión, y perdemos el tiempo, el tiempo perdido, sin sacar provecho al tiempo. Nos sobra el tiempo y buscamos tiempo para el tiempo. Solicitamos “tiempos muertos” cuando estamos en plena posesión del tiempo. Damos tiempo al tiempo y no nos llega el tiempo. Dejamos las cosas al tiempo y el tiempo nos devuelve a la realidad del tiempo. Jugamos con el tiempo y el tiempo nos deja fuera de tiempo. Anhelamos tiempo para matar el tiempo y nos mata el tiempo en su devenir. Tiempo sin vida, vida sin tiempo, para vivirla en el tiempo que nos da la vida… tiempo de nuestras vidas, vidas de nuestro tiempo, que nos dais la vida y no os damos el tiempo…, al azar de la rosa de los vientos, norte del tiempo.
Detened la mirada en los hombres del campo: cómo viven su tiempo, como esperan sus tiempos, cuando su cosecha llegue en el tiempo marcado por la naturaleza y los tiempos que a ella dedicaren. Observad con qué dispendio los urbanitas miran el tiempo; cómo fluyen como mareas los tiempos que marcan los políticos para sí y no para los ciudadanos a los que se debieren…
Muchos viven en un permanente estado de tránsito; otros viven la realidad. El tránsito es espiritual; la realidad material. El tránsito evapora la realidad; no halla firme adecuado para sobrevolar lo material; levita sobre la propia realidad. La realidad se apega al alquitrán, a la materia que ofrece un fruto material. El hombre en tránsito navega entre la fantasía y la ilusión; el práctico, el realista, solo vive su realidad. ¿Quién es más feliz: el hombre en tránsito, el realista? Definitorios de la persona, tránsito y realidad sintetizan un modo de vida. El hombre en tránsito fluctúa entre varios estados, no halla tránsito para el tránsito hasta la hora del tránsito; el realista vacía su existencia en un único tránsito: la existencia real y efectiva, sin más existencias que aquellas que le reportan bien. Llegado el tránsito, el hombre que vivió en estado de tránsito tendrá justa fama por su rectitud; la realidad borrará el nombre del hombre materialista. Utopía y realidad del tiempo, dos caras de una moneda contrapuestas en una única moneda: la cara del tránsito; la cruz de la realidad, en los anhelos marchitos de un año que acaba, en la utopía de los deseos que no nos traerá un año por llegar.
Ha sido un año de tránsitos, en el que el tiempo pasado nos ha recordado lo que somos. Venteamos la memoria como un asidero al pasado, conscientes de la felicidad hallada y acaso perdida, que repetiríamos como si cualquier tiempo pasado fuere mejor. Batimos la memoria en un intento de hacer puré un pasado que no nos dio el fruto esperado, o la evocación de lo imperfecto. “Prefiero olvidar el pasado”, o la síntesis de la exculpación. Los recuerdos, si felices, motivan; si infelices, traicionan. Como enseñanza, vale la memoria; como motor de futuro, solo nos queda la inteligencia y la voluntad; el ser frente al existir. El tránsito del tiempo, solo testigo de nuestro quehacer, de los afanes truncados, de los anhelos marchitos como de los amores perdidos, del tiempo ido que jamás volverá, porque no fuere el mismo que ya vivimos…, tiempo pasado frente al tiempo futuro.