Hay dos fotos en la noche del 20-N que llaman la atención tanto o más que los discursos institucionales del vencedor y el derrotado en las elecciones: la foto del beso en la boca de Rajoy a su esposa Elvira Fernández, la más reproducida en los periódicos del lunes, y la foto de Rubalcaba, solo, pero arropado por su equipo de trabajadores de campaña que, ni aun en la derrota, pierde la sonrisa, y besa y abraza después a su líder.
Dos fotos y dos lecturas. Ha esperado y aguantado Elvira Fernández lo suyo para casarse con el presidente electo, que ya hubiere 41 años al matrimoniar con ella, y al que ha dado dos hijos. El patrón Fraga le dijo un día, como a Hernández Mancha: tienes que casarte como Dios manda y después, aprender gallego. Ha esperado paciente; estuvo en ese balcón a su lado, como consorte de un aspirante dos veces derrotado, triste, alicaída, como queriendo pasar inadvertida. Apenas lograron alzar sus brazos para saludar a los suyos; pero, ahora sí: ha salido primero el triunfador; después, ella; a continuación, sus más íntimos colaboradores, Saludan a los suyos, que cantan, gritan, más patrióticos que nunca, como si el patriotismo fuere exclusiva de los vencedores. Pide Rajoy un “minutillo” para las gracias. Prosiguen los saludos. Concluye su breve parlamento de gratitud. De pronto, su brazo derecho atrae hacia sí a Elvira, la mira a los ojos y dirige su boca a la suya, y se dan un ósculo de amor y de símbolo de la victoria. Inmortalizan las cámaras ese beso ya bendecido por las urnas y que no dependieren a esa hora de ellas, sino de las actas rubricadas.
La foto de Rubalcaba pareciere más aleccionadora y agradecida en la derrota que la del triunfo, en el que los besos, cánticos y aplausos se suponen. Alfredo ha preferido estar solo, dando la cara, como el atleta que siempre ganó, pero que alguna vez pierde. En una esquina, sin aparecer en la foto, su jefa de campaña, Elena Valenciano; a la izquierda, en última fila, tampoco aparece en la foto su esposa, Pilar Goya. Cuatro plantas más arriba sigue la intervención por TV el secretario general y presidente en funciones, Rodríguez Zapatero; pero no está solo Rubalcaba, aunque falten este y los miembros de su equipo.
Muestra su agradecimiento a los siete millones de españoles que han votado a su partido, a quienes se lo agradece de corazón. Y a trabajar para “recuperar la mayoría social y política”, con tres objetivos: la recuperación del empleo, la cohesión social sin la pérdida de derechos y la igualdad entre hombres y mujeres. No dimite Alfredo de las obligaciones contraídas. Su candidatura ha concluido. Ahora, le da el relevo al secretario general y le pide que adelante el congreso para evitar la orfandad.
No está solo Rubalcaba. Detrás de él, le arropan los empleados de su Oficina Electoral: hombres y mujeres, jóvenes y veteranos de muchas campañas, con una sonrisa en los labios, pese a la derrota, que lo han dado todo por él y que, por nada del mundo, desean ver a su líder alicaído. Su segundo equipo, el obediente, el de los obreros fieles al partido obrero, al que muchos de los suyos ni votaren porque no fueren tiempos de vacas gordas y nada hubiere que repartir, sino de imponer sacrificios. Y apenas concluidas sus palabras, por primera vez leídas para no decir ni más ni menos que lo que hubiere de decir, sus mujeres le besan, su hombres le abrazan, trasmitiéndoles, a su vez, la entereza del perdedor que lo hace con la dignidad de quien también hubiere servido durante treinta y siete años de su vida a España y los españoles. El perdedor temido, el tejedor de pactos, el azote de terroristas, el profesor didáctico, el hombre que “ponía” a las mujeres, el subcampeón de España de los cien metros, el premio Fin de Carrera en Químicas…
Veo a esas mujeres que le abrazan y le besan, a él acariciándoles su cara, agradecido por su apoyo; los abrazos de sus obreros que no han perdido tampoco su dignidad, porque trabajaren para él, para el partido y para España, y anoto: al ganador solo le besó su mujer porque él se lo solicitó; al perdedor se lo comen a besos sus obreras y obreros; aunque la sintonía de “Carros de fuego” se haya apagado, el fuego interior de los desheredados de la tierra no se cierra con una derrota, que nunca será eterna mientras no existiere la igualdad, el Estado del bienestar se fracturare o la pérdida de derechos adquiridos se fuere a parar al Sahara. Por ello, en la derrota recibió más besos el perdedor que el vencedor, porque muchos son los llamados, pero pocos como él los elegidos; muchos lo que se apuntan a caballo ganador y bastantes los que no se merecieren ni ser candidatos, porque no hubieren perfil para ello, sino tan solo el de seguir en el tajo sin estar en él, pero cobrando de todos para nada.
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