Al final, al historiador que es José Antonio Redondo no le ha quedado más remedio que recurrir a la cultura clásica y a la Historia para reclamar su derecho a ser juzgado por los hechos y no por las palabras ("facta, non verba"); pero el alcalde dimisionario ya de Trujillo ha querido añadir una conjunción copulativa al proverbio latino: "facta et verba" (hechos y palabras).Se puso en manos de la justicia para ser juzgado, y lo fue; en manos de su partido, a quien no quiso atar su destino, y le fue aceptada la dimisión. Sólo faltaba el trámite anunciado, que ha puesto nerviosa a la oposición y también a algunos cronistas, a los que solo les ha faltado tildarle de mentiroso. Ahora, se pone en manos de la Historia que habrá de juzgar sus hechos y palabras.
Importan en un político más los hechos que las palabras. "Por sus obras los conoceréis", dijo Jesucristo; pero convertidos todos en jueces implacables ante su destino, pareciere que no bastare con la condena de la Justicia, sino que hubiere de ser condenado a muerte, y muerte en cruz, por el simple hecho de retrasar unos días su dimisión anunciada para preparar el camino de la sucesión.
Nadie le pidió su dimisión; nada ni nadie le ha forzado su camino. Sólo a él, no inhabilitado por la sentencia, cabría exígírsele el cumplimiento de su palabra. Y se ha hecho de forma exagerada, casi rayana en el linchamiento político y personal. Quizá porque él no fue un alcalde cualquiera, ni Trujillo es una ciudad cualquiera, tampoco. Lo dijo muy claro en sus últimas palabras ante el pleno: "Las decisiones personales las toman las personas; los tiempos, el partido." La decisión personal era ahora solo suya; el partido ya había marcado su tiempo.
Al invocar los hechos junto a las palabras, Redondo apela a la Historia que reúne aciertos y errores, para expresar en el fiel de la balanza que unos deben compensar los otros; que nadie puede ser descalificado por un delito humano, juzgado y sentenciado, sino por el conjunto de sus hechos y palabras, más aún en el ámbito político. Y el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra.
Ha solicitado el político en su despedida que le juzguen si sus palabras no coinciden con los hechos. ¿No han coincidido quizás en este caso? No puede afirmarse que la tardanza en hacerla efectiva haya originado una situación de desgobierno de la ciudad, si acaso de incertidumbre para quienes solicitaban también su cabeza. ¡Qué fácil es juzgar a un político ya juzgado para, defenestrándole a él, tratar de manchar el buen nombre de su partido!, sobre todo si éste ha asumido el poder limpiamente durante nueve años. "A río revuelto, ganancia de pescadores."
¿Qué clase de desgobierno puede afirmarse de la actitud de un alcalde que se mantiene sereno y juicioso durante todo el pleno? Que ofrece explicaciones que ya han sido dadas en todos los puntos, y que nadie de la oposición parecía entender, porque simplemente pedían y se interesaban por su cabeza. Sólo eso en ruegos y preguntas: "¿Dimite o no? Confirme la fecha, en todo caso..." A la oposición solo parecía interesarle eso. Pues bien, ahí tenéis mi cabeza, sentenció Redondo. "Panem et circenses". El espectáculo ha terminado. El telón no se cierra, empero, para Trujillo. Ojalá esa oposición que tanto deseaba su marcha sea capaz, junto al futuro gobierno, de reconducir a la ciudad por el buen camino y que no haya más asuntos para su futuro que se dejen sobre la mesa.
Redondo se marcha sin rencor a nadie. El rencor solo anida en quienes se alegran de la desgracia ajena y no admiten con humildad su propia derrota; en quienes ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio; en quienes asumen las prisas como una buena consejera, sin ir despacio para no tropezar dos veces en la misma piedra. Como otros; como quienes predican a los demás lo que por sí mismos no cumplieren, ni desearen cumplir. Y menos aún que se lo instasen a diario. Como si en ello nos fuere la vida; como si en la decisión nos fuese la muerte. Cuando la política es vida y el rencor, nuestra propia muerte.