Resulta difícil sorprender en un mensaje de fin de año, de pocos minutos de duración, a un espectador crítico que asiste desde su sillón a escuchar el mensaje de fin de año de su Presidente entre el escepticismo que nos ofrece la situación, la poca esperanza que nos brinda el Año Nuevo y la ilusión que pocos, y menos la clase política, suscita entre su auditorio.
Si contentar a todos resulta de por sí difícil, más aún lo fuere cuando el mensaje que se brinda, lejos de ofrecer ilusión y ánimos ante el futuro, convierte la anécdota del propio mensaje en lo más significativo del mismo. Afirmar que “Extremadura no es más que nadie, pero tampoco somos menos que nadie”, está muy bien; pero decirlo, además, en euskera y catalán, está de más en una Comunidad que tiene por lengua propia el castellano y no hubiere deber alguno, y sí derecho, a dar cumplimiento al artículo 3.2 de la Constitución : “Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.” Y no se hablaren en Extremadura esas lenguas vernáculas, aunque sí un habla peculiar de nuestra tierra, Bien de Interés Cultural, “·A fala”, no utilizada en el discurso presidencial, así como ni el gallego ni el valenciano, también lenguas españolas. Es un brindis al Sol con el que muchos políticos, subidos en la pirámide del poder, son incapaces de escuchar y ver, de anunciar lo que el pueblo desea oír, porque si nunca hablaren con sus bases, menos aún con quienes siendo “queridos paisanos” no reconocieren ni su voz ni su “Divina nacencia”, pero sí el incesante goteo de medidas que asfixian sus deseos de felicidad.
Monago nos ofrece un discurso con seis partes diferenciadas: el recuerdo a los ausentes, a las víctimas del terrorismo, y a los extremeños en paro y sus familias y a los secuestrados, que se agradece; cinco lecciones “que no deberíamos olvidar nunca”, a saber: la austeridad, el entendimiento con la oposición, la colectividad de los retos por encima de las ideologías, la necesidad que Extremadura tiene de España y de Europa, hacer entre todos una Extremadura de realidades, el inicio de un nuevo tiempo de renovados desafíos, liderar una nueva transición para nuestros hijos, y unidad para la recuperación económica, para terminar con los deseos de “paz, salud y felicidad”.
Más bien pareciere que el Presidente ha hecho un discurso para la clase política aposentada en la Asamblea , porque las lecciones que pretendiere ofrecer no van con el pueblo llano, austero de toda la vida y condenado a una mayor austeridad; que no hubiere diálogo alguno ni con el gobierno ni con la oposición, más que su palabra en las urnas; que están con las ideologías como parte de su ser, aunque ahora nos pidan que las anulemos en favor de un consenso necesario, pero que a ellos no les da beneficio alguno; que Extremadura necesita a España se da por hecho, aunque hasta la primera transición fuere una madrastra con los extremeños; y que necesitamos a Europa, es una obviedad porque también somos lo que somos gracias a ella y nada seríamos sin ella. Convertir Extremadura en una tierra de oportunidades, sino también de realidades, está muy bien como enunciado; pero cuando los más preparados tienen que seguir marchándose fuera, porque nada hubiere aquí sino naturaleza en estado puro, no pueden afrontar 2012 como “un nuevo tiempo de renovados desafíos”, porque no tuvieren trabajo, ni apoyos, ni políticas a su servicio, ni les insuflaren ilusión ni medios los políticos, ni el nuevo año fuere garantía de nada, sino del paso inexorable del tiempo mismo.
La paz y la felicidad no se construyen con lenguas que no hablamos, ni con ilusiones no compartidas ni con una unidad política que solo pueden compartir, si lo hicieren, nuestros representantes políticos, porque el abismo entre los políticos y sus paisanos no lo fuere ya de cultura, sino económico, y sus aspiraciones, por tanto, distintas y distantes a las suyas.
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