En las noches de
verano, cuando salíamos por la Puerta de la Villa y descansábamos tras las
murallas para ver llegar algún coche por la Corredera, donde hoy se reproducen
los linces, siempre nos fijábamos en la única luz eléctrica que veíamos desde
Granadilla: la luz de Cabezabellosa, en las montañas de la Trasierra. Nunca olvidaría
aquella luz que jamás tuvimos, pero que alumbraba el deseo de acercarnos a
ella algún día. Aparte de la luna y las estrellas, --y la plaza, iluminada por
el petromax del café-bar "Angelito"--, tan solo aquella luz nos
atraía, por nunca vista, y la estrella en movimiento, que no fuere otra que la
del Spunitk soviético que rotare la
Tierra, según nos instruía nuestro maestro de Primaria, Segundo Sánchez Domínguez (Granadilla, 1919; Salamanca, 1999).
Hubiere durante años tantas ganas de acercarme al pueblo
para ver el mío desde aquel, solo de día, que pareciere un sueño inalcanzable.
Mozo ya, descubrí a un colega de Cabezabellosa; años después, supe por mi padre
que hubiere un ahijado en la localidad, a quien le impuso su nombre --Sebastián; de apellidos, Iglesias Santibáñez-- y a cuya boda
asistimos en Plasencia. Allí ejerciere por vez primera su profesión de médico
el último titular de Granadilla, su pueblo natal: Daniel García Jiménez (Granadilla, 1892-1957), interino en aquella
localidad entre 1921 y 1923. Solo la mirada nos separaba de los pueblos de la
Trasierra, a los que acudíamos en caballerías. En ocasiones, nos acercábamos a
llevar o recoger mercancías a la estación de tren más cercana, en Casas del
Monte, hoy ya desaparecida por la amortización de la vía férrea. O cuando mi
padrino, Celedonio Hernández, "el Molinero", me hacía acompañarle
a Segura de Toro para hacer algún negocio a lomos de nuestro
"Platero". Entonces, cuando el cabrero Gregorio Montero, que llegó a ser doctor ingeniero de Montes,
cuidaba su rebaño y dormía en un chozo de la montaña, por quien su pueblo llegó
a ser más que un pueblo belloso,
aunque Extremadura le ignore. Muchos años después se constituiría una
Mancomunidad, formada por quince municipios, con el nombre de Trasierra-Tierras
de Granadilla.
Cabezabellosa era a Granadilla como Piornal al cielo de
Extremadura, que casi alcanza. La carretera serpenteaba entre curvas
inacabables, sinuosas, infinitas... Por fin, un día vacacional llegué hasta
ella en mi vehículo. Apenas pude aparcar junto al primer bar. No podía distraerme.
Si en la subida no hubiere el mando del paisaje, menos aún en la bajada. Apenas
en el ascenso, sobre un canchal, un rótulo pintado a mano intitula un lema
turístico para el pueblo: Cabezabellosa,
con los valles a sus pies... En verano, con la luz toda; en otoño, el Otoño
Mágico del Valle del Ambroz, primus inter
pares... Pocas estampas tan gratas a la vista como esta otoñal de la
arboleda, cuyas hojas se ven transformadas de color: del verde al pardo, de
este al amarillo, anaranjados, verdes, violáceos..., un espectáculo para la
vista desde la atalaya de los valles, una lluvia de hojas caducas con que la
naturaleza tira su ropa vieja a la espera del estreno de la primavera, el río
invisible... En invierno, la sierra parecía arder por las columnas de humo que
produjeren las labores del carboneo...
Cabezabellosa era la única luz eléctrica que veíamos
desde Granadilla. Desde una terraza próxima al pueblo, adivinamos hoy la villa
perdida, rodeada por las aguas del embalse de Gabriel y Galán, los valles a
nuestros pies, la vista hasta la Sierra de Francia... Bajo su abrigo en la
montaña, cuatro mujeres gobiernan los destinos de su pueblo, bajo el mando de María Ángeles Talaván. Desde el
atardecer, la vista se recrea viendo las luces de los valles; los cuerpos
descansan al relente en las terrazas de segundas residencias o casas rurales,
oteando los pueblos queridos, cercanos, con el apellido del que antes fuere su
señorío: Zarza de Granadilla; La Granja, antes Granja de Granada, después
Granja de Granadilla... Solo faltan los pitidos del tren que se fue para no
volver..., y que atravesare durante años la falda de la Trasierra, paralelo a
la N-630 y a la calzada romana Vía de la Plata, con parada en Cáparra, cuyo arco
es símbolo de la Mancomunidad junto al castillo que le da nombre.
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