Retrato de Fray Gabriel Téllez, de B. Maura (BNE) |
El cronista oficial de Trujillo, José Antonio Ramos Rubio, ha creído conveniente que su figura como poeta, dramaturgo y novelista, además de fraile, y su estancia de cuatro años en la ciudad de Pizarro, bien merecían una novela histórica, que acaba de ver la luz. [1]
El fraile mercedario había alcanzado como religioso una envidiable forma por su sensata prudencia y serena discreción, virtudes que le merecieron ser elegido comendador del convento de Trujillo. “Al destierro que ennoblece y eso fue lo que le ocurrió al buen fraile durante su estancia en Trujillo, lejos de convertirse en castigo, dio paso a un trienio de logros literarios, cuajada en su trilogía sobre los Pizarro, fruto de la relación con la familia Pizarro y en Trujillo, donde abundaban damas y galanes”, afirma el autor.
Sostiene Ramos Rubio en su capítulo dedicado a su estancia en Trujillo, que “la rabia de los enemigos que pretendieron sepultarlo en el fango de la calumnia, se vio derrotada por los dignos y honrados elogios y amistades que encontraría en la ciudad, así como los amigos contemporáneos que defendieron su honor y la gloria del virtuoso mercedario, tales como Solórzano en Cigarrales de Toledo, Lope de Vega en Laurel de Apolo, o Juan Pérez de Montalbán en Orfeo en la lengua castellana.
Tirso de Molina entró en Trujillo por el camino real el día 8 de junio de 1626. El convento de Nuestra Señora de la Piedad de Trujillo se encontraba en la calle Vivancos, y albergaba una comunidad de doce frailes. Había sido fundado en 1594 por doña Francisca Pizarro, marquesa de Charcas, hija de don Francisco Pizarro y viuda de su hermano Hernando, aquella distinguida dama que Tirso había conocido en Madrid. En Trujillo constató de primera mano la fundación de su convento y que aquellos conquistadores que había conocido en América no le habían defraudado.
Fray Gabriel Téllez centró en la ciudad sus objetivos literarios en los Pizarro, escribiendo desde su celda. En función de su cargo visitaba las iglesias para recibir el canon, obligatorio en los testamentos, para la redención de los cautivos. De hecho, consiguió liberar del cautiverio en la capital argelina a dos jóvenes de la comarca: Pablos Martín, vecino de Jaraicejo, y Francisco Fernández, de Puerto de Santa Cruz, pagando cinco mil reales por cada uno.
Fachada del convento de la Merced de Trujillo |
En la biblioteca del convento descubrió las cartas de la conquista, procedentes de marinos que las habían enviado a España y contenían datos fascinantes sobre el Nuevo Mundo, que le acercaron aún más a su interés por los Pizarro. Esos abundantes datos, más los que le ofreció Juan Fernando Pizarro, nieto de Hernando y Francisca Pizarro, fueron el caldo suficiente para elaborar la Trilogía de los Pizarro, y darla a conocer tres años después en tres comedias históricas dedicadas a dramatizar hechos vinculados con los hermanos Pizarro, quienes participaron en la conquista del Perú.
En Trujillo, al comendador le gustaba tratar con los comediantes que iban a la feria, donde se inspiraba para escribir obras con maestría y profundidad, que merecieron singulares elogios, tales como La huerta de Juan Fernández, que se representó en 1626, en la que critica las convenciones sociales de la época.
En marzo de 1627 parte hacia Sevilla para reunirse con sus hermanos frailes en el convento de Santa María de la Merced. Allí publica la primera parte de sus comedias y escribe las dos primeras partes de la Trilogía de los Pizarro a través de sus miembros más comprometidos. Les consagra la Trilogía en tres comedias: Todo es dar en una cosa, en la que hace referencia a la niñez y adolescencia de Francisco Pizarro; Amazonas en las Indias, dedicada a Gonzalo Pizarro; y, finalmente, La Lealtad contra la envidia, glorificando a Hernando Pizarro, como el único superviviente que regresó a Trujillo.
El 15 de agosto de 1629 se celebran en la ciudad las fiestas en honor a Santa María en su Asunción a los cielos, una de las fiestas más antiguas que se celebran desde el Medievo. Tirso sube a la plaza y la ve cerrada con troncos. Se arrincona en un vallado y se asoma de puntillas. El toro embiste con fuerza, mordiendo la corteza de los maderos. Le vibra el espinazo, da un brinco y salta la valla, escapándose por las callejas que bajaban desde la plaza, y una cosa le queda clara: no volver a presenciar otra corrida de toros.
La recreación histórica de este capítulo de la vida de Tirso de Molina en Trujillo hace más atractiva la novela histórica sobre el comendador de las letras, genio de la poesía teológica plasmada en profundos autos sacramentales y en obras dramáticas y cuya estancia en la ciudad fue un honor para el convento trujillano de la Orden y para el orgullo de la ciudad.
[1] Vid.: Ramos
Rubio, José Antonio: El comendador de las letras. Historia y vida
de Tirso de Molina, TAU Editores, Cáceres, 2024, 192 págs.
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