Trujillo es un importante
complejo urbano conformado a partir de diferentes épocas y mentalidades
arquitectónico-urbanísticas, cuyo testimonio han hecho de ella una de las más
importantes localidades de la provincia cacereña, señalan en la Introducción de
la obra sobre la alcazaba, el castillo y las murallas de la localidad sus autores,
el cronista oficial de la ciudad y doctor en Historia del Arte, José Antonio Rubio Ramos y Raúl Gómez Ferreira, natural de
Trujillo, doctor en Ciencias
Sociales y Jurídicas por la Universidad Pública de Navarra. [1]
La alcazaba es una palabra de origen árabe que alude a un
tipo de ciudadela fortificada con murallas o baluartes, que difiere del
castillo por presentar en su interior una medina. La ciudadela es una
construcción o recinto fortificado de carácter urbano, cuya función era servir
de residencia a un gobernador para defender un lugar determinado y sus
contornos, que albergaba una guarnición que, frecuentemente, conformaba un
pequeño barrio militar con viviendas y servicios; es decir, una ciudadela. La
alcazaba de Trujillo está asociada al castillo, situado en lo más alto de la
misma y que, en caso de asedio, las poblaciones de los núcleos urbanos en los
que se asentaban buscaban refugio tras las murallas de las alcazabas.
La ciudad de Trujillo se asienta, según los autores, en
dos partes claramente diferenciadas: la villa y la ciudad que, separadas por la
muralla, presentan evidentes diferencias arquitectónicas y urbanísticas. El
castillo está emplazado en la parte más elevada del promontorio trujillano,
dominando la ciudad. Construido en tiempos califales y reformado tras la
reconquista, consta de un cuerpo cuadrado en el que se adosan diferentes
elementos de edificación. El segundo cuerpo lo forma el albacar, cuyo perímetro
irregular alberga en su interior la ermita de San Pablo, del siglo XVI. Las
murallas, de origen musulmán, conforman un recinto irregular de mampostería y sillería,
jalonado por diecisiete torres dispuestas a intervalos irregulares. La cerca
dispuso de siete puertas, de las cuales se conservan las de Coria, Arco del
Triunfo, San Andrés, Santiago y la de las Palomitas, recientemente restaurada.
El castillo es uno de los diversos puntos de interés de
la ciudad de Trujillo. Lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes y fosos,
construido casi siempre en un lugar dominante para la defensa de pueblos y
comarcas o, simplemente, del señor que vivía en él. En ocasiones, también se
edificaban dentro de los núcleos urbanos, dominando la villa desde su parte
alta, que solía estar amurallada, formando un conjunto defensivo en el que
sobresalía el castillo. La fortaleza trujillana tiene origen árabe (siglo IX).
Fue un edificio eminentemente defensivo, al no poseer estancias residenciales.
Por ello, no tiene ni torre del homenaje ni escudos de familias nobles, aunque
en tiempos de los Reyes Católicos
fue capital de la provincia de la Hermandad. En tiempos de Pedro I fue elegido para que el tesorero del rey, el judío Samuel Leví, guardase las riquezas de
la Corona, al ser considerada unas de las fortalezas más seguras del reino. El
castillo fue el lugar de refugio de Juana
la Beltraneja en su disputa con Isabel
la Católica, en una época de agitación familiar y social. Entregado el
castillo a la reina católica, Juana
huyó hacia Plasencia, donde se casó con Alfonso
V de Portugal. El rey Fernando el
Católico se interesó por las obras del castillo de paso hacia Guadalupe y
falleció después en Madrigalejo el 23 de enero de 1516. El castillo de Trujillo
fue construido por los árabes en la segunda mitad del siglo IX, en la zona más
elevada del cerro rocoso denominado “Cabezo de Zorro”, siguiendo una tipología
esquemática arquitectónica de las fortalezas andaluzas del período emiral.
Desde sus murallas se domina toda la llanura de la tierra trujillana. Es un
recinto hermético rodeado por la cerca de murallas en un perímetro de 900
metros y el hecho de estar situado en lo más elevado de un terreno escarpado,
lo hace inaccesible al ataque. Es un castillo sin ventanas y con escasas
saeteras. Está en relación íntima con la Alcazaba (conocida como Conventual) de
Mérida, la fortificación islámica más antigua fechada en España (835 d. C.),
período caracterizado por los continuos enfrentamientos entre árabes y
cristianos y la inestabilidad interna por el acceso al poder entre árabes,
beréberes y muladíes. La fortaleza estuvo bajo la autoridad militar del alcaide
que representaba la máxima autoridad de la ciudad tanto de la defensa de la
misma como de su término. Este recinto fortificado es muy visitado diariamente,
porque en él se venera la imagen de Nuestra
Señora de la Victoria, patrona de la ciudad.
Las murallas que engloban la villa se disponen de forma
irregular para adaptarse a las diferentes cotas de nivel y, aunque muestran una
ligera tendencia a la forma rectangular, abarcan un área ameseteada y amplia.
Su origen musulmán parece incontestable; sin embargo, de este período no se
conserva más que el trazado original, quizá con ciertas reformas y parte de su
basamento. La historiografía local sitúa temporalmente su realización en el
siglo XI, hecho que puede venir avalado por las fuentes árabes y por la
disposición típica de medina, estructura urbana habitualmente fortificada. Con
bastante seguridad, los autores sostienen que en Trujillo existió un recinto
fortificado más antiguo, cuya traza se asentaría próximo a la alcazaba. La
muralla está jalonada por veintidós torres, la mayoría cuadradas y aisladas, o
forman parte de otros edificios medievales. La muralla conservada actualmente
es legado no islámico, sino herencia cristiana de los siglos XII-XV. A
comienzos del siglo XX fue declarada Monumento Histórico-Artístico y poco
después, adquirida por el Ayuntamiento de la ciudad, que es su propietario.
La obra concluye con una cronología general de la ciudad y documentos sobre el castillo del archivo municipal.
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[1] Vid.: Ramos Rubio, José Antonio y Gómez Ferreira, Raúl: La alcazaba de Trujillo, el castillo y las
murallas, Tau Editores, Cáceres, 2020, 178 págs.
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