Habla el niño:
--“Me gustaría…, sabéis el qué me gustaría?
--¿El qué?, pregunta su madre.
--Pues que todos los supermercados y las latas, o sea, y
las tiendas, pongan los nombres del maíz en las latas, así de los champiñones y
de los berberechos, en braille. ¿Lo sabíais?, porque si no, yo no lo puedo ver,
eh, eh…, solo lo ven en la tele, porque soy un niño ciego, ¿sabes?
--Claro, mi amor, vamos a
darle visibilidad a este vídeo, vale, para que tú puedas leerlo, cariño. Te
quiero.
--Pero que empiecen
mañana mismo, requiere el pequeño.
--Vale, mi amor”,
responde la madre.
El
remitente me comenta: “¡Con lo económico que resulta…! Y viendo, además, a lo
que se dedica gran parte del presupuesto del Estado. Pero, claro, esto solo
afecta a menos del nueve por ciento de la población. En fin…”
Las
distintas administraciones y empresas públicas comenzaron ya hace un tiempo a
disponer su cartelería de anuncios también en alfabeto braille, el sistema de
lectura o escritura táctil pensado para personas ciegas, también conocido por
cecografía, ideado a mediados del XIX por el francés Louis Braille (1809-1852),
que se quedó ciego a consecuencia de un accidente en su niñez mientras jugaba
en el taller de su padre.
Cuando
tenía 13 años, el director de la escuela de ciegos y sordos de París –donde estudiaba
el joven Braille-- le pidió que probara un sistema de lectoescritura inventado
por un militar llamado Charles Barbier de la Serre para transmitir órdenes a
puestos de avanzada sin tener la necesidad de delatar la posición durante las
noches. Braille descubrió al cabo de un tiempo que el sistema era válido y lo
reinventó utilizado un sistema de ocho puntos. Al cabo de unos años lo
simplificó, dejándolo en el sistema universalmente conocido y adoptado de 6
puntos, un sistema de numeración binario, que precedió a la aparición de la
informática.
Como
todas las discapacidades, el problema no se arregla de la noche a la mañana;
pero las instituciones públicas están obligadas a poner los medios para
capacitar y rehabilitar a las personas que las padecen, al objeto de que puedan
acceder a una vida con un nivel suficiente de autonomía que les integre en la
sociedad.
En
el año 2008, de un total de 979.200 personas que padecen algún tipo de
discapacidad visual, el número de afiliados inscritos en la Organización ONCE
(agudeza visual o inferior 10% y campo visual reducido a 10 grados o menos) era
de 69.276, el 7,07, quedando 909.924 personas que suponen el 92,92. Las
personas con baja visión, que suponen estar por debajo de los mínimos
requeridos para afiliarse a la ONCE, tienen mayores problemas a la hora de
encontrar información acerca de ayudas tecnológicas, están sin ningún tipo de
asistencia para mejorar su calidad de vida, como por ejemplo poder adaptar el
lugar de trabajo o el puesto de estudio de manera gratuita. Los gastos correrán
a cargo de cada persona con baja visión si desean mitigar su patología dentro
de la Sociedad de la Información.
El
artículo 49 de la Constitución Española de 1978 dice: “Los poderes públicos
realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación o integración
de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la
atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el
disfrute de los derechos que este Título (De los derechos y deberes
fundamentales) otorga a todos los ciudadanos.”
Meses
llevamos esperando suprimir de este artículo el término “disminuido” y
reemplazarlo por el de “personas con discapacidad”, de acuerdo con los Tratados
internacionales y resoluciones de Naciones Unidas. La crisis, las convocatorias
electorales, la pandemia.., todo lo ha retrasado. Las personas con discapacidad
visual, como el niño del video, tendrán que esperar para poder leer en braille
de qué son las latas que contienen alimentos y otras muchas cosas que les
ayuden a ser las personas normales que son, a pesar de su discapacidad. Que
ellos y nosotros lo podamos ver algún día.
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