Nadie le conociere por su nombre de pila, Juan de Garabito y Vileta de Sanabria, pero sí por su nombre religioso: fray Pedro de Alcántara (Alcántara, 1499; Arenas, Ávila, 18 de octubre de 1562), asceta, místico y religioso cristiano, perteneciente a la Orden de Frailes Menores (OFM), orden católica religiosa fundada por San Francisco de Asís en 1209, también conocida como la primera Orden Franciscana. Declarado patrono de Extremadura por el papa Juan XXIII en 1962, en el cuarto centenario de su muerte, copatrono con la Virgen de Guadalupe; es, además, patrono de la villa donde falleció, Arenas, Arenas de San Pedro, añadido tras la canonización de fray Pedro; Pueblonuevo de Miramontes, diócesis de Coria-Cáceres, Diputación Provincial de Cáceres, Casa Imperial de Brasil y Alcántara. Es considerado, además, patrono de los guardias y veladores nocturnos por sus vigilias de mortificación. Fue beatificado en 1622 por Gregorio XV y canonizado en 1669 por Clemente IX.
La vida novelada de San Pedro de Alcántara es una obra que narra la vida del santo extremeño y que se revela como la primera novela histórica de este santo extremeño. El relato escrito por el académico correspondiente de la Historia y de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes y cronista oficial de Trujillo, José Antonio Ramos Rubio, [1] ofrece una visión de su vida, marcada por la austeridad, la oración y el fervor reformista de la orden franciscana, en el que combina hechos históricos con elementos de ficción y una importante base documental.
San Pedro de Alcántara nació en el seno de una familia noble: su padre era el letrado y regidor Alonso Garabito y su madre, María Vilela de Sanabria quien, tras dos inviernos de infortunios, un embarazo perdido en mitad de una tormenta y un segundo que no llegó a buen término, dio a luz un hermoso varón por el que brindó todo el pueblo y repicaron las campanas. El pueblo sentía que aquel niño traería consigo algo más que un apellido ilustre.
Su madre le enseño los principios de la doctrina cristiana; su padre se ocupó de enseñarle las primeras letras con paciencia y pronto se aficionó a la lectura de libros piadosos y devotos. Tenía ocho años cuando murió su padre. De la nueva unión de su madre nació Pedro en 1519 y después, Francisca. Entre los 10 y 14 años comenzó a estudiar gramática y retórica con el bachiller sacerdote don Diego Durán, preceptor en Alcántara durante muchos años.
En 1513 se fue a Salamanca para estudiar Leyes. Su vida allí transcurrió entre las aulas, la oración y el estudio. Por las tardes se recogía en alguna iglesia silenciosa (San Esteban, San Martín o la misma catedral). Uno de esos días de estudio y recogimiento conoció a quien sería una de las luminarias espirituales de España: el beato Juan de Ávila. El encuentro se produjo en un claustro en medio de un debate teológico. Juan estudió con empeño no solo las letras sagradas, sino también la filosofía, la teología moral y los textos de los primeros franciscanos. Permaneció en Salamanca hasta 1515 y allí dejo inconclusos los estudios, obedeciendo la llamada que no admitía demora.
El mismo año toma los hábitos en el convento de los Majarretes, cerca de Valencia de Alcántara, donde su tío, fray Miguel Roco, era el superior. Antes pasó por Alcántara para despedirse de su familia.
Más conocido en Extremadura por la fundación del convento más pequeño del mundo, en Pedroso de Acim, cerca de Coria, fueron numerosas sus fundaciones conventuales en Extremadura, Andalucía y Castilla, y los cargos desempeñados en su Orden: limosnero en el convento de Badajoz, guardián del convento de Nuestra Señora de los Ángeles (Sierra de Gata), superior en Badajoz, guardián del convento de San Miguel en Plasencia, superior del convento de San Onofre en La Lapa (Badajoz), definidor general de la Provisión de San Miguel, ministro provincial elegido en Albuquerque, ministro provincial de los frailes de la estricta observancia de la provincia de San Gabriel en Extremadura, definidor en Plasencia y comisario general de los franciscanos descalzos en España.
En 1557, Carlos V le mandó llamar a su retiro del Monasterio de Yuste. “Padre –le dijo—la intención que me mueve al llamaros es confiaros mi alma y haceros mi confesor.” “Señor, –respondió con reverencia-- para tan importante cometido debe buscar Vuestra Majestad otra persona más digna que la mía. Ruego que me dé tiempo para encomendar este asunto al Señor. Si no vuelvo, tenga por seguro que Dios no quiere lo que pretende de mí.” Besó la mano del monarca, se retiró y no volvió.
En 1560, en uno de sus viajes a Ávila, se encuentra con Teresa de Jesús en casa de Guiomar de Ulloa, protectora de la santa, en uno de los momentos más decisivos para la reforma del Carmelo. El día en que Teresa conoció al alcantarino no lo olvidaría jamás. Años después diría que, aunque parecía hecho de raíces y árboles, su alma tenía la fuerza de un ejército entero. Fray Pedro se convierte en consejero fiel de la santa y ella le dedica tres capítulos de su Autobiografía.
Fueron muchos los milagros atribuidos a fray Pedro de Alcántara. Cierto día enfermó una joven en Plasencia. El padre estaba lleno de luto anticipado. Su hija, joven y piadosa, yacía en el lecho, pálida como la cera, apenas respirando. Los médicos ya habían bajado los brazos. Llegado fray Pedro de Alcántara a la estancia, le dijo: “No llores la muerte de tu hija. Dios le dará larga vida y salud, para que la emplee en su servicio.” La muchacha se incorporó radiante. La sanación fue tan repentina que nadie dudó que era un milagro. Días después, la joven, llena de gratitud, ingresó, junto a su hermana, en el convento de las clarisas de Trujillo.
El domingo 12 de octubre de 1562, el espíritu de fray Pedro se apagó como lámpara que cumple su tiempo. Fue inhumado en la ermita de San Andrés del Monte de Arenas. En 1616, medio siglo después, trasladaron sus restos a un lugar más digno: la iglesia conventual de la localidad. Desde entonces, los restos de fray Pedro reposan en aquel lugar, visitados por los fieles y recordados por la historia.
[1] Vid.: Ramos
Rubio, José Antonio: Donde arde el alma,
TAU Editores, Cáceres, 2025, 246 págs.

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