Desde el 31 de diciembre de 1998 no nevaba en Cáceres. No son noticia ni la lluvia ni el calor ni el viento; pero para una vieja dama como la ciudad, no acostumbrada a ver estos copos blancos que visten sus tejados y jardines, la nieve ha caído como una bendición del cielo; como la lluvia pasada que ha obligado a desembalsar su pantano en dos ocasiones, cuando hace apenas quince días las autoridades alertaban sobre el consumo de agua.
Los niños nacidos a partir del 99 no conocían este fenómeno en su ciudad. Y tan pronto como los primeros copos han ido cuajando, han salido a la calle, bien abrigados, para jugar con la nieve. Apenas han comido, porque la nevada comenzó a las 14.30. ¡Qué más da!, si esto nunca lo habíamos visto en nuestra ciudad, se dirían para sí.
Cáceres es una ciudad signada por un largo verano y un otoño e invierno suaves y hasta cálidos en ocasiones. Son contadas, pues, sus nevadas. Nos quejábamos de la falta de lluvias, y éstas, llegaron, aunque tarde; nos quejábamos de los calores que se alargaron hasta noviembre; pero nos olvidamos de la bella dama vestida de blanco, que ha convertido a la ciudad en novia desde la Montaña hasta el Cerro de los Pinos. Y es que no estamos acostumbrados a ver y palpar este fenómeno atmosférico.
Los vehículos han hecho sonar sus cláxones al pasar junto a los parques y ver a tantos niños jugando con sus bolas de nieve, que se arrojaban unos a otros, mientras sus padres les hacían fotos para el recuerdo. La ciudad toda ha salido a la calle para fotografiarse y captar estos instantes de eternidad.
La nieve era para la montaña y el sol para el llano. Y, de repente, la madre naturaleza nos obsequia con este espectáculo que los niños solo habían visto a través de la televisión o el cine. No hay que ir ya a La Covatilla, o a Hervás, al puerto de Honduras, o las Villuercas, para verla y jugar con ella.
En la Nochevieja del 98, muchos ausentes se perdieron la última gran nevada. Hubieren la mayoría de edad, ya entonces, y jamás vieron nevar sobre su ciudad. Doce años después, apenas unos días de ver sus monumentos vestidos de azul, festejando la Presidencia española de la UE, los han visto como jamás los vieren: de un blanco purísimo que viste los vehículos, tejados y la tierra de los parques. Hasta se han hecho acompañar de sus mascotas para jugar con ellas. Les lanzaban pelotitas de nieve para que fueran a buscarlas y ellos ladraban, juguetones, al tomarlas en la boca; pero tornaban hacia ellos para seguir trotando sobre el blanco manto extendido, que tampoco conocieren.
Ahora, los niños preguntan a sus padres si mañana han de volver al colegio, porque quisieren seguir disfrutando del espectáculo nunca visto. Estarán deseando que siga nevando para salir al patio y jugar con ella, no ya un partido de futbito o de baloncesto, sino para componer una Papá Noel y ponerle el balón y la bufanda hasta que se caigan por el deshielo.
Se han apagado ya las luces navideñas y los angelitos, que aún cuelgan de las farolas, han visto teñidas también sus alas de blanco. Cuando llegue la noche, no harán falta las luces, porque se verá como de día. Ya en pijama, los niños cacereños se asomarán a ella por última vez para ver el manto blanco con que la naturaleza nos ha obsequiado en los primeros días del año. Como el que la vieja y nueva dama teje para sus primeras nupcias de julio: pasar el primer corte para llegar a la meta de 2016, vestida de blanco, como hoy. Hasta la próxima quizás, en que los blancos copos vuelvan para anunciar un "año de nieves, año de bienes". Aunque la crisis nos aflija, Cáceres sueña con ese futuro de blanco, como las novias el día de sus nupcias. Y es que Cáceres es así, señora: del calor a la lluvia, de la lluvia al frío, del frío a la nieve, como una dama que muestra sus encantos todos en las cuatro estaciones del año y nada guardare para sí, porque está abierta durante las veinticuatro horas del día.
-------------------------------------------------Artículo publicado en Extremaduraaldia.com
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