Una de las características de la llamada “generación perdida” es mostrar con dureza los aspectos sociales de la época: el hambre, la desesperación, la tristeza. ¡Cuántas generaciones perdidas en la historia! No solo la conocida generación de escritores norteamericanos que vivieron en París entre la Primera Guerra Mundial (1914) y la Gran Depresión (1930).
Hay muchas otras generaciones perdidas: las de las guerras, las de los rabanes, las de los licenciados sin trabajo y sin perspectiva de futuro. Han ido superponiéndose unas a otras sin que nos demos cuenta, asumiéndolas como signos de los tiempos, entre el pesimismo y el desconcierto. Los que hubieren que ir a la guerra quedaban marcados para siempre, si lograban sobrevivir. Quienes lo vieren, aunque lo sufrían, pudieron dar cuenta de ello. Los que esperaban en casa a los suyos, que jamás volvieron, fueron también otra generación perdida, como quienes jamás supieron dónde fueron a parar sus restos, entre lutos eternos hasta su propia muerte.
Los rabanes ayudaban a los pastores en nuestros pueblos desde que cumplían los 7 años. No iban a la escuela. Hasta los 15 o 16 años no dejarían de serlo. Pasaban el día en el campo y la noche, en los chozos. No ha pasado tanto tiempo de ello como para no recordarlo. Los rabanes desayunaban sopas canas, hechas en un caldero, las dejaban un poco secas y les echaban luego un poco de leche. Para la comida, un poco de pan que sacaban de su bandola. La cena consistía en un caldero de patatas cocidas. Y así, día tras día. No conocieren los rabanes ni siquiera su pueblo: apenas dos o tres días al año se acercaban a él para las fiestas patronales y ver las capeas: por la Asunción, el 15 de agosto, o Pascuas de Pentecostés.
De aquella época, pasamos a otra bien distinta hace apenas treinta años: de la generación de los rabanes a la generación mejor formada de la historia de España. ¿Y para qué? Vivieron aquellos sin educación, sin sanidad, sin descansos laborales ni salarios: tan solo con el pan y la leche de sus ganados. Si no había guerra a la que ir forzosos, salían una sola vez de su terruño para cumplir con el servicio militar obligatorio y para no volver a salir nunca más. Por ello, el servicio marcaba: allí aprendían muchos a leer y a escribir y hasta conducir automóviles; pero no hubieren más perspectiva ni experiencias que aquella.
La generación más formada de la historia de España ha pasado a vivir desde el pacifismo al extremismo, a la indolencia y a la resignación. El título no garantiza ya el trabajo, ni el mercado, ni la crisis. La tasa de paro juvenil en España es la más alta de la UE. Nuestros jóvenes licenciados no pueden emanciparse y desarrollar su personalidad. Su autonomía retrocede al tiempo de los rabanes. No salen ahora del chozo de la casa del padre. Alguna institución ha avisado con motivo del reciente Día Internacional de la Juventud: estamos a punto de perder a toda una generación, la mejor, de la historia. Ha vuelto la Gran Depresión; John Steinbeck con “La uvas de la ira”; “Manhattan transfer”, de Dos Passos, como la tierra prometida que terminare engulléndolos. La huelga anunciada no les solucionará nada. Los rabanes de hoy volverán a casa, a la espera, como los de ayer tornaban al pueblo a las fiestas patronales de la Asunción, mañana, como otros volverán para recordar mejores tiempos pasados.
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