Miren por dónde, por una extraña superposición, los derbis de toda la vida, ahora llamados por los voceros y escribanos deportivos “clásicos”, se “habilitan” al lunes en lugar del sábado o domingo, como siempre ocurriere, porque hoy se disputa otro gran clásico de la política española: las elecciones catalanas que, por otra parte, no decidirán el clásico de mañana entre los dos grandes rivales nacionales, mal que les pese a los nacionalistas, que superponen una parte de España a otra y habilitan el lunes para ello, para que el partido se dirima en libertad, como si hoy no la hubiere para votar y disputarlo, como en Londres, Nadal y Federer disputan de nuevo otro gran clásico, esta vez de tenis.
Desde que el maestro Lázaro Carreter nos descubriera el origen del vocablo con el que se aludía a las excitantes refriegas deportivas entre equipos que, por vecindad regional o local, se extasiaban en la espera, antes del parto, en el parto y después del parto, si el resultado fuere favorable a sus huestes, los derbis se asociaron no solo a la rival vecindad deportiva regional o local, sino a cualquiera que estuviere a punto de salirse de la tabla clasificatoria, bien fuere por arriba o por abajo. Así, los voceros deportivos no se refieren solo a los derbis Madrid-Atleti, sino al Barcelona-Madrid de mañana, o a cualquiera de los otros que pretendieren subírseles a sus barbas reinas, como el Valencia o el Villarreal.
Los derbis debieron su nombre al titular del condado británico del mismo nombre, que organizara en 1780 la carrera de caballos famosa mundialmente; el vocablo devino después en significar los encuentros deportivos, con especial señalamiento a los futbolísticos, que aunaren la pasión nacional con la refriega deportiva. El derbi pasó a ser, así, no solo el encuentro entre equipos de una misma ciudad, sino, por extensión, los partidos de gran rivalidad, aunque el combate no enzarzara a buenos vecinos que confraternizaban antes del encuentro para no “tensionar” más la disputa “calentada” por declaraciones fuera de tono de jugadores y entrenadores patrios y extranjeros, como se hiciere ”in illo tempore” a los reclutas que llegaren al cuartel y a quienes los veteranos, no de guerra precisamente, les dijeren, no como amenaza, sino por los muchos días de armas que llevaren encima sin comerse una rosca: “¡Bichos, vais a morir…!”; o como Juanito, en el túnel de vestuarios, se comiere con la mirada y con las palabras a sus adversarios.
Ahora, la rivalidad no es el derbi, sino el clásico, pero con idénticos significados de lucha, pasión, rivalidad…, como si la Liga fuere cosa de un partido, cuando aún no hemos llegado al ecuador de la misma. Qué pensar, si no, al final de la primera jornada, cuando aún quedan tantas para el final de la primavera, y los cronistas hablan ya de que tal y cual equipos se encuentran en zona de Champion; otros en zona UEFA; y los últimos en zona de descenso o promoción…, y la Liga no ha hecho más que empezar.
El clásico no es, en este caso, el autor que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier manifestación artística, aunque en cierto modo extrapolable lo fuere, por disposición, técnica, táctica, habilidad y maestría en el juego individual y de conjunto de los contendientes. El clásico es la estética del clasicismo, personificada en Xavi o en las “palomitas” de Casillas; el clásico es la estética de Iniesta o la habilidad de Messi; la mirada y la zancada de CR7 cuando enfila la portería rival; el estilo de Di Maria; la templanza de Ozil; el clásico es el estilo vistiendo fuera del campo y jugando en él; el clásico es el encuentro de quienes han entrado a formar parte de la historia y por ello son reconocidos en medio mundo, como Salomón por su ecuanimidad.
No importan los problemas que desvistieren nuestro estilo de cuerpo y alma: el clásico de mañana, como los de hoy, son de todos, porque todos somos de alguien; y la pasión nos vence, tanto en los derbis de ayer como en los clásicos de hoy y mañana. Los derbis principiaban ayer con los clásicos saludos entre Collar y Gento; los clásicos de hoy, con los abrazos de Puyol y Casillas, campeones mundiales y europeos de la cosa mientras lo fueren.
Desde que el maestro Lázaro Carreter nos descubriera el origen del vocablo con el que se aludía a las excitantes refriegas deportivas entre equipos que, por vecindad regional o local, se extasiaban en la espera, antes del parto, en el parto y después del parto, si el resultado fuere favorable a sus huestes, los derbis se asociaron no solo a la rival vecindad deportiva regional o local, sino a cualquiera que estuviere a punto de salirse de la tabla clasificatoria, bien fuere por arriba o por abajo. Así, los voceros deportivos no se refieren solo a los derbis Madrid-Atleti, sino al Barcelona-Madrid de mañana, o a cualquiera de los otros que pretendieren subírseles a sus barbas reinas, como el Valencia o el Villarreal.
Los derbis debieron su nombre al titular del condado británico del mismo nombre, que organizara en 1780 la carrera de caballos famosa mundialmente; el vocablo devino después en significar los encuentros deportivos, con especial señalamiento a los futbolísticos, que aunaren la pasión nacional con la refriega deportiva. El derbi pasó a ser, así, no solo el encuentro entre equipos de una misma ciudad, sino, por extensión, los partidos de gran rivalidad, aunque el combate no enzarzara a buenos vecinos que confraternizaban antes del encuentro para no “tensionar” más la disputa “calentada” por declaraciones fuera de tono de jugadores y entrenadores patrios y extranjeros, como se hiciere ”in illo tempore” a los reclutas que llegaren al cuartel y a quienes los veteranos, no de guerra precisamente, les dijeren, no como amenaza, sino por los muchos días de armas que llevaren encima sin comerse una rosca: “¡Bichos, vais a morir…!”; o como Juanito, en el túnel de vestuarios, se comiere con la mirada y con las palabras a sus adversarios.
Ahora, la rivalidad no es el derbi, sino el clásico, pero con idénticos significados de lucha, pasión, rivalidad…, como si la Liga fuere cosa de un partido, cuando aún no hemos llegado al ecuador de la misma. Qué pensar, si no, al final de la primera jornada, cuando aún quedan tantas para el final de la primavera, y los cronistas hablan ya de que tal y cual equipos se encuentran en zona de Champion; otros en zona UEFA; y los últimos en zona de descenso o promoción…, y la Liga no ha hecho más que empezar.
El clásico no es, en este caso, el autor que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier manifestación artística, aunque en cierto modo extrapolable lo fuere, por disposición, técnica, táctica, habilidad y maestría en el juego individual y de conjunto de los contendientes. El clásico es la estética del clasicismo, personificada en Xavi o en las “palomitas” de Casillas; el clásico es la estética de Iniesta o la habilidad de Messi; la mirada y la zancada de CR7 cuando enfila la portería rival; el estilo de Di Maria; la templanza de Ozil; el clásico es el estilo vistiendo fuera del campo y jugando en él; el clásico es el encuentro de quienes han entrado a formar parte de la historia y por ello son reconocidos en medio mundo, como Salomón por su ecuanimidad.
No importan los problemas que desvistieren nuestro estilo de cuerpo y alma: el clásico de mañana, como los de hoy, son de todos, porque todos somos de alguien; y la pasión nos vence, tanto en los derbis de ayer como en los clásicos de hoy y mañana. Los derbis principiaban ayer con los clásicos saludos entre Collar y Gento; los clásicos de hoy, con los abrazos de Puyol y Casillas, campeones mundiales y europeos de la cosa mientras lo fueren.
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