martes, 25 de septiembre de 2012

DOS LECCIONES DE HISTORIA EN ITALIA Y ESPAÑA


           La Carta del Rey de España, publicada en la recién inaugurada página web de su Casa, el pasado día 18, no es, como han querido ver algunos, que no han deseado darse por aludidos, una intromisión política que trasciende su papel institucional. Apelar a la unidad “caminando juntos, aunando nuestras voces y remando a la vez”, “en defensa del modelo democrático” y apelando al “sacrificio de los intereses particulares en aras del interés general”, no es algo que pueda ser extrapolado del ámbito constitucional, porque ha sido refrendada por el presidente del Gobierno, según previene el artículo 64 (puntos 1 y 2) en relación con el artículo 56.1, por cuanto es el “Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia” y porque refleja el sentir de la mayoría de los españoles en estos momentos de incertidumbres. Otra cosa son las lecturas interesadas y partidistas que se hacen habitualmente de las palabras del Rey, que interpreta un sentir general  en “un momento decisivo para el futuro de Europa y de España”.
La Carta del Rey me recordó la inequívoca posición del presidente de la República Italiana, el demócrata-cristiano, Oscar Luigi Scalfaro, el 2 de julio de 1996, cuando afirmó ante el Parlamento que, puesto en pie le aplaudiere, que “la República es una e indivisible”, recordando el artículo 2 de su Constitución, exactamente lo mismo que reconoce el mismo artículo de la Constitución Española de 1978, cuando afirma que esta “se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”.
Scalfaro salió, de este modo, al paso de las quiméricas (ilusiones y fantasías que se creen posibles, pero que no lo son) aspiraciones secesionistas de la Liga Norte, capitaneada por el independentista Bossi, tres veces coaligado en el gobierno con Berlusconi, que imaginaba periódicamente la secesión de una Padania imaginaria, y que echaba pestes contra una “Roma ladrona” y un “Estado vándalo”, cuando el mismo se vio obligado a dimitir por las revelaciones de malversación de dinero público por parte de su partido.
El presidente Scalfaro, en su papel constitucional, reconoció ante el Parlamento que “las diferencias económicas entre el norte y el sur del país representan un peligro grave”, pero añadió que la Constitución prevé los medios para “hacer una síntesis entre una autonomía verdadera y la unidad nacional”. Exactamente, el mismo espíritu con que el Rey de todos los españoles ha querido advertir sobre “la difícil coyuntura económica, política y también social que atravesamos”, el mismo sobre el que ya advirtiere el gran historiador inglés Arnold J. Toynbee (1889-1975) cuando afirmare que “una nación permanece fuerte mientras se preocupa de sus problemas reales, y comienza su decadencia cuando puede ocuparse de los detalles accesorios”.
Nuestro Rey, como Scalfaro, no ha hablado de política partidista, sino de unidad nacional, de la patria indivisible por encima de todos. La solidaridad constitucional no puede cifrarse en pedir un Pacto Fiscal, que rompe la caja única; ni un rescate de 5.023 millones de euros “sin condiciones políticas”, sin pasar por el Consejo de Política Fiscal y Financiera, ni de amenazar con la independencia como derecho a decidir “nuestro camino”, porque esas vías han de ser decididas por todos los españoles, y no solo por los catalanes. Preséntese en el Congreso y pida, como hizo Ibarretxe, el “placet” para su plan soberanista, que luego habría de ser sometido a referéndum de todos los españoles, en caso de que prosperase, asunto al que se dio carpetazo.
No está bien jugar con España y contra ella, avivando manifestaciones, cánticos y banderas hasta en encuentros deportivos, para luego decir que, aunque fueren “independientes” en su día,  jugarían la Liga española, y la Copa del Rey, claro, porque, sin ellos, no serían nadie. “Tal vez –decía el escritor inglés Aldous Huxley (1894-1963)-- la mayor lección de la Historia sea que nadie aprendió las lecciones de la Historia”.
El ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, advertía el pasado día 20 que “la independencia de Cataluña es casi imposible”, y alertó de que “si sigue así, Cataluña no es viable”, en referencia al “ahogo autonómico de la región”. Es la hora de España y de Europa, nuestro destino y lugar, “sin perseguir quimeras” por la que no están los españoles, aunque reconozcamos el nacionalismo cultural y la riqueza de la diversidad de la nación, pero no el nacionalismo político que empobrece aún más a quien lo demanda y practica.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

“NACER EN CÁCERES Y MORIR EN OTRA PARTE”

          
           El gran bibliógrafo extremeño Antonio Rodríguez-Moñino recoge el dicho de este título en su “Diccionario geográfico popular de Extremadura”, publicado en la Revista de Estudios Extremeños. Moñino afirma que el dicho “da a entender que, en Cáceres, en otro tiempo, había muchos nobles y los segundones salían a buscar en otra parte, en la guerra o en las letras, el modo de hacer fortuna”.

              Todo parece indicar que el dicho ha adquirido, pese al paso inexorable del tiempo, un carácter retroactivo en su significado y un presente de indicativo en el significante de actualidad, como si la irretroactividad del tiempo, como la de las leyes, no fuere asunto intrínseco de los mismos, sino del devenir y sus circunstancias.
              Es bien cierto que los tiempos actuales no son propicios para buscar futuro, ni en la guerra ni en las letras, porque en la guerra le fuere ida la vida a uno y porque, como dijo Larra, “escribir en España es llorar”, ayer y hoy. ¿Quién podría hacer fortuna hoy en ambos campos”?
 
              Hay otro punto del dicho que amplía, aún más, el continente y el territorio de la expresión: “Nacer en Extremadura y morir en cualquier parte”. Hace medio siglo, un millón de extremeños despobló la región para ir a buscar la fortuna que aquí no hallaren en la industria y servicios y, muy pocos, en las letras. Aquellos adelantados iban sin fortuna para que sus hijos la hubieren mañana. Hoy, lograda en la formación, torna un nuevo exilio en las letras, las ciencias, los servicios y las lenguas, en busca de un trabajo que aquí no hallaren. Como dijo Pedro de Lorenzo, fuimos “los primeros en América y los últimos en Europa”.
 
               “Cáceres se muere”, proclaman los comerciantes, vetados por ello en una negociación que exige, “sine qua non”, la retirada de una esquela mortuoria que ofende la sensibilidad del poder. Ellos no se preocuparon en innovar pensando en el futuro y son hoy pasto de los mercadillos y de una economía china emergente, además de unos alquileres que, en tiempos de crisis, asfixian sus debilitadas economías.
 
              La ciudad pervive, pero no sus habitantes: una juventud sin futuro, aun formada para él, ha perdido la ilusión; la industria naciente, languidece; el comercio, cierra; los peces grandes se comen a los chicos; las profecías, en quienes los ilusos confiaron, no se cumplen, porque quienes las proclamaren no fueren profetas del más allá, sino de su propio reino. Solo los políticos parecen vivir en el paraíso al que le llevaren los ángeles, mientras el resto fuere “carne de cañón” para vaciarle sus bolsillos y llenar los suyos… El pueblo se distrae con los circos que pasan. ¿Muere la ciudad o sus habitantes? ¿Y Extremadura: avanza o retrocede? El pueblo ignora a sus gobernantes, aunque les votare, porque su mano derecha ignorare lo que hiciere en las urnas al introducir unas papeletas con nombres y programas desconocidos. No hay profetas en el secano, ni aun en el regadío de este reino.
 
              Nada cambia si no es para peor. Se inventan de la noche a la mañana acrónimos y siglas de risa, como el Gobex (por Gobierno de Extremadura), porque hasta la economía lingüística ha de imperar en tiempos de crisis. Y lo lanza uno y lo reproducen tan frescos los más, que ni traducir supieren sus receptores, y menos aún lo que pudieren saber y utilizar: los nombres de las instituciones extremeñas que tuvieren por propios en su ley fundamental: el Estatuto de Autonomía: la Junta y la Asamblea de Extremadura. Como si quisieren emular a Dámaso Alonso, quien ya en el siglo pasado hablare del “Siglo de las siglas”.
 
              Y así, “todo pasa”, dintel sobre la fugacidad del tiempo en el Palacio del Marqués de Mirabel en Plasencia. Y los Golfines de Cáceres seguirán esperando en su palacio de Abajo el día del juicio final, porque Cáceres pareciere volver al otoño de la Edad Media que la hiciere universal, pero tan recogida en sí misma, que no revelare alegría ni juventud, porque ni los festivales de música la elevaren al altar de la patria, con más pasivos que activos y, en los primeros de esta clase, pasivos hasta en Cortes, a la espera…,  como si esta diere luz al presente oscuro y al futuro por venir.
 
 

viernes, 14 de septiembre de 2012

EL TAPADO VISIBLE

 
           Su mano izquierda siempre sabe lo que hace su derecha. No dan la cara porque dan la espalda. Observan bajo las alfombras, pero no se dejan ver. Tiran la piedra y esconden la mano. Se sirven del poder de la influencia para lograr la influencia del poder. Hombres de paja manejan sus hilos. Penélopes que tejen y destejen según la rosa de los vientos del poder. Son los invisibles del poder, los tapados visibles que todos reconocen y nadie parece ver.
            Babosos de oficio, aprendices de pelotas. Vividores de baja cuna y de alta cama. Lacayos de la palabrería bífida; fontaneros para hacer chapuzas en la salvación de la patria; hipócritas de doble moral que predican lo contrario de lo que hacen. Ósculos de Judas sobre labios puros que inoculan su impureza. Conjugan en plural en alta voz y el singular en los conciliábulos del poder. Su declinación  solo hubiere un caso: el nominativo innombrable del genitivo perdido. Su voz es la activa frente a la media y pasiva de otros. Revuelven el cieno para darse lustre. Pescan en río revuelto para ganancia propia. Acotan suertes de tierra para la caza furtiva.
            Desde su croar de catacumbas sueñan con la gloria. Amenazan, no dialogan. Se excusan; no dan razones. Lanzan globos sondas para hinchar su espacio. Difaman en busca del objetivo. Compran débiles voluntades de mujeres y hombres, que no se sienten libres, porque nada tienen o poco guardan. Reparten sinecuras para taparse sus propias heridas. Regalan tiempos que no les pertenecen; aguinaldos que no provienen de sus bolsillos; razones a quienes no las tienen. No escuchan: espían. No dialogan: discuten. No avisan: traicionan. El todo de los demás es su exclusividad; la parte, su frontera. Su palabra es dogma; la del resto, palabrería.
            Sus palabras no provienen de su corazón, sino de la hiel que les otorga su poder. Alimentan una venganza para la nada. Se solazan en la marginación de los sujetos-objeto de su saliva. Son maestros del engaño; artífices de la desunión; provocadores del enfrentamiento. Señores de vidas, dueños de haciendas, constructores de papel sobre arenas difusas. Soles de sus sombras, sombra para todos en la soledumbre invisible del tapado visible. Bajos las copas del poder que desean arriar como bandera. Nunca de paz; siempre de guerra.
            El presente y el futuro parecieren ser solo suyos, no de todos. Destruyen, así, la esperanza de vida, la fe en la vida, la autoestima en la propia. Cargan contra los débiles, no contra los poderosos. Ellos personifican el poder y su tiempo, como si este no hubiere final para ellos. Pasó su tiempo, pero no su poder, a la sombra del poder. Y ahí siguen, transfigurados en la palabra hiriente que no se escuchare, pero que sangra a los servidores que no hubieren otra que la de su trabajo en servir y no ser servidos: los trabajadores del pueblo, los maestros y profesores, los funcionarios, los servidores del orden y la ley, el personal sanitario que nos diere la salud cuando la perdemos, los sufridos campesinos y ganaderos… No hay edad para ellos. El tiempo se acaba. Nos hacemos mayores y perdemos el tiempo; pero detrás de ellos, otros vendrán que ahora esperan: sin fe, trabajo ni esperanza. Como si el mundo solo fuere suyo y el tiempo que se acabare para ellos no fuere futuro para el resto. No hay peor herencia que la de aquellos que no asumen la propia, ni otra peor política que la que hace retroceder en el tiempo a los más, y la que deja en la cuneta a los que empiezan y a quienes aún no hubieren finalizado su recorrido; pero ellos tampoco serán matusalenes para la eternidad, si acaso estiércol para una flor fugaz, como la vida misma.

lunes, 3 de septiembre de 2012

REALIDAD DE LA IRREALIDAD


           “La realidad me ha impedido cumplir mi programa electoral”, ha dicho el presidente del Gobierno en una reciente entrevista concedida a cuatro periódicos europeos. El francés Le Journal du Dimanche la titulaba con una de sus frases: “Lo peor que le puede pasar a un gobierno es no comprender la realidad en la que vive.” Rajoy ha comprendido la realidad, pero tarde, porque ha trocado la realidad de su programa en la realidad de sus decisiones, como si dijere: “La realidad soy yo y mis circunstancias; todo lo demás es irreal.” Lo decía afirmando su propia realidad frente a la otra realidad, que no podía negar, la mal llamada irrealidad. Su innegable realidad se defendía de la otra realidad hostil. Confundía la realidad con la irrealidad al afirmar su propia realidad sobre la realidad ambiente. La “realidad” de la nación no era para él la condición de lo que no es real; más bien, la realidad indeseada; pero se asía a esa realidad irreal, porque la realidad no era la negación de la realidad; era él y la otra realidad.

          Hubiere dos realidades diversas y una sola nación verdadera: la realidad de los ricos y la realidad de los pobres; la realidad de la casta privilegiada y la otra realidad que son la suya y sus circunstancias: cada día más pobreza, impuestos, menos salarios, más carestía de la vida… La realidad del Estado del bienestar conocido y, en menos de un año, desmantelado. Los intereses generales de los españoles no entran dentro de su realidad cuando se amnistía a los ricos; volver a ganar las elecciones no es, ni debe ser, un objetivo de su realidad política, si no fueren satisfechos los intereses generales. No tiene varitas mágicas ni prometió milagros quien antes ignorare la realidad patria. La “gente” no es la realidad reconocible en su política, sino la irrealidad de quien no se mostrare justo y equitativo a la hora de repartir los esfuerzos y cargas.

          Otros políticos, como Elena Valenciano, vicesecretaria general del PSOE, tacha al presidente de “incompetente” por afirmar que “no puede cumplir su programa debido a la realidad” y porque “todo lo que toca se convierte en depresión”. Solo austeridad y recortes, la realidad contraria a lo prometido. La realidad son los incumplimientos por encima las promesas, no su “realidad cambiante”, en palabras de Rosa Díez. “La realidad obliga, pero no hemos perdido las referencias”, afirma  el presidente quien, en nombre de los intereses generales, pareciere alinearse solo con una casta que desmantela por completo la clase que mantiene al país: la realidad de los trabajadores, que han vuelto al pasado, frente a una nobleza que tan solo mirare para sí. Los redactores de su programa estuvieron fuera de la realidad. Solo, ya en el poder absoluto, se topó con una realidad, que ahora nos parece irreal. Porque, ¿qué es la realidad: el ayer o el hoy, el pasado o el futuro incierto de aquella realidad que hubimos, hoy ya irrealidadad?