miércoles, 29 de junio de 2011

MIRADA AL PASADO

Cuando los tiempos no soplan a favor, hay un viento que nos lleva a la nostalgia y otro que nos induce a mirar al pasado, como si el presente se hubiere paralizado y el futuro fuere una utopía. Entre babor y estribor, olvidamos la proa que nos conduce al futuro, aun a través del proceloso mar de los tiempos. El pasado, aun siendo mejor que el presente, no podrá advertirse como algo bueno por volver, porque solo pensando en él nos instalaríamos en las antípodas de lo que aspiramos a ser.

Cuando hablamos más del pasado que del presente y el futuro caemos en la melancolía, en la nostalgia de un tiempo que para algunos puede que fuera mejor y por ello aspiran a reconquistarlo. Nadie desea instalarse, y permanecer, en una situación peor que la que tuvo. El pasado es historia; el presente y el futuro suponen el desafío por conquistar. Tornar al pasado, sí, para retomar los pasos perdidos, nunca para dejar atrás el terreno conquistado; mirar al presente y al futuro para mejorar el pasado.

La mirada al pasado, o en él instalada, nos conduciría a ser la mujer de Lot que se convirtió en estatua de sal, inmovilizada, como un monumento a la desobediencia tallado en sal pura. Nacimos para desarrollarnos y crecer, no para volver a nacer, porque la vida es un camino finito, en el que el más allá nos impedirá el retorno a lo que fuimos. El pasado es la película de nuestra vida de la que solo recordamos retazos aislados; como la felicidad, o el amor a veces, son tan solo instantes en un largo camino por recorrer.

La mirada al futuro nubla un pasado ya oscuro, en la noche de los tiempos, siempre expectante a la espera del orto. El pasado es el ocaso de lo que quizá fuimos; el futuro, el alba diáfana para ser mejores de lo que somos. No podemos afirmar que cualquier tiempo pasado fuere mejor que el actual, porque la mayoría ha avanzado, aunque una minoría retroceda en privilegios anteriores. Y ni siquiera, ese tiempo mejor fuere motivo para cargar contra quienes quizá le dieren un día el pan y el agua que comieren y bebieren en abundancia y a la que hoy desean volver, como quien vuelve al pueblo por vacaciones, porque más dura será la caída de quienes olvidaren su cordel para volver al redil que el futuro nos demanda.

jueves, 23 de junio de 2011

EL LABERINTO DEL DESENCANTO


No es producto de la estación ni de las hogueras acumuladas de San Juan. El desencanto ambiente es afluente de la desilusión y la decepción. El silencio que no otorga es, al mismo tiempo, el habla de la desilusión, del desengaño, la decepción, el hastío, el aburrimiento, la indiferencia, el chasco. Hubiéremos motivos mil para conjugar sus antónimos: el embelasamiento, el enamoramiento, la fascinación…

El ecuatoriano Raúl Pérez Torres escribió en 1985 su “Teoría del desencanto”, una novela crónica de la soledad que va venciendo a la ilusión. La soledad es, a veces, meandro del desencanto y este, a su vez, afluente de la desconfianza; pero la desesperanza y la incertidumbre del futuro trueca en antónimos de la desconfianza los sinónimos de la fascinación. Como si el embelesamiento por alguien, por algo, por una idea, fuere tan pasajero como un leve meandro que no llegare al mar.

La juventud subsume en sí misma talentos bastantes más allá del desencanto; pero no hallare antónimos para apagar la sed de la inseguridad, la precariedad, la inequidad, la perspectiva de futuro que no encontrare en la utopía del pasado que fenece en la desconfianza del presente. El Príncipe ha dicho en uno de sus principados que “no se puede aceptar que la desesperanza se instale en los jóvenes, ni que se vean o se sientan excluidos, material, social, o económicamente”; pero así es, Alteza: en una sociedad de abundancia y calidad de recursos, coexisten jóvenes que no pueden acceder a una democracia habitable, real, y que tan solo pidieren lo que a ellos se les negare y a otros se les otorgare por la gracia humana, que no divina, de sus méritos no reconocidos.

Vivimos en una sociedad en la que el embelesamiento ha dado paso a la desilusión, el enamoramiento al desengaño, la fascinación a la decepción: en la que solo se enamoran hombres y mujeres adultos con las espaldas cubiertas, como si a los jóvenes, en quienes residiere la quintaesencia del amor, les estuviere vedado ilusionarse, porque ningún futuro hubieren, ni para vivir, ni amar, ni formar familia, si no fuere con la hipoteca de su cuerpo y alma.

El desencanto nos guía hacia la desconfianza, pues en quién confiar si nadie confía en quien debiere y quienes confían otorgan su confianza a quienes no la merecieren. Jóvenes y adultos se mecen en la cuna de la desconfianza, instalados en ella muy a su pesar, porque ya no hay manos ni corazones que la otorgaren, sino intereses que la buscaren. Cómo hallar confianza en quien ofrece desencanto; ilusión en quien nos otorgare desconfianza; enamoramiento en quien nos produce desengaño; fascinación en quien nos otorga decepción. Nos entregamos en cuerpo y alma y nos traicionaron de palabra y hecho. Abrimos nuestro corazón de par en par y nos cerraron su corazón. Les hablamos con la palabra abierta y nos ofrecen una ecuación con tres incógnitas por resolver. ¡Oh, amor, que por amor viniere y con la palabra traidora se fuere…!, dónde hallar tu encanto que resolviere mi desilusión en fascinación...

miércoles, 15 de junio de 2011

LOS GRITOS DEL SILENCIO



Ha gritado el silencio de quienes nunca hablan en las calles y plazas. Lenta, suave, gestualmente, se ha extinguido la voz de los sin voz; de quienes, aun teniéndola, no son escuchados. No tenían palabra y la hubieren, pero no hicieren uso de ella, y no fueron oídos ni tenidos en cuenta.

El silencio habla a veces más que las palabras. De nada valen los gritos si no son oídos y respondidos; para nada el silencio que un día termina y no germina en la laxitud de la palabra. El silencio voluntario debiere tener más eco que el silencio impuesto, porque el primero asume la inhibición voluntaria de la palabra, mientras que el segundo la ahoga. Se puede imponer silencio, nos ruegan silencio; pero jamás podrán ahogar la palabra que se rebela ante la injusticia fehaciente, interminable, desesperanzada; ante la palabra convertida en silencio, ante la pregunta jamás respondida por quienes debieren satisfacer el ansia del silencio, el grito de la palabra, reconvertida en hechos, que ahoguen el propio silencio.

El silencio ha sido oído; se ha multiplicado como un eco por el universo mundo. Ese silencio ha dado a luz palabras impresas que son la mutación del propio silencio. Han llegado esos gritos del silencio donde hubieren; pero han sido pisoteados sus papeles, barridas sus palabras para no ensuciar el silencio de quienes no desean responder, porque no hubieren palabras ni armas bastantes para matarlo.

Han levantado los campamentos de la palabra silenciosa, de los gritos del silencio, que no deben ser reconvertidos en gritos de la palabra, porque serían arma y no gesto; amenaza y no aviso; palabras libres o mayores frente a quienes no hubieren más que palabras cuando hubieron palabras de presente, aunque sean hombres y mujeres de torcer las palabras, de traer en palabras, cuando las suyas no fueren pesadas ni picantes, sino preñadas, a media palabra, sin comerse las palabras, en pocas palabras, sin gastar palabras, porque al oprimido diere voz y al opresor, si lo hubiere, comunicación.

sábado, 11 de junio de 2011

DOS HOJAS EN MAYO CAÍDAS



Juntos por última vez el 22 de enero, vísperas de nuestro patrón, y os vais de repente, sin decir adiós, en mayo, cuando las hojas ya no se caen del árbol, sino que lo visten, y la luz de la primavera parece alumbrar más allá de vuestras miradas cerradas. Hubiere deseado estar en vuestra despedida y el tiempo, aunque se alargare, me lo impidiere.

El correo me avisó de vuestro sueño eterno, el sueño del que no despertare jamás Fernando, con tanto aún por contarnos y reírnos con él y sus gracejos. Y pude verlo dulcemente dormido, como en un atardecer auroleado por la luz de plata de amanecida.

Tantas ventanas abiertas, compañero, amigo, y te fuiste sin despedirte, sin decir adiós; sin recibir nuestro último Anuario de la Prensa. Eras el decano no por edad, sino por sabiduría, y tu ventana siempre abierta a los demás se ha cerrado definitivamente, soñando siempre con Cáceres, hasta que Meli, tu esposa, ha advertido la frialdad que nunca hubiste, ni con tu ciudad ni con nadie.

Tu voz apagada hubo fuerzas bastantes para narrar la bajada de la patrona, con tus anécdotas, tu ingenio, tu último servicio a Cáceres, pero inacabado, porque tu “ventana abierta” se ha cerrado, pero permanece viva en tus escritos, en los legajos y documentos escritos que le dejas a Meli.

Tu tiempo aún no fuere ido, Juanjo, cuando un rayo de muerte subiere por tu pierna de madrugada y cerrare, aún joven, una vida esperanzada con tus niñas. Tan cerca de mi casa el último adiós y ni despedirte pude, ni dar consuelo a Adela, porque el tráfago de nuestra profesión me lo impidiere.

Repetí tu nombre y tus apellidos a sabiendas de que fueren los tuyos, sin dar crédito a lo que veía en la letra impresa que durante años nos uniere. Con 49 años, Juanjo; con tanta vida aún por delante, con tantos proyectos e ilusiones por cumplir, que no pudiste ver el nuevo amanecer que te esperaba y que buscaste con la esperanza de hallarlo.

Tantas tardes juntos, frente a frente, apenas hablando de cuantos nos unía, cuando los papeles aún nos desbordaban en nuestros quehaceres hasta la llegada del ordenador, tras cuyas pantallas parecíamos jugar al ratón y al gato cuando habláramos de lo que debiéramos en el trabajo y tú ponías los suspensivos… “y tal y cual”, que no dieren fin a los que hubiéremos entre manos, sino que fuere una copulativa entre paréntesis para no perder el discurso interminable.

Y ahora, compañeros, os contemplo de nuevo en la foto de la última cena que, por la gracia de Flore, me unirá para siempre en el recuerdo a vosotros, siempre inesperado, indeseado, de dos días de mayo, el 4 y el 27, en que dos hojas, que tantas otras de tinta escribieren, no debieren caer jamás del árbol, mientras Meli y Adela velarán por las vuestras escritas como semilla para la eternidad y nunca estiércol para una rosa.

No tiene edad la muerte, porque llamare a nuestras puertas cuando no se la esperare, aunque no hubiéramos presencia en un campo de batalla para recibir la bala perdida que pusiere fin a nuestras letras. El riesgo de nuestra profesión es también un camino hacia la otra vida, aun en zona de paz, y no de conflicto armado, porque nuestra única arma fuere la palabra.

jueves, 9 de junio de 2011

LA PRIMERA REGIDORA DE CÁCERES














No fue su condición femenina un freno a sus aspiraciones de gestión y mejora para Cáceres. Hasta última hora, “para que Cáceres gane”, luchando contra su condición de cuna y origen. Quienes negaron la evidencia, negaban las facultades; pero a una catedrática, aun mujer, ni se le puede negar ni lo uno constitucionalmente ni lo otro intelectualmente.

La primera alcaldesa de Cáceres pasará a la historia por algo más que por su condición femenina: por ser la primera mujer regidora de una ciudad que, por condición machista, reclamaba en la oposición la pureza de raza de pecado original antes que la pasión y el trabajo por mejorar una ciudad adormecida, adeudada, en la que ser “catovi” (cacereño de toda la vida) se demostrare solo con el carné de identidad, pero no con el trabajo de cada día por mejorar sus expectativas de destino.

No hubiere vacaciones quien, tras tomar el mando, hubo de ser ingresada en el hospital por entregarse a la ciudad más de lo que pudiere; no hubiere horario quien hubiere de lidiar con una tropa que, aun siendo cacereña, pareciere que no fuere de su ciudad y lidiare contra sus intereses; quien perdiere a su marido en el camino y siguiere el suyo que le marcare la ciudad; quien hubiere de romper un pacto, a su pesar, por quienes prometieron sostenerlo y le retiraron sus apoyos; por quien quiso resolver, y lo hizo, más de lo que pudiere y quisiere; por quien se forjare más en la oposición que en el propio gobierno; porque demostró más amor a Cáceres que muchos cacereños de nacencia; porque hizo camino al andar, aunque no lo terminare; porque sentó las bases del mañana, aunque no se lo reconozcan; porque fue, en fin, la primera mujer alcaldesa, que, solo por eso, fue vilipendiada en el amanecer de un nuevo futuro en que, ahora, otra mujer le sucediere, en el camino abierto por ella. Carmen, la primera de Cáceres; la primera que fuiste gobernadora de hombres en una ciudad en la que, al fin, reinaren las mujeres, por el camino que tú abriste. Como te reconoció un ministro del Gobierno de España, Ramón Jáuregui, en el mejor discurso que hiciste en tu defensa del Cáceres soñado, un día no lejano, Carmen, en el que solo los tuyos te reconocieren.

domingo, 5 de junio de 2011

EL OTRO TESORO DE ALISEDA


Un día de abril de hace años, Claudia Moreno Campón reunía en su pueblo a una amplia representación de mujeres, como en una charla de café, y se dirigió a ellas diciéndoles: “Nosotras conocemos el pueblo mejor que nadie: sus necesidades y aspiraciones; queremos seguir viviendo en él y mejorarlo para nosotros y nuestros descendientes. Tenemos en nuestra mano lograrlo. Los hombres trabajan en el campo y apenas se preocupan de estos problemas que nosotras sentimos más que ellos. Si queréis que sea vuestra alcaldesa, os necesito a vosotras y vuestros votos, y gobernaremos todas juntas nuestro pueblo…”

Esa filípìca de Claudia encendió los ánimos de un pueblo sufrido y trabajador que, si en 1920 halló un tesoro que le hizo célebre, en 1972 perdió a 19 de sus hijos más jóvenes en el más grave accidente de su historia, y en 2002 vio cómo su juventud se rebeló contra el alcalde popular y le obligó a suspender las Fiestas del Emigrante por su “pobreza”.

Aliseda había sido conocida a nivel nacional por estas tres historias y no tanto por su caza mayor; pero, desde 2003, es conocida por su alcaldesa y su fuerza arrasadora: 10 concejales contra 1 ese año; y 8 a 1 en las elecciones de 2007 y 2011. Claudia ha hecho honor a su pueblo con la ayuda de las mujeres y hombres de ese pueblo.

El tesoro tartésico del siglo VII a. d. C., un conjunto de joyas, de oro y plata refinada de orfebrería, puso su nombre en el mapa de España, como lo puso aquel trágico accidente del 26 de junio de 1972, en el que fallecieron 22 jóvenes y otros 39 resultaron heridos. Diecinueve de ellos eran del pueblo. La tarde del 27 se ofició el funeral en la calle mayor. Alienados sobre sus rollos yacían los féretros, y las lágrimas ahogaban los rezos ante la catástrofe visible y sentida. Claudia no habría nacido quizá para vivirlo; pero el 28 de julio de 2002, Aliseda tornó a ser noticia nacional por la rebelión de su juventud ante el “pobre programa” de fiestas elaborado por el ayuntamiento que presidía un alcalde popular, y hubo que suspenderlas.

La filípica de Claudia multiplicó por tres sus votos gracias a las mujeres que la escucharon y salieron convencidas de que en ellas estaba la fuerza. De regreso a sus casas, reunieron a sus maridos e hijos y les instaron a votar a Claudia porque, a partir de ahora, mandarían ellas y resolverían los problemas de su pueblo. De lo contrario, ya sabían lo que les esperaba: a trabajar en casa como ellas y a barrer la calle.

Claudia ganó cuatro elecciones desde el 99, aunque quedó fuera del gobierno pese a ser la lista más votada en esa legislatura; pero desde el 2003, arrasa: con el 85,5 por ciento de los votos en 2007; con más del 80 en las últimas, porque sabe escuchar y es alcaldesa las veinticuatro horas del día, cercana al pueblo, como solo ella sabe, el otro tesoro de Aliseda, con su cabeza coronada por el oro de sus cabellos.

Como Juan Francisco Monterroso en Aldeacentenera, que empezó de alcalde en el 83, con 24 años, e inicia su octava legislatura; como quienes por su trabajo y constancia lograron todos los concejales elegibles: cinco sobre cinco, en Casas de Miravete, Jarilla, Marchagaz, Pescueza, Valdemorales, Villa del Rey, o Campillo de Deleitosa, con tres; o Hervás, Arroyo y Romangordo, en su línea continuista de un trabajo con resultados brillantes.