miércoles, 30 de mayo de 2012

UN VÍNCULO CACEREÑO EN EL GOBIERNO DE FRANCIA


Manuel Valls, Ministro del Interior de Francia.

           Cuando su padre Xavier Valls, (Barcelona, 1923-2006) obtenía el 20 de diciembre de 1979 el I Premio “Cáceres” de Pintura por su obra “Naturaleza muerta”, su hijo Manuel Valls tenía 17 años e iba al liceo junto a su hermana Giovanna, de 16. El político francés de origen español, ministro del Interior del Gobierno de François Hollande desde el pasado 16 de mayo, tiene hoy 49 años. Su padre tenía 58 cuando logró el premio de pintura de esta ciudad, dotado con un millón de pesetas. En aquella ocasión confesó que “cuado una ciudad se toma en serio la pintura de hoy, es despierta y audaz” (véase Diario EXTREMADURA de 15-1-1980)
                                                      
            Manuel Carlos Valls Galfeti, más conocido por Manuel Valls, nació en Barcelona el 13 de agosto de 1962. Licenciado en Historia por la Universidad de París I Tolbiac, habla por sus orígenes familiares (padre español y madre suiza), francés, español, italiano y catalán.

             Su abuelo paterno fue director de un periódico republicano español, que ocultó en su casa durante la Guerra Civil a sacerdotes perseguidos por trotskistas y anarquistas y a quien, finalizada la contienda, se le prohibió ejercer su profesión. Su padre, Xavier, emigró a París a finales de los 40, becado en principio para estudiar bellas artes, y allí vivió 58 de los 83 años de su vida, aunque nunca perdió el vínculo con su tierra natal. En la Ciudad de la Luz se casó con Luisangela Galfeti, hija de un arquitecto suizo. Un primo del ministro, Manuel Valls i Gorina, compuso el himno del Fútbol Club Barcelona, según confesó aquel en un programa de radio.

            Manuel Valls se afilió al Partido Socialista Francés (PS) con 17 años de la mano de Michel Rocard, primer ministro entre 1988  y 1991 con Jacques Chirac y primer secretario del PS entre 1993 y 1994 tras Laurent Fabius. En 1992, con 24 años, fue elegido miembro del Consejo Regional de Isla de Francia, del que fue vicepresidente primero en el 98. Alcalde de Évry en 2001, es diputado en la Asamblea Nacional Francesa desde junio de 2002. Del 93 al 97 ejerció de encargado de Comunicación del PS y fue encargado de Comunicación y relaciones con la prensa del gabinete de Lionel Jospin, primer ministro entre 1997 y 2002, y desde el 93 fue miembro del buró nacional y del consejo nacional de su partido. En la sucesión de François Hollande al frente del PS en 2008, tomó partido por Ségoléne Royale, quien compitió con Sarkozy en 2007 por la Presidencia de la República.

            Un periódico español saludó su nombramiento como ministro con el titular: “Un español con mano dura dirigirá a los gendarmes franceses en el fin de ETA”. Cuarenta y ocho horas después de la detención del considerado “número uno” del aparato militar y de captación de la banda terrorista, y de la detención el domingo de otros dos etarras, que se han atrevido a solicitar negociación con ambos gobiernos, Manuel Valls visitó ayer España para reunirse por segunda vez con su colega español, Jorge Fernández Díaz, con quien tuvo la oportunidad de hablar dos días después de su nombramiento en la reunión de ministros del G-6 en Múnich.

            La vinculación de Xavier Valls y de su hijo Manuel con el vecino país, entronca con una larga tradición de maridaje intelectual y político hispano-francés, desde la Casa de Borbón, de origen galo, hasta Eugenia de Montijo, esposa de Napoléon III, y las relaciones políticas con los últimos cinco presidentes de la V República, de Pompidou hasta Sarkozy, marcada desde el desdén de Giscard d´Estaing hacia lo español hasta las buenas relaciones con Sarkozy y ahora con Hollande, amén de la aportación del exilio de los humanistas españoles de posguerras. Manuel Valls, español de nacimiento y francés de nacionalidad, puede ser el último eslabón de aquella luz que su padre encontró en París y que dejó en Cáceres, “una luz tamizada al margen del tiempo y el arte de vanguardia”, en palabras de Josep Casamartina, en el obituario que le realizara tras su muerte en 2006 en “El País”, como Anne Hidalgo, vicealcaldesa de París, de origen español.
                          


lunes, 14 de mayo de 2012

LA DESAMORTIZACIÓN DEL POSESIVO

           El pronombre posesivo es un referente de la cotidianeidad; pero no todos los posesivos con los que convivimos a diario merecen por igual nuestra atención, cuidado y mimo. La connotación posesiva es la misma; no así la consideración que nos merecen uno u otro. Hablamos de mi casa, mi ciudad, mi mujer… y no abonamos por igual nuestro referente posesivo. Cuidamos nuestra casa, descuidamos nuestra ciudad y no respetamos a nuestra mujer, como si la posesión de la cosa poseída no fuere igual en género y número.

            Velamos por la limpieza de la casa, medimos el gasto de agua y luz que, aun siendo nuestra porque la pagamos, es de todos, al ser bienes universales por encima de la propiedad particular de las empresas concesionarias; cuidamos con esmero las plantas que adornan y dan más vida a la propia casa; pero descuidamos los jardines públicos como si no fueren nuestros; parece no importarnos el derroche de agua; no nos preocupa una luz encendida de día; arrojamos basura sobre la acera; no respetamos el mobiliario urbano como propio, ni los árboles y los jardines que circundan nuestro entorno, alientan nuestra atención.  

            Nuestra ciudad –más aún la antigua, patrimonio de la Humanidad--no pareciere así tan nuestra, tan de todos, sino solo de sus moradores y cuidadores. ¿Será de todos y por eso mismo de nadie? ¿Cómo entender, entonces, el posesivo? No hacemos nuestra la posesión o pertenencia; no asumimos el referente: que los árboles, los jardines, las aceras, los bancos para sentarse… están ahí, invitándonos al disfrute de su posesión, que no fuere individual, sino colectiva. No asumimos la pertenencia como referente. No sería nuestra ciudad, sino la ciudad de los otros, que la toman y saquean, como prenda y objeto de una pertenencia conquistada, como los ejércitos hicieren en la antigüedad.

            La ciudad es mía, tuya, suya, nuestra…, posesivo singular, masculino y femenino; es decir, de todos. Cáceres es posesión y pertenencia de la Humanidad. El referente posesivo de la ciudad es más moral que material. La posesión y pertenencia de la ciudad implica obligaciones más que derechos. Si la ciudad se siente, se vive y se disfruta, a qué hacer antónimo lo que es sinónimo; lo nuestro, nuestro hábitat mayor, respecto de nuestro hábitat familiar.

            Cáceres, mi ciudad, nuestra ciudad, patrimonio de la Humanidad, parte de nuestro ser, posesión moral, pertenencia nuestra; declinación de nuestro espíritu, conjugación de nuestra voluntad… Ciudad os doy y no vertedero; casa disfrutáis y no es papelera; mujer tenéis y no es ni objeto ni sierva. Pertenencia habéis y no saco roto… Mi ciudad, nuestra ciudad, vuestra ciudad, con  nombre propio  --Cáceres; ¿olvidaría Plasencia, la amada ciudad adoptiva?-- referente de todos, posesiva madre para todos.

            Vamos perdiendo los posesivos porque ya ni son adjetivos, que califican al sustantivo, ni pronombres que sustituyan al nombre para establecer una relación de posesión. Nuestras madres remarcaban el posesivo añadiéndole el artículo determinado, para que no hubiere duda alguna de que el mi Carlos se refería a su hijo Carlos. Los militantes de los partidos creían, ufanos, que aquellos eran míos, tuyos, nuestros, de todos, cuando simplemente eran suyos; es decir, del aparato, que hacía y deshacía a su antojo listas y ofrecía prebendas a sus criados y pelotas, reunidos en pequeño sanedrín, aunque hablasen de abrirlos a los simpatizantes y cuantos menesterosos les votasen buscando en ellos su esperanza perdida. Enfatizábamos que las autonomías eran nuestras cuando, como escribiere un conocido abogado del franquismo, fueren “las autonosuyas”. Creíamos entender que España era de los españoles cuando tan solo fuere de sus gobernantes que se repartían la tarta dejando al resto las migajas. Las cajas eran nuestras desde su fundación por los padres de los pobres, pero ya no las poseemos, porque pasaron a ser referentes de género y número de la cosa poseída por otros. La educación básica, obligatoria y gratuita (1985), el Sistema Nacional de Salud (1986), el Sistema de Pensiones Asistenciales (1990) y el cuarto pilar del llamado Estado del Bienestar, la Ley de Dependencia (2006), fueren de todos, especialmente de los pobres;  pero los actuales gobernantes, que no nos los dieron, les suprimen los adjetivos y restan al posesivo el género y el número, desposeyéndoles de la relación de posesión o pertenencia pública. Es más: convierten en adjetivos posesivos lo que antes eran simples vocablos que designaren instituciones de todos para remarcar aún más su relación de pertenencia: Extremadura es la mi madre, el mi Parlamento, el mi Gobierno… Casi nada es ya público, sino privado, aunque muchos se empeñen en seguir diciendo: delante mía/o desguazaron el Estado del Bienestar, unos por acción y otros por omisión, como si también hubiéremos perdido el pronombre que fuere en lugar del nombre, y el posesivo universal que les insuflaren sus fundadores… “Lo flipo, tía: era nuestro y nos lo quitaron para dárselo a los bancos…”, hoy, vísperas de San Isidro, cuando la protesta por el posesivo perdido se hizo universal en reivindicación del pronombre posesivo…, el 15-M, la voz de los sin voz de un mundo globalizado, pero no solo suyo, de otros; no nuestro; de unos pocos.




viernes, 11 de mayo de 2012

LA DOCTRINA Y LA LITURGIA

           La doctrina puede ser diversa, pero única para sus fieles; la liturgia, variable. La primera la sustentan personas o grupos religiosos, filosóficos o políticos; la segunda es el estilo: la forma con la que se manifiestan las creencias de culto en las distintas religiones.

            Los españoles hemos asumido una doctrina única: la libertad de expresión y de opinión (artículo 20 de la Constitución Española del 78) No asumimos, empero, la liturgia: lo que a unos otorgamos, se lo negamos a otros. Hacemos nuestro un derecho que pretendemos acallar en otros. Cercenamos así el fundamento mismo del derecho y de la liturgia con que revestimos el derecho. Negamos, por tanto, la esencia misma de la doctrina y el ropaje de la liturgia con que adornamos aquella. A qué negar a unos lo que a otros otorgamos: la libertad misma de expresión u opinión. ¿Por qué asumir, de manera excluyente y exclusiva, lo que es patrimonio de todos: la libre difusión de pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra y el escrito?

            No hay más clara doctrina de este principio de un derecho humano fundamental. Sin embargo, lo negamos cuando la expresión u opinión nos son adversas en su doctrina. No hay, ni tiene por qué haber, dicotomía entre doctrina y liturgia cuando ambas se fundamentan en el espíritu mismo de la libertad con que crece y se desarrolla cualquier ser humano.

            La dicotomía inexistente la convertimos en sincronía de nuestra filosofía. ¡Qué fácil resulta, entonces, subvertir el principio de la libertad de expresión y opinión! El derecho nos asiste cuando nos es favorable; nos repele, y lo rechazamos, cuando va en contra de nuestra propia liturgia o puesta en escena de la doctrina que todos abrazaos. No importa que llevemos varias decenas de años con una liturgia que nos aburre, pero muy pocos, todavía, con una doctrina que compartimos.

            A qué extrañarnos, pues, que muchos bendigan a quienes niegan  nuestros derechos y libertades y, a quienes los defienden, les cercenemos ese derecho. Cómo ha de asombrarnos que la sonrisa de algunos pretenda apagar la sed de justicia de los más. Monago tiene siervos buenos y malos, porque no conoce a todas las ovejas que apacienta, elegidas no por él, sino por su sanedrín en el que hubiere traidores a su doctrina, ni todas las que gobierna asumen su doctrina ni su liturgia; pero ya advirtió el Señor: “Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen.” (Mt. 23, 3). No debemos confundir la enseñanza con el ejemplo, los titulares de unos con la cotidianeidad de otros. Fueron elegidos para ofrecer consejos a la gente que ha de trabajar para vivir, a la gente que no tiene oportunidad de estudiar la ley, porque hubiere el estómago vacío. Fueron llamados para ser siervos y no amos; pero muchos confunden la llamada como si fuere un privilegio más que un servicio.

            No hay mayor ciego que el que no desea ver, ni mayor sordo que el no quiere oír. Asumimos la liturgia por bautismo, pero ni siquiera la liturgia de la palabra de la doctrina que profesamos. Reconocemos a otros lo que negamos a los de casa, negándonos a nosotros mismos. Muchos no han entendido aún la libertad porque no conocieron la dictadura, y solo de aquella pudieron beber y disfrutar, como otros de la democracia, la de quienes asumen la doctrina de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Y este calla, pero no asiente, aunque todo le vaya en el envite.

            Convergemos en la sincronía de la doctrina y divergemos en una liturgia trentina, subvirtiendo por intereses personales, políticos, profesionales o laborales, la objetividad que debiera regir nuestro destino en una subjetividad impropia de la libertad que proclamamos. No presumamos de lo que carecemos: nuestra objetividad es también subjetiva, sobre todo cuando no hacemos paralelas, sino segmento interesado, doctrina y liturgia.


martes, 8 de mayo de 2012

DOS ESCULTURAS COMO TOPÓNIMOS EN CÁCERES

           Apenas tenemos esculturas en la ciudad. Las esculturas urbanas, en los parques y jardines, en sus rotondas y avenidas, recuerdan y homenajean a figuras ilustres del pasado; son, en otros casos, simples objetos decorativos, dedicatoria a instituciones y asociaciones que hicieron quizás algo más de lo que debían por la ciudad que les enaltece, Símbolo de un pasado o referente de un presente, la escultura urbana se ha convertido en un topónimo que extrapola su propio campo conceptual, simbólico, de recuerdo y homenaje.

            Son muchas las calles, plazas y avenidas de la ciudad para nuestra frágil memoria; muchos los nombres por retener e identificar en su justo lugar. Recurrimos, entonces, a un símbolo mayor alrededor del cual tendemos un puente como referente del lugar. No es el exacto lugar; las proximidades del símbolo mismo;  las calles, avenidas y centros próximos a ese símbolo, cuyos nombres ignoramos, pero exacto referente de lugar, toponímicos en la ciudad perdida de la memoria, dispersa y a la vez unida por tantos nombres y calles, inabarcables en su localización.

            Y, así, hablamos, decimos, respondemos: por donde el indio, por donde el caballo… Nunca podría imaginar  Manuel Veiga, presidente de la Diputación de Cáceres (1983-1991) que dos esculturas regaladas a la ciudad por su humanidad y generosidad se trocaran en símbolos no pretendidos de su ámbito histórico: referentes de lugar, más que de recuerdo y embellecimiento; toponímicos en la propia ciudad.

            Nadie cita al emperador azteca por su nombre propio, Nezahualcóyotl (1402-1472), y lo emplaza en su peana urbana, la Ronda de la Hispanidad, frente a la barriada de Moctezuma y el colegio de su nombre, por donde se dispersa una toponimia propia de una época histórica a la que nos vinculamos. Nadie recuerda al Hernán Cortés de Pérez Comendador en la plaza del Alférez Provisional, instalada en 1986 frente al antiguo Banco de España. Y el indio sigue ahí y el conquistador sobre su caballo, enlazando en el nombre mismo de un imperio –el azteca- una geografía urbana que, encadenada por Moctezuma, vericuetea por entre avenidas y rotondas, con otros generales de la historia hasta dar con el jinete y equino que subyugaron ese imperio.

            El indio es un topónimo: por donde está el indio…; el mercado franco estaba por donde el indio; el Cáceres CB juega por donde el indio; ahora –se llegó a decir un día— no se puede circular por donde el indio, porque Saponi está poniendo el nuevo colector… en la ciudad expansiva. El emperador poeta que engarza Moctezuma con el Nuevo Cáceres simboliza algo más; toda una geografía urbana del ensanche de la ciudad y de nuevos servicios. Hasta su nueva peana removió, en el 95, los cimientos de quienes tanto le mientan: con José María Saponi, electo alcalde de Cáceres (1995 hasta 2007),  pero aún sin mando, la efigie fue retirada para ampliar su sostén. Y la voz corrió por el pueblo: el nuevo alcalde ha quitado el indio… Saponi se ha cargado el indio…; pero Saponi aún no hubiere tomado posesión. Y el indio sigue ahí, en la Ronda de la Hispanidad, donde concluye el imperio de Moctezuma, como Hernán Cortés sobre su caballo por donde el Banco de España…

            El emperador poeta no recita allí sus versos, aunque hubiere la actitud de hacerlo con las cuartillas en sus manos;  ni el conquistador de Méjico, su gestas militares. Refieren ambos un lugar más amplio, distinto y distante, de su efigie como referente. Como la Osa Mayor –a la que el pueblo llama Carro---, no Cortés, su caballo –la parte por el todo-- es ya un lugar como boca de metro abierta al cielo: sí, por allí, por donde está el caballo..., referente localizador de un habitante no censado en su vivienda al aire libre, sin referencia catastral alguna, aun frente al Catastro; magnética guía de una parte de nuestra geografía urbana. Aquí, en Cáceres, que unió a dos mundos; las banderas de España y Méjico entrelazadas una noche de verano en la Era de los Mártires, durante los Festivales Folclóricos Hispanoamericanos, finales de los sesenta…, entonces, cuando la música y la poesía unían mundos tan lejanos como hoy cercanos, y separados por el egoísmo de unos emperadores y políticos, que nunca fueren ni músicos ni poetas, como el indio, quien, desde los billetes de cien pesos, y desde Moctezuma, nos recita:

“Amo el canto del zenzontle
Pájaro de cuatrocientas voces,
Amo el color azul del jade
Y el enervante perfume de las flores
Pero amo más a mi hermano el hombre.”



martes, 1 de mayo de 2012

“SECAD VUESTRAS LÁGRIMAS LOS QUE SUFRÍS”

          
           Ha llegado la lluvia mansa, débil, tenuamente, como las lágrimas escondidas de tantos hombres y mujeres que las derraman en soledad. La crisis no llega sola: viene acompañada de la resignación, de la sequía, de la falta de agua y pastos, tributarios de la depresión, del egoísmo, de la separación de parejas unidas durante años, emigraciones no deseadas, del retorno a la casa del padre en busca del pan perdido…

            El 1 de mayo es, desde hace más de un siglo, la Fiesta del Trabajo, pero no una fiesta puente, sino una jornada de lucha y reivindicación, signo de la dignidad de la clase trabajadora. La masiva huelga de trabajadores de 1886 en Chicago solo demandaba “ocho horas de trabajo, ocho de reposo y ocho de recreación”. Sus líderes fueron ahorcados. Han pasado 125 años y aquella jornada histórica para el mundo obrero parece ya tan solo un día festivo, en la que el ideal del cambio de la clase trabajadora parece haberse anclado en el tiempo, cuando son más los que hacen fiesta que los que acuden a las manifestaciones y cuando los lemas de estas parecen repetirse en el tiempo y en el espacio, clamando derechos y dignidad para todos frente a quienes los ostentan en exclusividad y se los recortaren al resto.

            Uno de los conocidos “Mártires de Chicago”, Fischer, escribió en  la Redacción de su periódico una proclama, que después sería pieza principal de la acusación en el proceso que terminó con su ahorcamiento. Decía al final: “¡Secad vuestras lágrimas los que sufrís…!”

            Estamos muy lejos en el tiempo y en el espacio de aquella situación, que dio lugar al logro de la conquista de las ocho horas diarias. Entonces, antes del 1 de Mayo de 1886,  muchos trabajaban trece y catorce horas diarias. Partían al trabajo a las 4 de la madrugada y regresaban a las 19:00 o 20:00 de la noche. Dormían en construcciones semiderruidas, en las que se hacinaban las familias. Decenas de obreros dejaron su vida por conquistar los ideales del 1 de Mayo. El 20 de agosto de 1886, siete de los ocho “Mártires de Chicago” fueron condenados a muerte y el octavo, Oscar W. Neebe, a quince años de trabajos forzados.

            No parece que estemos tan lejos de aquella fecha. Los derechos conquistados son anulados; la jornada laboral se amplía; los derechos sociales, educativos y sanitarios, se recortan; el Estado del Bienestar se desmorona. Muchos dieron sus vidas por ellos y ahora secan sus lágrimas en soledad. No se atreven a salir a la calle por vergüenza, la que les da el Estado que ayudaron a construir y que, entre unos y otros, han contribuido a desmantelar. No hubieren lágrimas para secar ni voces para reclamar derechos y libertades, día a día recortados, anulados, hasta que el tiempo escampe o todos seamos víctimas del egoísmo que enriquece a unos y envilece a otros.  El 1 de Mayo sigue vivo, porque hay derechos que mueren y lágrimas por enjugar.