martes, 30 de noviembre de 2010

PATRIOTISMO, PATRIOTAS, PATRIOTEROS…

Son más patriotas quienes, sin confesar amor a su patria, procuran su bien porque la aman más que los patrioteros, que alardean inoportunamente de patriotismo. La virtud del patriotismo no es exclusiva del patriota que lo vocea ni del patriotero que lo alardea. Se es patriota por pertenecer a una patria común, como son compatriotas quienes en ella conviven; pero el ser no significa ejercer. Lo somos, pero no ejercemos, como podemos ser católicos, pero no practicantes de nuestra propia fe.

El patriotismo es un sentimiento propio del patriota que, amando a su patria, desea y procura su bien. No es, pues, una conducta que pueda alinearse con una ideología. No es más patriota una persona de derechas que de izquierdas, ni hubiere por qué, como no fuere mejor cristiano quien, aun recibiendo los sacramentos, no diere el ejemplo que debiere por practicar su doctrina.

Qué une a quienes, considerándose a sí mismos patriotas, sino el amor por su patria, como a la pareja, y el deseo de procurar su bien; pero cuando nos une más una selección deportiva que un proyecto común, ¿podríamos hablar de patriotismo o, más bien, de patrioteros?

Acostumbramos a ser patriotas de boquilla, porque no tenemos el sentimiento ni ejercemos como tales, y al final devenimos en patrioteros, que alardeamos de lo que carecemos.

En una situación como la actual, los patriotas colaboran y arriman el hombro para sacar a su patria del atolladero por encima de las diferencias que nos separen, porque la patria es de todos, y todos hemos de procurar su bien; pero quienes se consideran en posesión exclusiva del patriotismo, no solamente no lo fueren, sino lo contrario, porque, alardeando inoportunamente de él, son capaces de colocar palos en las ruedas de sus adversarios políticos para que caigan ellos, y la patria si preciso fuere, con tal de salvar su alma electoral, en penitencia, antes que condenarse eternamente en el desierto de la oposición. Patrioteros del común que proclaman tener la exclusiva del patriotismo, cuando son capaces de poner en peligro su propia patria que dicen amar; falsos patriotas que no ejercen el patriotismo y pretenden dar lecciones sobre él. Ya lo dijo Jesucristo: “Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.” (Mat. 7:15-16)

domingo, 28 de noviembre de 2010

DE LOS DERBIS A LOS CLÁSICOS

Miren por dónde, por una extraña superposición, los derbis de toda la vida, ahora llamados por los voceros y escribanos deportivos “clásicos”, se “habilitan” al lunes en lugar del sábado o domingo, como siempre ocurriere, porque hoy se disputa otro gran clásico de la política española: las elecciones catalanas que, por otra parte, no decidirán el clásico de mañana entre los dos grandes rivales nacionales, mal que les pese a los nacionalistas, que superponen una parte de España a otra y habilitan el lunes para ello, para que el partido se dirima en libertad, como si hoy no la hubiere para votar y disputarlo, como en Londres, Nadal y Federer disputan de nuevo otro gran clásico, esta vez de tenis.

Desde que el maestro Lázaro Carreter nos descubriera el origen del vocablo con el que se aludía a las excitantes refriegas deportivas entre equipos que, por vecindad regional o local, se extasiaban en la espera, antes del parto, en el parto y después del parto, si el resultado fuere favorable a sus huestes, los derbis se asociaron no solo a la rival vecindad deportiva regional o local, sino a cualquiera que estuviere a punto de salirse de la tabla clasificatoria, bien fuere por arriba o por abajo. Así, los voceros deportivos no se refieren solo a los derbis Madrid-Atleti, sino al Barcelona-Madrid de mañana, o a cualquiera de los otros que pretendieren subírseles a sus barbas reinas, como el Valencia o el Villarreal.

Los derbis debieron su nombre al titular del condado británico del mismo nombre, que organizara en 1780 la carrera de caballos famosa mundialmente; el vocablo devino después en significar los encuentros deportivos, con especial señalamiento a los futbolísticos, que aunaren la pasión nacional con la refriega deportiva. El derbi pasó a ser, así, no solo el encuentro entre equipos de una misma ciudad, sino, por extensión, los partidos de gran rivalidad, aunque el combate no enzarzara a buenos vecinos que confraternizaban antes del encuentro para no “tensionar” más la disputa “calentada” por declaraciones fuera de tono de jugadores y entrenadores patrios y extranjeros, como se hiciere ”in illo tempore” a los reclutas que llegaren al cuartel y a quienes los veteranos, no de guerra precisamente, les dijeren, no como amenaza, sino por los muchos días de armas que llevaren encima sin comerse una rosca: “¡Bichos, vais a morir…!”; o como Juanito, en el túnel de vestuarios, se comiere con la mirada y con las palabras a sus adversarios.

Ahora, la rivalidad no es el derbi, sino el clásico, pero con idénticos significados de lucha, pasión, rivalidad…, como si la Liga fuere cosa de un partido, cuando aún no hemos llegado al ecuador de la misma. Qué pensar, si no, al final de la primera jornada, cuando aún quedan tantas para el final de la primavera, y los cronistas hablan ya de que tal y cual equipos se encuentran en zona de Champion; otros en zona UEFA; y los últimos en zona de descenso o promoción…, y la Liga no ha hecho más que empezar.

El clásico no es, en este caso, el autor que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier manifestación artística, aunque en cierto modo extrapolable lo fuere, por disposición, técnica, táctica, habilidad y maestría en el juego individual y de conjunto de los contendientes. El clásico es la estética del clasicismo, personificada en Xavi o en las “palomitas” de Casillas; el clásico es la estética de Iniesta o la habilidad de Messi; la mirada y la zancada de CR7 cuando enfila la portería rival; el estilo de Di Maria; la templanza de Ozil; el clásico es el estilo vistiendo fuera del campo y jugando en él; el clásico es el encuentro de quienes han entrado a formar parte de la historia y por ello son reconocidos en medio mundo, como Salomón por su ecuanimidad.

No importan los problemas que desvistieren nuestro estilo de cuerpo y alma: el clásico de mañana, como los de hoy, son de todos, porque todos somos de alguien; y la pasión nos vence, tanto en los derbis de ayer como en los clásicos de hoy y mañana. Los derbis principiaban ayer con los clásicos saludos entre Collar y Gento; los clásicos de hoy, con los abrazos de Puyol y Casillas, campeones mundiales y europeos de la cosa mientras lo fueren.

jueves, 25 de noviembre de 2010

BOTICARIO Y CABRERA, CONSUELO Y CÁNDIDO

No fueren placentinos de nacimiento, pero han honrado a la ciudad que les acogió. Han pacido tanto en ella que le dieron lustre expansivo. Nunca más acertado: uno no es de donde nace, sino de donde pace. Y su ciudad de acogida les acoge hoy en su seno, haciéndoles hijos adoptivos.

No nacieren lejos de ella; quizá la hubieren visitado antes de residir, de servirla y amarla, como lo hicieron.

Consuelo Boticario pertenece a esa generación de mujeres avanzada en su generación que dio un paso adelante, no para situarse delante del hombre, sino a su lado; realizarse profesionalmente y servir a la sociedad. Natural de Cañaveral, Boticario es doctora en Farmacia por la Complutense, en un tiempo en que el citado grado académico lo poseían pocas mujeres. Fue profesora en la UNED hasta que, en 1996, le propusieron fundar una extensión de la citada universidad en Plasencia. La doctora Boticario cumplió el encargo y expandió la UNED hasta Cáceres, Navalmoral. Trujillo y Coria, unas extensiones que, como el propio centro asociado placentino, ha permitido que muchos jóvenes puedan cursar los estudios universitarios que desearen, pero que no podían por razones laborales o económicas. Implantó los cursos de verano, a los que cada año acuden numerosos estudiantes e investigadores. El Centro Asociado de la UNED en Plasencia es ya un referente cultural, como lo es el Centro Universitario adscrito a la Universidad de Extremadura. No es casualidad que sea una de las pocas mujeres extremeñas en poseer la Medalla al Mérito en el Trabajo.

Cándido Cabrera, aunque nacido en Talaván, vive en Plasencia, ciudad de la que llegó a ser alcalde en 1991, el primero por el PSOE, hasta julio de 1995. Su imbricación con la ciudad ha sido tal que ha llegado a participar en sus asociaciones más representativas: la Unión de Pescadores, presidente de Placeat, la cofradía de la patrona… y el ayuntamiento que presidiere. No nació para la política, pero quienes le invitaron a que diera el paso, asumieron también que era un gestor, como en su fábrica de aceite, y fue ese matiz, llevado a la política, el que le hizo ser un alcalde reconocido por todas las fuerzas políticas, como pudo verse en dos ocasiones: cuando poco antes de dejar la Alcaldía inauguró la estatua del rey fundador de la ciudad, Alfonso VIII, frente a la Puerta del Sol, acto al que acudieron varios miles de personas, y a la cena de homenaje, a la que acudieren unas cuatrocientas personas de todo el arco parlamentario.

Ciudad benéfica y acogedora, Plasencia recibe mañana jueves como hijos adoptivos a quienes lo fueren desde hace años por méritos propios: Boticario y Cabrera, Consuelo y Cándido. Nunca como hoy rubrica, una vez más, los títulos que enarbolan su escudo y leyenda. La política del día a día es también reconocer a los hijos que sirven a la ciudad, como parte de su alma, sin serla de origen, sino de corazón. Desde su fundación, Plasencia tuvo alma y corazón. En 1996, el periodista Juan Manuel Cañamero le dedicó un libro: “Cándido: perfil humano y político de un alcalde de Plasencia” (Diseño Gráfico S. L, Plasencia, 1996), en cuyo prefacio, titulado “Olvido y perdón”, el autor de estas líneas concluía diciendo “La clemencia es la virtud del justo; el olvido, el descuido de los desafortunados.” Plasencia ha sido, una vez más, clemente e indulgente, y no olvida a quienes le hicieron, y siguen haciéndole, el bien.

domingo, 21 de noviembre de 2010

ENTRE VANIDAD Y MODESTIA

Si por elegir fuere, nos alinearíamos siempre con la modestia como virtud antes que con la vanidad como arrogancia. La modestia es el exceso por menos; la vanidad, el exceso por más. La modestia modera, templa, y regla la política exterior del hombre; la vanidad, lejos de ella, nos revela el fracaso de nuestra política interior, arrogante, presuntuosa, envanecida, incapaz de ver nuestra propia caducidad y la de las cosas de este mundo: vanitas vanitatis et omnia vanitas (vanidad de vanidades y todo vanidad); pero, a veces, “la modestia daña más que favorece”, dice Azorín (El Político, XXVIII).

Tendemos a ser más vanidosos que modestos. Obramos más con la vanidad como bandera que con la modestia como virtud. Los vanidosos afloran en su arrogancia palabras inútiles, vacías e insustanciales. La ficción de su fantasía es tan vana como su presunción.

El hombre y la mujer modestos conjugan en sus actuaciones no la pobreza que les fuere propia, sino que, conteniéndose en los límites de su estado, cierran sus fronteras a las del engreimiento o de la vanidad. Los vanidosos, “de sabios hacen gala quien no se admira de nada”; “la vanidad es el amor propio al descubierto y la modestia, el amor propio que se esconde”, según Fontenelle. Los modestos dicen cuanto sienten y ofrecen lo poco que hubieren; los vanidosos son arrogantes y mentirosos hasta en la declaración de su patrimonio material que fenecerá con su vida, como si su nombre prevaleciere sobre su ser, como el hábito que no hiciere varones ni mujeres sabios por el hecho de vestirlo. Los modestos aspiran solo a pasar inadvertidos porque, en la modestia de su templaza, reina el silencio de la sabiduría.

Se cree sabio el vanidoso y analfabeto, sin serlo, el modesto, cuando es más listo el que dice no serlo que quienes se envanecen en proclamarlo. “En boca del discreto, lo público es secreto”, pero “bajando se sube al cielo”.

En cierta ocasión, un modesto hombre de pueblo extremeño se autoinvitaba a una matanza en la que participare todo el vecindario para ayudar a uno de los suyos. Deseaba compartir un rato con ellos con tal motivo, y apenas tomar un vinito con unas olivas; pero la modestia de los anfitriones fue muy superior a la de quien solo aspiraba a conocerles. No podían atenderle ese día. Su modestia era tan grande que se veía superada por la presencia de quien anunciare su visita, que no fuere, por otro lado, nada vanidoso. Quizás otro día, le dijeron. Todo sencillez, naturalidad y modestia; la menor que vence a la mayor.

Observad en esos campesinos la pureza de la modestia frente a la vanidad de la ciudad. Mirad en esos concejales y alcaldes de pueblo que trabajan sin afán de notoriedad por mejorar sus condiciones de vida; que no pretenden, ni buscaren para sí, otro sueño, en su modestia, que hacer más habitable su pueblo; y si sueños hubieren, serían pesadillas ante los muchos problemas que se les impuso y asumieron en la gobernanza de su pueblo. La modestia impera en el pueblo; la vanidad en la ciudad. No solo en Las Hurdes, Ana María y su hija Alba sintetizan la modestia; en el Valle del Jerte, una alcaldesa anónima subsume su propia fe entre sus paisanos cabrereños, una fe de plata en un paisaje de plata, como ella misma: Fe Plata, dejando su pueblo como los chorros del oro.

jueves, 18 de noviembre de 2010

EL SILENCIO CÓMPLICE

No fuere solo, pero el silencio es tan cómplice como la palabra oculta. No habla el silencio, ni denuncia. Calla, y no otorga, un sufrimiento físico y moral, antesala de la muerte; una violencia que produce insomnio, pesadillas, fobia, ansiedad, agresividad… El silencio cómplice no perdona: acentúa el yerro del perdón ante el agresor; reproduce el rol machista frente a la libertad; cierra puertas a la protección de los débiles.

Una sociedad silenciosa, no silenciada, es también cómplice de la violencia de género. El silencio de la víctima anula el coraje y la valentía de otros, las leyes que los protegen, a los jueces que las aplican; el compromiso de los más frente a quienes apoyan, por complicidad también, las falsas ideas de un maltrato inexistente por falso.

Frente al silencio, el habla; frente a la agresión impune, la denuncia. La complicidad del silencio da alas a los agresores; es el mejor cómplice de los maltratadores; les da impunidad, amplía el horizonte de su libertad para seguir matando y cometiendo actos violentos. El silencio cómplice no es solo de las víctimas, sino el de todos, porque todos somos cómplices del silencio que la genera.

La historia no justifica por sí misma la situación. La cultura machista es heredera de unos roles sin sentido en el mundo actual, ya fueren sociales, familiares, psicológicos o religiosos. La mujer y el niño son parte de nuestra vida, y nadie puede arrogarse para sí ni la propiedad de su vida, su libertad o sexo. Atentar contra ellos es atentar contra nosotros mismos, la sociedad entera, el Estado de Derecho, la libertad y dignidad del ser humano, que lo fueren en igualdad de derechos que nosotros.

No más silencios, no más complicidad. Sí más habla, más denuncias. No más espacios impunes; sí más castigos para los agresores. No miremos para otro lado, porque seremos también cómplices de un mundo que, para lo bueno y lo malo, también es nuestro. Como nuestro silencio, nuestra complicidad, nuestras víctimas… ¿O acaso no son ellas, nuestras también?

domingo, 14 de noviembre de 2010

“PAPÁ: QUIERO SER CAMPESINO EN EXTREMADURA”

No ha llegado aún el alba cuando Carlos enciende la chimenea de su casa: unos palos delgados de la poda de los olivos y otros más gruesos palos de encina. La luz ilumina la estancia de esta humilde casa de pueblo extremeño, donde nadie tiene mucho y todos tienen algo. En silencio, para no despertar a su compañera e hijos, este humilde campesino lee los correos de amigos, compañeros y camaradas que le cuentan sus afanes de lucha diaria, que comparten con él sentimientos y pensamientos, porque saben que les entiende y que les responderá con la sabiduría que atesoran los hombres que viven de la naturaleza, que nada desean saber de los mercados ni de las trampas que les tejen como telas de araña.

Mientras acaricia a su perrita, que pronto parirá cachorritos, piensa en estos hombres y mujeres preocupados por el futuro de sus hijos, en el dinero que no atesoran, en el préstamo que no hubieren ni necesitaren, porque su tierra les da vida. Huye de la televisión, porque no desea que le confundan el pensamiento de libertad que aún navega por sus venas, tan hermosa como su trabajo sencillo, tan feliz al ver cómo crece la planta para alimentar a su familia.

También este hombre de pueblo, que quisiere para sí que su cuerpo fuere tras su muerte semilla de eternidad o estiércol para una rosa, está preocupado por el futuro de su hijo, que no desea la educación convencional. Quiere ser libre, como las aves y animales del campo; desea seguir la estela de su padre, a quien le inquieta: “Papá: quiero ser campesino, como tú.” Quizá no hubiere oído nunca estas palabras, ni las esperare de su hijo. Con su edad, tampoco él se hubiere planteado el futuro porque, a la sombra de su padre y de los sabios del pueblo, creció en un ambiente de libertad y trabajo, que no necesitare otro interés que el producto de la tierra labrada con amor.

No se atreverá a contradecir a su hijo, indicándole otro futuro que más le enorgulleciere. Hubiere oído a sus mayores decir en alguna ocasión: “Hijo, tienes que labrarte un porvenir…” Y cuál mejor que la tierra donde habita que le diere la suficiente libertad, trabajo y frutos para vivir con poco, pero con dignidad. Ha visto a su padre trabajar sin desmayo, desde el alba hasta la anochecida, labrar la tierra para llevarles alimentos a casa, como las aves del cielo a sus crías; le ha visto descansar cuando estaba cansado; conversar con su familia y los vecinos como no se hiciere ya en la ciudad. No atesora dinero en los bancos, porque ni falta le hiciere, sino en su corazón. Su vida no figura en la etiqueta de los productos que cosecha, ni su sudor, ni sus muchas horas de trabajo.

Reflexiona sobre el consumismo desmedido que ahoga a hombres y mujeres y sobre los deseos de su hijo. Escucha a John Lennon en su “Imagine” y se deja llevar por un sueño que rompería fronteras y uniría a los hombres y mujeres de buena voluntad.

“Imagina que no hay posesiones
Quisiera saber si puedes
Sin necesidad de gula o hambre
Una hermandad de hombres
Imagínate a toda la gente
Compartiendo el mundo.”

En breve, el alba llamará a su puerta. Toma un café de puchero y una rebanada de pan con aceite. Su perrita posa sus piernas sobre sus rodillas, a la espera. No necesitará aquí correa para que ella pasee feliz, al lado de su amo, por los caminos helados del otoño. Observa los prados vacíos, cercados por paredes de piedra que delimitan la pequeña propiedad levantada por sus abuelos. Le satisface ver ese paisaje donde sus vecinos todos hubieren una viña, un olivar, una suerte de encinas. Se ve a sí mismo rico el campesino porque hubiere dos “nóminas”: su trabajo y el silvestre que le brinda la madre naturaleza. Y ahora se para un instante; la perrita le mira y se agarra a sus pantalones para darle su apoyo. Piensa en las palabras de su hijo, inéditas en el mundo exterior: “Papá: quiero ser campesino, como tú.” Huele a tierra mojada y a hogueras encendidas en el pueblo. Su alma se enciende con el cambio de colores de la naturaleza, que apelan al ciclo de la bondad productiva. El otoño es mágico en el Ambroz y en estas tierras de Granadilla, donde la vida transcurre plácida, amorosa, vívida y vivida a cada instante.

No hubiere más libertad ni paz en Extremadura que en sus pequeños pueblos solidarios, aún humanos y felices, con sus servicios mínimos imprescindibles, y con el pacto sin firma de la solidaridad de sus hombres y mujeres. “Aprenderás junto a mí, hijo, el oficio, como yo lo aprendí de tu abuelo. Respeta y cuida a la naturaleza y a los animales, que ellos te darán lo que no encontrares en otro lugar. Ama a tu familia como a ti mismo, y serás feliz en este paraíso en el que viste la luz…”

lunes, 8 de noviembre de 2010

LA SOLEDAD DE UNA MUCHACHA SOLA

Había pasado casi veinte años de su vida en la ciudad estudiando; y ahora regresaba al pueblo. Se había formado para estar en otro mundo y ese mundo la rechazaba. Veinticuatro años de vida y vuelta a la soledad. Apenas la advertencia de su ser en la casa límpida, en la verbena de fiesta, en el amor de los suyos. Mujer pobre, no pobre mujer; persona en la soledad de sus sentimientos; rica en saberes y pobre en el vivir en el hogar de sus ascendientes. Vive sin vivir para sí; piensa sin pensar en ella; ama sin ser amada; se entrega sin nada a cambio. Ha sufrido esta muchacha sola los ajustes todos impensables en un ser. No tiene rentas, pero su trabajo renta, aunque no tribute. Ha vuelto al pasado inesperado cuando estaba a las puertas del futuro.

Nada pide ni solicita y apenas recibe. Cenicienta de su medio, no conocen sus manos otra mano que los objetos sencillos, cálidos, perennes, de su casa, siempre relucientes, fúlgidos, brillantes. No brillan su rostro ni brazos ni piernas, vírgenes de cremas o ceras. No hubiere tiempo para llorar su soledad en la soledad de su tiempo. Vive, ama y espera. ¿No merece esta joven mujer, esta muchacha sola de pueblo, el recuerdo de un político, el aliento solidario, el amor no solicitado, la justicia social no invocada?

Sufrida y valiente muchacha sola: no te sientas sola; busca otro futuro desde tu presente de soledad; ábrete al mundo que es tuyo; pero no te dejes engañar por el mundo que no es tuyo.

domingo, 7 de noviembre de 2010

EL PUDOR DE LOS IMPÚDICOS

Es más impúdico el pudor del alma que el pudor del cuerpo. El pudor impide mostrar el propio cuerpo, hablar de sexo, pero también ocultar la intimidad del pensamiento por pudor. El pudor está en la mirada, en la palabra y en los gestos; protege la pureza y la intimidad. El pudor es un sentimiento y una pasión del alma. El pudor es decoro, recato, honestidad, honra, modestia, virtud… Sus antónimos son la impudicia y la desvergüenza.

No hemos perdido el pudor del cuerpo, porque no deseamos descubrir nuestra intimidad; pero hemos perdido el pudor del alma en la impudicia del lenguaje, del comportamiento, de los gestos y del respeto hacia los demás. El pudor es tan masculino como femenino. El pudor se expresa en la casa como habitáculo de la intimidad que no es extrapolable al resto; el pudor reside en el miedo al cuerpo desnudo, como si diéremos posesión a los demás de lo más íntimo de nuestro yo; el pudor existe en el lenguaje, que nos impide expresarnos para hacer públicos nuestros sentimientos, estados de ánimo y debilidades.

El pudor es un sentimiento, pero más lo es la impudicia, la desvergüenza de quienes no hubieren pudor alguno en sus actos, gestos y palabras hacia los demás y, por impúdicos, carecen de vergüenza. El pudor habitúa a mentir; a no expresar los sentimientos y pensamientos o a decir lo contrario de lo que se piensa con intención dolosa.

El pudor no tiene ideología y, si la hubiere, estaría más cercana a la izquierda que a la derecha; residiría más en la casa del pobre que en el palacio del rico. El pobre tiene pudor porque en su alma y corazón residen la honestidad y la virtud; en los del rico, impera la desvergüenza de la mentira, la impudicia de la avaricia, el pecado de la soberbia. El pobre se alinea con la izquierda porque no hallará quien le defienda en la derecha, que todo lo quisiere para sí. El pudor del pobre es modesto; el del rico yace en la desvergüenza de su vanidad. El pobre de izquierda manifiesta sus sentimientos; los ricos de la derecha mienten por el pudor que no hubieren a descubrir sus proyectos. Mienten porque no tienen pudor, pues, aun vistiendo su cuerpo con trajes regalados, niegan la evidencia de su impudicia. Pretenden engañar y asustan a los pobres y a los viejos con que los otros les rebajan sus pensiones o les retirarán sus ayudas, cuando las pretensiones que ellos ocultan van más allá de lo poco que revelan. No desean la igualdad, porque se avergonzarían de tener a un pobre sentado a su mesa; no quieren la educación ni la sanidad universal, porque nos igualaría a todos. La libertad de elección que pregonan pretende anular los derechos de todos,

La impudicia de la derecha no reside en el pudor que se le supone, sino en la impudicia de lo que se calla. No fueron ellos quienes otorgaron las pensiones no contributivas a quienes, tras trabajar toda su vida, llegaron al final de su vida activa sin nada, porque otros no hubieren pudor para contribuir por su trabajo a la caja común de todos.

En el silencio de los pobres radica el pudor, porque su honra cubre su cuerpo y su alma; en el de los ricos, más que pudor, reina la desvergüenza de un habla que dice lo contrario de lo que piensa y predica.

lunes, 1 de noviembre de 2010

LOS TRES ÉXODOS DE GRANADILLA

No elegimos dónde nacimos; quizá sí dónde morimos. Nacer, transitar, morir. Ver la luz, crecer por las luces hasta que se apague nuestra luz. De la Bruyère cifró en tres los acontecimientos importantes de la vida: nacer, vivir, morir. “No sentimos lo primero, sufrimos al morir y nos olvidamos de vivir”, sentenciaba.


Como la villa perdida, Granadilla, en la provincia de Cáceres. Nacida por la luz de los árabes; crecida por las luces judía y cristiana, muerta por el destierro obligado de las aguas. Su destino pareciere escrito desde su fundación misma: nacer en Granadilla y morir en cualquier parte… Los fundadores, por la Reconquista; los judíos, por el Edicto de los Reyes Católicos; los cristianos, por la expropiación forzosa del franquismo. Expropiados todos por decreto; exiliados a la fuerza. Hubimos pueblo para nacer y crecer, pero no para morir. Y fue una tierra para vivir y morir, en la que vivieren, se desarrollaren y murieren generaciones de hombres y mujeres; pero los tres pueblos que un día vivieren unidos, fueron desterrados. Vimos una luz sin sentirla, sí; nos dio esa luz más luces para vivir, y sufrimos su muerte en vida, por no morir en ella, porque otros hombres eligieren para nosotros el éxodo, la partida hacia otra tierra, Nuestra luz perdida hasta que nuestra propia luz fenezca, dónde, en qué otro pueblo o tierra que nos acoja por el capricho de unos hombres que nos robaron nuestro paisaje, sin tierra labrantía para vivir, sin agua para beber, ni río para pescar, ni campos para cazar, nuestro caminito de las afueras perdido, la resolana robada…, mi burrito “Platero” allí dejado, para servicio de los últimos, sin ir nunca más montado a sus lomos por los caminitos de piedras hasta Zarza…


Granadilla, el pueblo de los tres destierros y los tres éxodos de las tres culturas que lo habitaren. Un pueblo para nacer y vivir, pero no ya para morir; pero “lo que hayas amado quedará; solo cenizas el resto”, dice san Agustín. No se olvida lo que se hubo amado, la tierra en la que viste la luz primera, y tantas luces que te cegaron la vista, hurtadas definitivamente a nuestra luz de cada día; pero, dónde ahora sus cenizas, lejos de la patria chica que te diere la luz que te apagaron para siempre; esparcidos, como nuestros hermanos judíos, por todo el mundo, en un éxodo que nos liberó de la esclavitud de la tierra, pero sin tierra ahora que amasar para que te dé sus frutos; la chiquitía perdida de nuestra infancia, con los calvotes, los membrillos y las granadas que nos alegraren la víspera de difuntos…


Volvemos a ti, vieja Granada, más que para recordar a nuestros difuntos y orar por ellos, y lo hiciéremos, para mirarnos en el espejo del paisaje perdido: la escuela de nuestras primeras letras, la plaza de nuestros juegos infantiles, el castillo de nuestros escondites, las murallas de nuestra defensa, las moreras de la plaza a cuya sombra cobijáramos los sueños del futuro, todo perdido por el apresamiento de las aguas que te dejaron casi aislada.


No repicaremos las campanas por los difuntos en la madrugada de su día; por aquellos inhumados en el viejo cementerio y cuyos restos, que nadie reclamare, fueron también comidos por las aguas, las que a otros dieren vida y a nosotros la muerte. No lloramos por nuestros deudos ni por la tierra perdida que no nos permitieren defender, como a sus fundadores, los árabes. Lloramos por nuestro destierro forzoso, por la inhumanidad con que lo llevaron a cabo; por quienes, en su partida, no volverían la vista atrás para evitar el llanto por la tierra perdida, sin retorno nunca más al paisaje en el que vimos la primera luz; la pena y el dolor aprisionados para siempre por lo que amamos y sufrimos; lo que hoy, al verte de nuevo, sentimos, tierra amada que viere el éxodo de sus tres culturas, sus vidas en otros mundos a la espera de otra tierra que acoja su descanso eterno...; la despedida sin retorno en esta vida, en la que muchos familiares no volvieren a verse jamás, separados por su triste sino; en nuestros oídos, como una invitación olvidada, el “ite, misa est” (idos, la misa ha terminado); marchaos y no volváis, porque nada será ya vuestro, excepto vuestro templo y el cementerio, vuestros lugares de vida y muerte; memorando la bíblica lealtad de Rut a Noemí: “Iré a donde tú vayas y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras y allí seré enterrada. Que el Señor me castigue más de lo debido si logra separarme algo de ti que no sea la muerte.” (Libro de Rut, 1-16); pero nos separaron en vida, como nos disgregará la muerte para siempre, porque nuestro pueblo dejó de serlo por el éxodo, aunque guardemos la lealtad de Rut a Noemí.