lunes, 1 de noviembre de 2010

LOS TRES ÉXODOS DE GRANADILLA

No elegimos dónde nacimos; quizá sí dónde morimos. Nacer, transitar, morir. Ver la luz, crecer por las luces hasta que se apague nuestra luz. De la Bruyère cifró en tres los acontecimientos importantes de la vida: nacer, vivir, morir. “No sentimos lo primero, sufrimos al morir y nos olvidamos de vivir”, sentenciaba.


Como la villa perdida, Granadilla, en la provincia de Cáceres. Nacida por la luz de los árabes; crecida por las luces judía y cristiana, muerta por el destierro obligado de las aguas. Su destino pareciere escrito desde su fundación misma: nacer en Granadilla y morir en cualquier parte… Los fundadores, por la Reconquista; los judíos, por el Edicto de los Reyes Católicos; los cristianos, por la expropiación forzosa del franquismo. Expropiados todos por decreto; exiliados a la fuerza. Hubimos pueblo para nacer y crecer, pero no para morir. Y fue una tierra para vivir y morir, en la que vivieren, se desarrollaren y murieren generaciones de hombres y mujeres; pero los tres pueblos que un día vivieren unidos, fueron desterrados. Vimos una luz sin sentirla, sí; nos dio esa luz más luces para vivir, y sufrimos su muerte en vida, por no morir en ella, porque otros hombres eligieren para nosotros el éxodo, la partida hacia otra tierra, Nuestra luz perdida hasta que nuestra propia luz fenezca, dónde, en qué otro pueblo o tierra que nos acoja por el capricho de unos hombres que nos robaron nuestro paisaje, sin tierra labrantía para vivir, sin agua para beber, ni río para pescar, ni campos para cazar, nuestro caminito de las afueras perdido, la resolana robada…, mi burrito “Platero” allí dejado, para servicio de los últimos, sin ir nunca más montado a sus lomos por los caminitos de piedras hasta Zarza…


Granadilla, el pueblo de los tres destierros y los tres éxodos de las tres culturas que lo habitaren. Un pueblo para nacer y vivir, pero no ya para morir; pero “lo que hayas amado quedará; solo cenizas el resto”, dice san Agustín. No se olvida lo que se hubo amado, la tierra en la que viste la luz primera, y tantas luces que te cegaron la vista, hurtadas definitivamente a nuestra luz de cada día; pero, dónde ahora sus cenizas, lejos de la patria chica que te diere la luz que te apagaron para siempre; esparcidos, como nuestros hermanos judíos, por todo el mundo, en un éxodo que nos liberó de la esclavitud de la tierra, pero sin tierra ahora que amasar para que te dé sus frutos; la chiquitía perdida de nuestra infancia, con los calvotes, los membrillos y las granadas que nos alegraren la víspera de difuntos…


Volvemos a ti, vieja Granada, más que para recordar a nuestros difuntos y orar por ellos, y lo hiciéremos, para mirarnos en el espejo del paisaje perdido: la escuela de nuestras primeras letras, la plaza de nuestros juegos infantiles, el castillo de nuestros escondites, las murallas de nuestra defensa, las moreras de la plaza a cuya sombra cobijáramos los sueños del futuro, todo perdido por el apresamiento de las aguas que te dejaron casi aislada.


No repicaremos las campanas por los difuntos en la madrugada de su día; por aquellos inhumados en el viejo cementerio y cuyos restos, que nadie reclamare, fueron también comidos por las aguas, las que a otros dieren vida y a nosotros la muerte. No lloramos por nuestros deudos ni por la tierra perdida que no nos permitieren defender, como a sus fundadores, los árabes. Lloramos por nuestro destierro forzoso, por la inhumanidad con que lo llevaron a cabo; por quienes, en su partida, no volverían la vista atrás para evitar el llanto por la tierra perdida, sin retorno nunca más al paisaje en el que vimos la primera luz; la pena y el dolor aprisionados para siempre por lo que amamos y sufrimos; lo que hoy, al verte de nuevo, sentimos, tierra amada que viere el éxodo de sus tres culturas, sus vidas en otros mundos a la espera de otra tierra que acoja su descanso eterno...; la despedida sin retorno en esta vida, en la que muchos familiares no volvieren a verse jamás, separados por su triste sino; en nuestros oídos, como una invitación olvidada, el “ite, misa est” (idos, la misa ha terminado); marchaos y no volváis, porque nada será ya vuestro, excepto vuestro templo y el cementerio, vuestros lugares de vida y muerte; memorando la bíblica lealtad de Rut a Noemí: “Iré a donde tú vayas y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras y allí seré enterrada. Que el Señor me castigue más de lo debido si logra separarme algo de ti que no sea la muerte.” (Libro de Rut, 1-16); pero nos separaron en vida, como nos disgregará la muerte para siempre, porque nuestro pueblo dejó de serlo por el éxodo, aunque guardemos la lealtad de Rut a Noemí.

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