miércoles, 30 de noviembre de 2011

GOBIERNO Y PARLAMENTO

        La memez nacional de carecer del sentido del ridículo y creerse en posesión de la verdad absoluta, conlleva a la clase política a hacer de su capa un sayo, obviando la terminología utilizada en la Constitución y en las leyes orgánicas. Un “cambio por el cambio” que no supone cambio alguno sino fuere el de cambiar los nombres que debieren ser utilizados por mandato legal.

     Al comienzo de la transición era frecuente utilizar la expresión “este país” en lugar de llamarlo por su nombre propio: España. Cuando los nacionalistas se referían a “este país” no aludían, evidentemente, a España, sino al que consideraren el suyo propio, ya fuere Euskadi, Cataluña o Galicia; si los nacionalistas españoles decían lo mismo, era España al país que aludían.

      Devino posteriormente la mezcla y confusionismo entre Estado y nación, que perdura, como si el primero fuere una nación y el segundo, el Estado. No debe decirse “al acto acudieron representantes de todo el Estado”, porque no los hubiere presentes en el mismo, porque el Estado es el conjunto de las instituciones que gobierna una nación, mientras que la nación, patria o país llamado España, es, por un lado, un sujeto político en el que reside la soberanía constituyente de un Estado, y como una comunidad humana con ciertas características culturales comunes, a las que dota de un sentido ético-político. El artículo 2 de la Constitución Española de 1978 afirma que esta se fundamenta “en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”.

     Cuando se redactaba el nuevo Estatuto de Autonomía de Extremadura, el anterior presidente de la Asamblea, Juan Ramón Ferreira, propuso cambiar el nombre por el de Parlamento, de uso en otras comunidades autónomas. La propuesta fue respondida por el primer presidente de la Asamblea de Extremadura, Antonio Vázquez, al considerar suficientemente asentado y conocido el nombre por el que se conociere a la institución. No se volvió a hablar más del asunto.

      La Ley Orgánica 1/2011, de 28 de enero, de reforma del Estatuto de Autonomía de Extremadura (DOE de 29 de enero de 2011), afirma en el Título II, De las instituciones de Extremadura, punto 1, que “la Comunidad Autónoma ejercerá sus poderes a través de la Asamblea, del Presidente y de la Junta de Extremadura.”. En el capítulo I, De la Asamblea de Extremadura, punto 1, se recoge que “la Asamblea, que representa al pueblo extremeño…”; y en el Capítulo II, Del Presidente de Extremadura, punto 1, se dice que “el Presidente ostenta la más alta representación de la Comunidad Autónoma, ejerce la representación ordinaria del Estado en la misma y preside la Junta de Extremadura”; y en el artículo 26, referido a sus atribuciones, punto 3, se afirma que “como Presidente de la Junta de Extremadura…”

      En ningún punto del Estatuto se habla, pues, ni del Presidente del Gobierno de Extremadura ni del Parlamento de Extremadura. Son vocablos “ex novo” nacidos de la voluntad caprichosa de quien deseare cambiar de nombres como de pupitres en cosas que, como los símbolos, son sagrados y obligan a todos, incluidos, en primer lugar, a los titulares de las instituciones. La reiteración por estos de los nuevos nombres que les han dado, su constante difusión por los medios de comunicación, pueden hacer creer al pueblo que se llamaren así, cuando en la ley no hubieren tales nombres.

      Propongan el cambio de la ley, si quisieren, y entonces podrían utilizar con propiedad lo que la ley no les autoriza. La corriente posmodernista que arrincona los nombres de España o nación, por los de país o Estado, puede llevarnos un día a hacernos creer que nuestra nación no se llama España (de Hispania) y el Estado fuere la nación. No puede sustituirse, de otro lado, por Decreto, lo que se dice en una ley orgánica, sin antes modificarse aquélla. Ya solo nos falta por ver que a la Academia Española, que no es otra que la Real Academia Española de la Lengua, se la denomine Academia Estatal de la Lengua como al anterior Instituto Nacional de Meteorología se le denomina hoy Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) y cambiemos también de nombre a los otros Institutos nacionales: de la Seguridad Social, de Estadística, de Seguridad e Higiene en el Trabajo…, incluidos quizá los nombres propios con que figuraren en el Registro los titulares que así se hacen llamar.  Dice el sabio refranero español que “poner nombres propios en escritos ajenos podría dar lugar a pensar que ajos comes y por eso te picas”…, esnobistas de la lengua…          




sábado, 26 de noviembre de 2011

UNA BATA BLANCA

    Llega a su estancia con su espíritu de siempre. Da los “buenos días” a los pacientes que ya la esperan. Hay pacientes impacientes que no le dan tiempo a ponerse su bata blanca; pero ella sabe a quiénes ha de atender hoy, porque guardare sus citas en el ordenador. Les conoce a todos y les llama por su nombre. Desde primera hora, va de un despacho a otro a por instrumentos o pomadas que necesitare. Toca laboratorio en los empieces; baja deprisa mientras la sala de espera va adquiriendo volumen. Antes de entrar, ya tranquiliza a los suyos: “Ahora mismo te veo, fulanito.” Torna a entrar, enciende el ordenador, dispone su instrumental, abre la puerta, los ve a todos y dice un nombre: “Pasa, Miguel.” Tranquiliza su voz, su bata blanca abierta sobre sus pantalones, que zurea como una paloma blanca a su paso. Esperan pacientes los impacientes, mientras se preguntan unos a otros con quiénes hubieren cita, si con el doctor o con la enfermera y así, hacen cuentas y cábalas sobre el tiempo que hubieren de esperar. Pareciere que todos tuvieren que ir al trabajo, al mercado o a otros quehaceres; pero son los que nada hubieren que hacer los más impacientes pacientes. Entran algunos sin llamar. Preguntan y les dices. “No se preocupe, señor: el doctor y la enfermera llaman.” Insisten: “Y usted, a qué hora tiene…”, como si en ella le fuera la vida. Leen otros la lista situada en la puerta y van pasando revista hasta que hallaren al que estuviere delante de su nombre.

            La enfermera que porta la bata blanca tranquiliza con su palabra y maternal ejercicio de la profesión. Ora toma la tensión, ora pesa al paciente, ora le hace la prueba de la glucosa, ahora hace un electro que pasará al doctor. Toma los datos en su expediente. Le tranquiliza; le orienta; le advierte sobre los peligros; le muestra el camino de la vida.

            Ha estado nuestra enfermera en lugares remotos desde sus comienzos en la profesión. Ha tornado ahora a casa; pero todo sigue igual: las curas de las heridas, las inyecciones, las vacunas, las analíticas… No desea una espera más allá de lo deseable. Por ello, no descansa; entra y sale del despacho como si hubiere una competición. A todos atiende por igual. Te pide perdón cuando el teléfono interrumpe la consulta. Ante el dolor ineluctable de la muerte, se aparece la vida, la esperanza, la dulzura en la breve visita.

“No se preocupe, señora: ya le llamará.” Zozobra la inquietud de la espera que, en sus manos, concluye. Hasta las doctoras consultan a  nuestra enfermera por su saber, y aceptan su diagnóstico sobre la curación de una herida. “Hay que esperar más”, les advierte precavida. Sobre la pared, las fotos de sus niños, y un dibujo con una leyenda: “Mamá, te quiero.” Como todos tus pacientes, Maite Fábregat Domínguez, por quien la sanidad extremeña brilla tan blanca como las que formaren tu compañía. ¿O acaso tu blancura no curare como una pomada blanca, extendida sobre el blanco apósito que la cubriere…?

DIMITIR Y CESAR

          No parece que los resultados del 20-N traigan una ola de dimisiones o ceses. En un país en el que nadie dimite si no fuere cesado, no se conjugan ninguno de estos verbos por parte de los actores que, arropados en el aparato, se escudan en las decisiones congresuales que parece ser que mandaren más que las de las urnas. Cuando estas han hablado tan claramente, si los políticos caídos hubieren dignidad, tendrían que dimitir, sin esperar un nuevo cese de quienes les auparon al cargo. 

            Dimitir es un verbo transitivo, del latín  transire, en el que la acción pasa de un lado a otro, mientras que los intransitivos no prolongan la acción, sino que la enmarcan, y la acción se agota en sí misma.

            Hay un confusionismo conceptual y gramatical en la política, que generaliza un cargo no como una carga, sino como institución que a alguien se le otorgare de por vida. Por eso, los políticos se aferran tanto al poder y se alían con el diablo con tal de no dejar el sillón que un día se les otorgare por delegación. Es frecuente leer y oír: “O dimites o te dimito” (en lugar de “te destituyo); “A mí solo puede destituirme quien me nombró: el congreso”, como si por encima de la conjunción de esa fuerza delegada de poderes no hubiere otra mayor que la bendijere.

            Nadie acepta, por lo general, que un cargo está cesante desde el momento mismo de su nombramiento en los boletines oficiales y su toma de posesión. El mismo que otorga la confianza, puede retirarla “ipso facto” al día siguiente de aquella.  La conjugación de “dimitir” puede no ser aceptada por quien nombró al dimisionario, del mismo modo que quien nombra puede destituir de su cargo y funciones al designado. Hubiere otros casos en el que político deja su cargo sin que lo supiere quien le nombrare. Renuncia, abdica, se va, se despide a sí mismo, sin que previamente le fuere comunicado su cese. Otros son destituidos  sin más explicaciones que el decreto publicado en el boletín.

            Cuando tras un proceso electoral, un partido pierde las elecciones, nadie se da por aludido, como si no fuere con ellos la nota. Los ganadores piden su dimisión, como si de ellos dependiere, cuando ya le ha sido otorgada por quienes correspondiere: la soberanía popular, de la que emanan todos los poderes del Estado, y de la que todos se olvidan, como si fueren césares elegidos por el pueblo a perpetuidad, una palabra ya desaparecida de los cementerios por falta de espacio físico, pero aprehendida y comprada por los políticos para su previo “eterno descanso” en la tierra antes que en el cielo, donde ya nada necesitaren.

            No conjugamos la transitividad, que no da réditos, si no nos fuere impuesta la intransitividad, en el que la acción del cese agota la acción verbal en sí misma.

            La redefinición del nuevo proyecto de izquierdas por la que algunos abogan no puede hacerse de la noche a la mañana, con la remoción de todos los aparatos perdedores, porque supondría un vacío de poder, que impediría sentar las bases del mismo con la tranquilidad necesaria; pero tampoco solo desde los aparatos sin contar con las bases que lo sustentan, que abriría aún más la brecha existente entre las élites del partido y la militancia de base.

            No se puede diseñar un proyecto en la definición de perfiles para después ponerles nombre a los mismos, porque el diseño del vestido les viene grande a los nombres para quienes se diseñare. Primero el proyecto; después, los nombres, los líderes. Ni se puede decir que “hay que dar paso a otros” cuando lo que quieren decir es que se postulan para un cargo superior y, perdido aquel en elecciones, resulta valedora la experiencia, pero no la juventud.

            Es preciso meter la cuchara mucho más hasta dejar el tazón vacío de políticos aferrados al sillón de por vida. No pueden seguir quienes perdieron; no deben alzarse como padres de la patria quienes condujeren a los suyos a la sima electoral. “Quien pierde paga”, ha dicho Ibarra; pero aquí no: quien pierde, gana, y los de siempre, a trabajar y callar. Quienes antes otorgaron, piden ahora “salud y rebeldía”, como si la última fuere complementaria de la primera, sin trabajo abnegado de por medio, sino el de figurar por figurar.


miércoles, 23 de noviembre de 2011

CAMBIO DE TERCIO, SIN BANDERILLAS

España ha decidido cambiar de tercio electoral, pero eludiendo el segundo tercio, las banderillas, al considerar notoriamente evaluada en el primero la bravura del adversario que, pese al castigo y al quebranto recibido, no ha arrojado la toalla. El vencedor en buena lid ha perdonado la segunda suerte, la que persigue reanimar al toro sin restarle fuerzas. Podría haberlo hecho de poder a poder, el uno frente al otro, la suerte encarnada por Luis Francisco Esplá, realizando un cuarteo para clavar. Hay que ser humilde en la victoria y generoso en la derrota, más aún con el partido que ha gobernado la nación durante veintiún años frente a los ocho de la derecha con dos presidentes excepcionales, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero.

            El PP ha sido humilde en la victoria y generoso con la derrota de su adversario. No están los tiempos para triunfalismos y así lo hicieron los derrotados con el vencedor, felicitándole, y el vencedor con los vencidos, sin hurgar más en las heridas inflingidas en el primer tercio de la lidia, la suerte de varas, en la que ya midieron su bravura. Los discursos institucionales del presidente electo y el del candidato vencido han mirado por encima de la filosofía partidista y han apelado a la unidad de los españoles en una legislatura en la que podemos jugarnos el futuro de varias décadas. Rajoy ha sido un señor y Rubalcaba, más señor al reconocer la derrota sin paliativos y llamar a todos a seguir luchando por la defensa de los valores que encarna el PSOE, más necesarios que nunca en esta hora de España.

            No ha logrado el PP batir aún los dos records socialistas: el del número de diputados logrados en unas elecciones legislativas: 202 en 1982, y el de votos obtenidos en las elecciones de 2004: 11.288.698, con 164 escaños; pero, además, tampoco hay por qué afligirse: el PSOE ha obtenido casi siete millones de votos y 110 diputados, erigiéndose el primer partido de la oposición, lo que asegura, con la mayoría popular, una colaboración leal con el poder para alejar los fantasmas que se ciernen sobre el horizonte. La lealtad de los dos partidos mayoritarios al proyecto de España es indiscutible y su disposición a colaborar, tan necesaria como su sentido de Estado y democrático.

            El PP gana porque pierde el PSOE. Cómo explicarse que mejore sus resultados en comunidades con políticos en tela de juicio. Sencillamente, porque a los españoles les han tocado el bolsillo y con él vacío, del que culpan al presidente en funciones, han ido a votar, mientras que a los fieles del PP les da igual los escándalos de corrupción. La crisis ha espoleado una abstención de 971.775 españoles; 317.886 votos nulos y 333.095 en blanco en el conjunto nacional. En Extremadura se abstuvieron 216.439 votantes; 9.482 introdujeron en las urnas votos nulos, y 7.780 votaron en blanco. Son los votos del desencanto, los votos de la crisis, de los desafectos a la política de uno y otro bando, porque en todos los sitios cuecen habas, hartos de un sistema que mina, además de los bolsillos, sus propias fuerzas físicas, al no perdonar ninguna de las tres suertes o tercios en la plaza. Son demasiados los abstencionistas; muchos los que se molestan en acudir a las urnas en día lluvioso para mostrar su descontento votando en blanco o con votos nulos. Cuando el país más nos reclama, le damos la espalda con esos votos perdidos y le damos la victoria a quien no la mereciere ni la buscare con ahínco, porque ya se la brindaron en bandeja los desmemoriados obreros de la patria, como para recibir ahora al toro “Ratón” a porta gayola, de rodillas y a pecho descubierto, como en los fusilamientos del 2 de mayo de Goya.

            No estamos para eso. No hemos aprendido las lecciones de Portugal, Grecia o Italia. Los dos últimos no necesitaron elecciones para cambiar de gobierno: se los han impuesto. Los vecinos lusos cambiaron para peor. Ojalá los españoles sepamos mirar por encima de nuestros hombros y parar la embestida de la crisis, sin pases de farol, que no está el morlaco para lucimientos vanos en la fiesta nacional, con una prima de riesgo cercana a los 500 puntos.



martes, 22 de noviembre de 2011

DOS FOTOS EN LA NOCHE DEL 20-N


    Hay dos fotos en la noche del 20-N que llaman la atención tanto o más que los discursos institucionales del vencedor y el derrotado en las elecciones: la foto del beso en la boca de Rajoy a su esposa Elvira Fernández, la más reproducida en los periódicos del lunes, y la foto de Rubalcaba, solo, pero arropado por su equipo de trabajadores de campaña que, ni aun en la derrota, pierde la sonrisa, y besa y abraza después a su líder.

     Dos fotos y dos lecturas. Ha esperado y aguantado Elvira Fernández lo suyo para casarse con el presidente electo, que ya hubiere 41 años al matrimoniar con ella, y al que ha dado dos hijos. El patrón Fraga le dijo un día, como a Hernández Mancha: tienes que casarte como Dios manda y después, aprender gallego. Ha esperado paciente; estuvo en ese balcón a su lado, como consorte de un aspirante dos veces derrotado, triste, alicaída, como queriendo pasar inadvertida. Apenas lograron alzar sus brazos para saludar a los suyos; pero, ahora sí: ha salido primero el triunfador; después, ella; a continuación, sus más íntimos colaboradores, Saludan a los suyos, que cantan, gritan, más patrióticos que nunca, como si el patriotismo fuere exclusiva de los vencedores. Pide Rajoy un “minutillo” para las gracias. Prosiguen los saludos. Concluye su breve parlamento de gratitud. De pronto, su brazo derecho atrae hacia sí a Elvira, la mira a los ojos y dirige su boca a la suya, y se dan un ósculo de amor y de símbolo de la victoria. Inmortalizan las cámaras ese beso ya bendecido por las urnas y que no dependieren a esa hora de ellas, sino de las actas rubricadas.

     La foto de Rubalcaba pareciere más aleccionadora y agradecida en la derrota que la del triunfo, en el que los besos, cánticos y aplausos se suponen. Alfredo ha preferido estar solo, dando la cara, como el atleta que siempre ganó, pero que alguna vez pierde. En una esquina, sin aparecer en la foto, su jefa de campaña, Elena Valenciano; a la izquierda, en última fila, tampoco aparece en la foto su esposa, Pilar Goya. Cuatro plantas más arriba sigue la intervención por TV el secretario general y presidente en funciones, Rodríguez Zapatero; pero no está solo Rubalcaba, aunque falten este y los miembros de su equipo.
    
    Muestra su agradecimiento a los siete millones de españoles que han votado a su partido, a quienes se lo agradece de corazón. Y a trabajar para “recuperar la mayoría social y política”, con tres objetivos: la recuperación del empleo, la cohesión social sin la pérdida de derechos y la igualdad entre hombres y mujeres. No dimite Alfredo de las obligaciones contraídas. Su candidatura ha concluido. Ahora, le da el relevo al secretario general y le pide que adelante el congreso para evitar la orfandad.

     No está solo Rubalcaba. Detrás de él, le arropan los empleados de su Oficina Electoral: hombres y mujeres, jóvenes y veteranos de muchas campañas, con una sonrisa en los labios, pese a la derrota, que lo han dado todo por él y que, por nada del mundo, desean ver a su líder alicaído. Su segundo equipo, el obediente, el de los obreros fieles al partido obrero, al que muchos de los suyos ni votaren porque no fueren tiempos de vacas gordas y nada hubiere que repartir, sino de imponer sacrificios. Y apenas concluidas sus palabras, por primera vez leídas para no decir ni más ni menos que lo que hubiere de decir, sus mujeres le besan, su hombres le abrazan, trasmitiéndoles, a su vez, la entereza del perdedor que lo hace con la dignidad de quien también hubiere servido durante treinta y siete años de su vida a España y los españoles. El perdedor temido, el tejedor de pactos, el azote de terroristas, el profesor didáctico, el hombre que “ponía” a las mujeres, el subcampeón de España de los cien metros, el premio Fin de Carrera en Químicas…

     Veo a esas mujeres que le abrazan y le besan, a él acariciándoles su cara, agradecido por su apoyo; los abrazos de sus obreros que no han perdido tampoco su dignidad, porque trabajaren para él, para el partido y para España, y anoto: al ganador solo le besó su mujer porque él se lo solicitó; al perdedor se lo comen a besos sus obreras y obreros; aunque la sintonía de “Carros de fuego” se haya apagado, el fuego interior de los desheredados de la tierra no se cierra con una derrota, que nunca será eterna mientras no existiere la igualdad, el Estado del bienestar se fracturare o la pérdida de derechos adquiridos se fuere a parar al Sahara. Por ello, en la derrota recibió más besos el perdedor que el vencedor, porque muchos son los llamados, pero pocos como él los elegidos; muchos lo que se apuntan a caballo ganador y bastantes los que no se merecieren ni ser candidatos, porque no hubieren perfil para ello, sino tan solo el de seguir en el tajo sin estar en él, pero cobrando de todos para nada.




jueves, 17 de noviembre de 2011

PARTICIPIOS DE LA PRIMERA CONJUGACIÓN EL 20-N

     El 20-N subsume los participios de la primera conjugación, terminados en ado e ido, y los de la segunda y tercera, en ido. El participio es la forma no personal del verbo que este toma para funcionar como adjetivo sin perder su naturaleza verbal. Antes y después del participio se alinean siglas y nombres de personas, no terminados quizás en ado e ido, pero que al final del día subrayarán el resultado final de la jornada electoral. Los participios de la primera conjugación pueden definir la incógnita mejor que los de       la segunda y tercera.

    Reina hoy el participio de indignar, indignado, que califica a quienes se sienten irritados y enfadados sobremanera por la situación; pero a esa indignación de los indignados puede sobrevenirle la desconsolación del desconsolado y afligido. Una ministra del Gobierno de España ha pedido un esfuerzo para que, en el 20-N, España no pase de la indignación a la desolación en horas veinticuatro, como si previese que, llegado el caso, viniere a continuación el adviento del participio de la segunda y tercera conjugación, terminado en ido: olvido, molido, confundido, malherido…

   La liturgia del Adviento nos prepara para el que ha de venir, que no hubiere nada que ver con el resultado electoral, porque el Niño llegare todos los años y el participio de la segunda y tercera conjugación pudieren durar años, antes de que los indignados y desolados volvieren a ocupar su lugar tras el olvido.

     El 20-N es un buen día para no pasar de la indignación a la desolación y para no sentir el olvido “a posteriori”. Por encima de los participios están el presente y futuro verbales, en forma de siglas, nombres y programas, alejados de las prédicas de quienes no anunciaren más que males del infierno, que adjudicaren a su vez a los anteriores, y no al que ha de llegar, símbolo de esperanza y futuro para un pueblo que hubiere todavía más fe en el que ha de venir que esperanza en los políticos y mercados que nos amenazan por doquier.

    Hay motivos para estar indignados, pero no desolados, y menos aún afligidos. El voto es la herramienta democrática para no pasar de la indignación a la desolación, y menos aún al olvido. En nuestras manos está construir un nuevo futuro con otras formas verbales que no sean los participios indeseados. “Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran” (Mt, 7-13), nos enseñó el Maestro que ha de volver. Entremos, pues, por “esa puerta angosta”, aunque “estrecho fuere el camino”. Votad, abstencionistas, votad, porque vuestro será el triunfo o la perdición, Ni un solo voto perdido, ni en blanco ni nulo, porque otros vendrán que los harán suyos por vosotros, y entonces será el llanto y crujir de dientes, porque “nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro”. (Mt 6, 2-34).



martes, 15 de noviembre de 2011

EXTREMADURA EN LA CABEZA, ESPAÑA EN EL CORAZÓN

  Vara habla con el corazón en la mano, porque le pueden los afectos. Se defiende porque le atacan. Cuando los otros hablan, dicen dicterios; cuando él habla, lleva Extremadura en la cabeza y a España en el corazón.

            En su discurso de Plasencia, Guillermo ha dicho que el “PP no tiene metida la cabeza en Extremadura” y ha aducido para ello que la defensa del Eje 16 pasa por Lisboa, Badajoz y Puertollano, pero no por Cáceres. Se olvidan de media Extremadura, porque no la tienen en su cabeza ni en su corazón. Pretenden construir una región sobre media región. No saben cómo gobernar Extremadura y pretenden hacerlo en España entera. Se olvidan de la casa propia y se van a la que hubieren. Cierran puentes para acercarse al pueblo; se cambian de sitio como estudiantes rebeldes y salen en su tele, la de todos, más de lo que debieren, para insultar a los ministros de España que visitan la región y que solo hablan de futuro. Pues, qué hacen ellos sino la política del victimismo, achacando todos los males al pasado, como si aquellos hubieren nacido solo aquí y tuvieren necesidad de un premio gordo para tapar agujeros y seguir adelante.

            No se les otorgó el poder para quejarse permanentemente y no hacer nada. Nadie les obligó a jurar fidelidad a Extremadura y a España, a la Constitución y al Estatuto y, como lo hicieron, se lo demandamos. El Estado no se construye llorando y lamentando un pasado del que fueren parte, aun como oposición, en España y en Extremadura. Extremadura es España y no puede concebirse la una sin la otra, como una hija no puede concebirse sin su madre. Al poder se llega llorado, sin mirar atrás más de lo preciso y mirando al futuro por encima de los mandatos. Y qué futuro nos aguarda, a la espera…, sin presupuestos que guíen la acción política, la esperanza del pueblo, la frustración de los parados; el paro de los jóvenes, la generación más formada de la historia de España, pero perdida, sin rumbo, sin futuro, con parias que no se creen ni lo que hacen porque nada hicieren más que visitas de cumplidos y tebeos de ocasión para distracción de la realidad.

            Extremadura merece más cabeza y España, más corazón. No se puede aspirar a gobernar España si nos olvidamos de una de sus hijas que es responsabilidad, por encima de todos, de quienes fueron elegidos para gobernarla. No se puede perder la cabeza en la plaza y llevar a España en las vísceras y no en el corazón. No se puede abordar el futuro con miradas al pasado. No se debe derruir lo construido para caminar para atrás.

            El lamento es el sino de quienes dicen lo que no debieren; de quienes predican una cosa y hacen la contraria; de aquellos que miran solo por su parentela y se olvidan de los hijos pródigos; de quienes también olvidaren su pasado de pecados inconfesables para los que no hubiere penitencia bastante para que les fueren perdonados.

            Extremadura y España necesitan cabeza y corazón, lealtad y entrega, compromiso y eficacia; pero no se debe llevar a España en el corazón sin tener a Extremadura en la cabeza. Una lección todavía no aprendida por políticos advenedizos y por votantes absentistas, ignorantes de lo que se juegan el 20-N, como si no lo hubieren vivido y no se les reconociere por su pelaje. Al menos Vara lo intentó, aunque no pudiere, porque llevó a Extremadura en la cabeza y a España en el corazón, pese a que le confundieren en sus perfiles.       




UNA HORA DE ESPAÑA

Prefacia el maestro Azorín su obra “Una hora de España” con una cita de Calderón, tomada de “En esta vida todo es verdad y todo mentira” (jornada III, escena VII): “…Que fue síncopa de un año o paréntesis de un siglo…”  Censa un siglo cien años, cada año 365 días, cada día veinticuatro horas; pero en esas síncopas de un año, en ese paréntesis de un siglo, en el devenir de un día, ha habido siempre, y seguirá habiendo, una hora de España, singular, recordada, definitiva.

         En su discurso de ingreso en la Real Academia, celebrado el 26 de octubre de 1924, memoraba Azorín a Juan Navarro Reverter, “un político y hombre de mundo”, de palabra insinuante y discreta, que conversa con una dama que tiene ante sí. Se refería el maestro de Monóvar, simplificando el devenir del tiempo a un minuto, a la abstracción ante el mar y el cielo inmensos y se preguntaba qué es el tiempo y qué es la eternidad, en que la abstracción del tráfago mundano le hacía sentirse al lado de los hombres del siglo XVI, y se preguntaba “¿Estamos en 1560, o en 1570, o en 1590? Es una hora de España lo que estamos viviendo. Es una hora de la vida de España lo que vivimos --con la imaginación-- en este atardecer, frente a la inmensidad del mar.”

         De la abstracción a la realidad, ha vivido España muchas horas históricas, desde su nacimiento como nación, y guerras y revoluciones que suponían pasos atrás en lugar de avances en el tiempo, “síncopas de un año o paréntesis de un siglo”. El levantamiento del 2 de mayo, más que la reunificación de los reinos cristianos y la expulsión de los árabes, lanzó la idea revolucionaria de la nación como titular de la soberanía. El mito nacional se movilizó contra el ejército invasor y los colaboradores de Bonaparte. La identificación de liberalismo y defensa de la libertad la selló el diputado asturiano Agustín Argüelles al presentar la Constitución  de 1812: “Españoles, ya tenéis patria”, o algunos de los lemas que hicieron la identidad nacional durante el siglo XIX: “Caminemos todos, y yo el primero, por la senda constitucional”, que dijere Fernando VII tras jurar la Constitución después del pronunciamiento militar de Rafael del Riego que abría el Trienio liberal; “Cúmplase la voluntad nacional”, del regente Espartero (1841-1843); “Viva España con honra”, revolución de 1868; “Son españoles los que no pueden ser otra cosa”, de Cánovas del Castillo; “A mí, que tanto me duele España, mi patria, como podría dolerme el corazón, o la cabeza, o el vientre”, de Unamuno, en “Andanzas y visiones españolas” (1922), artículo en el que criticaba, además, la “manía lamentabilísima” que aqueja a los españoles: la manía de quejarse, que “siempre exagera y la mayor parte de las veces miente”, convertido por Joaquín Bartrina en el poema “Si habla mal de España, es español” :

“Oyendo hablar a un hombre, fácil es
Acertar dónde vio la luz del sol;
Si os alaba a Inglaterra, será inglés.
Si os habla mal de Prusia, es un francés,
Y si habla mal de España, es español.”

         El rey Juan Carlos I, en su primer Discurso de la Corona antes las Cortes, el 22 de noviembre de 1975, dijo que “hoy comienza una nueva etapa en la historia de España, fruto del esfuerzo común y de la decidida voluntad colectiva.”

         Han pasado 36 años de la nueva era, en la que España ha avanzado más que en toda su historia anterior, aunque algunos pretendieren la involución por nadie deseada o poner el freno a las conquistas realizadas.

         El 20-N tendrá lugar otra hora más de España, no abstracta ni imaginaria, sino real. Unos miran por España toda; otros, solo por el poder. Hay dos caminos principales: el que conduce al futuro de todos o el que nos invita a desandar lo andado. España es lo único importante, es de todos y de nadie en particular. Cuando “el caballero de la triste figura” decía hace más de ocho años que “España iba bien”, pregunté en entrevista a un político extremeño que fuere consejero del presidente, y me respondió: “Si España va bien, Extremadura va bien”. No pensare lo mismo quien lo afirmare, como si España se constriñere solamente a sus dominios electorales. Quienes piensan como aquel, hablan de la reconquista nacional, como si Don Pelayo hubiere resucitado y pretendieren gobernar para una parte de España. Los que miran al futuro, nos recuerdan el pasado, y a España entera en su devenir histórico.

         Ante esta nueva hora de España, recordamos el discurso de Azorín, en el que se refería a los obradores de los pueblos pequeños, en el que la tradición de padres a hijos, había ido formando estos oficios. Y a la cantante Cecilia (1948-1976), que reflejaba en “Mi querida España” (1972) un cierto trasunto de nuestro ser histórico:

         “Mi querida España
         Esta España en dudas,
         Esta España cierta
         De las alas quietas
         De las vendas negras
         Sobre carne abierta
         ¨Quién pasó tu hambre?
         ¿Quién bebió tu sangre
         Cuando estabas seca?

         Mi querida España
         Esta España mía,
         Esta España nuestra.”



viernes, 11 de noviembre de 2011

A PROPÓSITO DEL DISCURSO DE FELIPE GONZÁLEZ EN CÁCERES

La noche del 28 de octubre de 1982, cuando toda España esperaba la confirmación del cambio anunciada ya por Alfonso Guerra –202 diputados, la mayor mayoría absoluta que un partido recibiere en toda la historia democrática española-- TVE paralizaba su emisión de entrevistas, opiniones y reportajes, para anunciar la presencia del joven líder socialista Felipe González en el hotel Palace de Madrid, desde donde ofreciere su primer mensaje a la nación, con la gratitud de quien fuere humilde en la victoria y generoso en la derrota.

            Felipe González, por serlo siempre así, alcanzó pronto la madurez política que se le suponía fuera del país y dentro de él. Sus discursos entremezclan la sabiduría del político que fuere y la experiencia del estadista que es. No deja indiferente a nadie. Sus discursos parten de la base de, quien no estando ya en el juego político, arrima el hombro de su experiencia, el amor a España y a su partido, para ofrecer una clarividente lección política de la situación, que no tiene por qué caer en la descalificación o el insulto con que otros, aprendices permanentes de la política, buscan titulares vacuos o el fácil aplauso por parte de quienes ni entendieren ni descifraren el justo término de la situación.

            El líder socialista español y europeo, a quien los alemanes propusieron un día para presidente de la Comisión Europea, cargo que no aceptó, sí, en cambio, presidió el grupo de trabajo que elaborare el Informe sobre el futuro de la Unión para consideración de las instituciones europeas.

            Desde la perspectiva que ofreciere su formación y su experiencia política, Felipe González diseccionó anoche en Cáceres el porqué de la crisis y las salidas que hubiere, que no pasan por los recortes como meta de la economía, sino por la unión económica y fiscal europea, además de la monetaria, sin la cual no tuviere sentido el euro ni la solidaridad de los veintisiete; ni mucho menos que la Unión sea gobernada por la pareja Sarko-Merkel que, aun siendo el gobierno europeo en la sombra, solo representan a sus países, con sus propios intereses nacionales.

            Europa, vino a decir, no puede estar a merced de los especuladores de la City, que hubieren su propia moneda y que se aprovecharen de ella con el llamado “cheque británico” logrado por Margaret Thatcher,  ni de la falta de solidaridad que suponen veintisiete políticas fiscales distintas, ni de los mercaderes del templo que no desaprovechan la ocasión para sacar réditos en tiempos de crisis a costa del esfuerzo de los más débiles.

            Recordó el líder socialista que, hace veintinueve años, cuando los españoles le auparon al poder, la situación era más difícil que la actual –5.000 dólares de renta per capita frente a los 35.000 actuales-- y salimos de aquella recesión para alcanzar cotas inimaginables hasta entonces de bienestar social. Por qué ahora la zozobra, la incertidumbre ante el futuro creada por los mercados y por quienes dicen que aspiran legítimamente a gobernar, sin saber qué hacer ni por dónde ir, con un cierto programa oculto que no se atreven a desvelar hasta que las urnas no dieren a luz, como el llamado por su líder en la sombra Movimiento Vasco de Liberación Nacional, en lugar de organización terrorista, que, sin dejar las armas ni pedir perdón por sus “hazañas”, pretendieren lograr paz y patria sin arrepentimiento ni permiso de sus víctimas ni de la soberanía nacional encarnada por los españoles.

            Escuchar a Felipe González resulta siempre rejuvenecedor, patriótico y europeísta,  ante tanta mediocridad ambiente de la política doméstica, y aquella que afirmare, en relación al candidato socialista, Rubalcaba, con poca gracia y peor baba, que busque momias en el Kremlin antes que las “jóvenes promesas” de Felipe y Guerra, por quienes España fuere hoy más España que la que ellos construyeren en siglos de poder.



EL DISCURSO DE FELIPE EN CÁCERES

En octubre de 1982, cuando la transición hubiere terminado y UCD se hallaba en desbandada, perdida y en “ignorado paradero”, el cambio se imponía en España como una necesidad y un respiro de libertad y avances. Suárez había liderado una etapa necesaria y guiado a la nación en medio de tormentas sin fin y el PSOE, abanderado por un joven Felipe González, se presentaba como el adalid del cambio que el país rumiaba y que asentaría la democracia.

            El lema socialista del 82 era “Por el cambio”, síntesis conceptual del fin de una época e inicio de otra distinta. Javier Solana había sido el adelantado, en visita a las sedes socialistas de provincias, para tomar el pulso a una España todavía sesteando, a la espera de septiembre y del 28-0. Cuando a mediados de octubre, Felipe volvió a Cáceres en un bus del Mundial, procedente de Ávila, el coso de la Era de los Mártires rebosaba de una multitud deseosa de escucharle.

            Escuchar a Felipe González durante más de una hora ni aburre ni fatiga. Es un libro abierto que te absorbe hasta el final, un catedrático de la oratoria, un conocedor de su tiempo que disecciona, desde el profundo conocimiento de la realidad, el argumentarlo del cambio frente a la nada de otros, que ahora piden “Súmate al cambio”, cuando el suyo se sintetiza, como dijere Felipe, “en hacer las cosas como Dios manda y en actuar con sentido común”, sin que para nada Dios dispusiere la política de los hombres y el sentido común se concretare en no aprobar los Presupuestos, como ya lo hicieren otros.

            Felipe se preguntaba anoche en Cáceres qué ha cambiado en el vecino Portugal, cuya oposición se negó en sede parlamentaria a efectuar los recortes que se le pedían, y, una vez que logró la victoria electoral, se ve obligado ahora a endurecer las previstas; o a la falta de solidaridad de Irlanda que, al aplicar un impuesto de sociedades más bajo que los otros países de la zona euro, no juega limpio y rompe la inexistente política económica que requiere una política monetaria común.

            El discurso de Felipe en Cáceres se centró en analizar la crisis de España y de Europa y en sus remedios, ya explicados en su Informe sobre el futuro de Europa que, como presidente del grupo de expertos designados por la Comisión, presentó al Parlamento Europeo. El ex presidente del Gobierno rechaza la política de recortes como receta, y defiende, en cambio, el esfuerzo, la calidad, la competitividad y la innovación, apostando por la calidad y no por bajar salarios, porque baja el consumo y la actividad económica se hunde. Felipe defendió que la moneda única debe ir paralela a una política económica común, que fue de lo que un principio se habló: la Unión económica y monetaria. Sin la primera, resulta imposible sostener la segunda.

            Felipe universalizó la sanidad y la educación, lo que ahora otros tratan de destruir, o fijar como líneas rojas que no se pueden traspasar junto a las pensiones. La misma cantinela de siempre en todas las campañas. Si todos están de acuerdo, a qué recordar lo ya conquistado si es que algunos no pretendieren ir para atrás, actuando con un sentido poco común, que solo fuere patrimonio de los necesitados y de algún líder como Felipe que, por veterano y por experiencia política, todos escuchan, pero pronto olvidan sus lecciones. Felipe, o la españolidad y la europeidad en política. Veterano, sí, pero más sabio por ello.