lunes, 17 de abril de 2017

RETORNO AL PUEBLO

 
           Algunos esperan el fin de semana para descansar; otros, para hacer deporte; viajar, pasear por el campo... Nos impulsa su llamada, como a algunos les llama el retorno al pueblo, o la casita en el campo. Allí, en su recogimiento, en su paz interior, a la luz de la lumbre de la cocina, con los leños de encina encendidos..., se olvida el tráfago de la ciudad, los mil y un avatares de la vida laboral, y aun de la política.
            Necesitamos volver al pueblo, al pueblo donde nacimos o al que adoptamos como propio. Se van quedando solos los pueblos; sus habitantes, ya ancianos, no pueden cultivar la tierra. Apenas unos cuantos jóvenes siguen las labores de sus mayores: los más, huyen a las ciudades en busca de una vida mejor, que tampoco hallaren. Instituciones y estadísticas claman ante el abandono de los pueblos que, lenta, pausada, invisiblemente, van muriendo. Y España y Extremadura son toda pueblo. No pueden morir los pueblos extremeños y españoles, porque perderíamos nuestra identidad de pueblo. Las ciudades van creciendo desde hace años por las migraciones de los pueblos.
            El pueblo nos hace revivir nuestra infancia, toda necesidades y juegos en calles y en la plaza. Nada teníamos y por nada nos quejáramos. No teníamos luz ni agua corriente; menos aún calefacción o aire acondicionado; ni siquiera nevera, teléfono o televisión...; ni abrigo o gabardinas en invierno. En la escuela, tan solo disponíamos de la luz solar. En días tormentosos, oscuros..., no podíamos hacer caligrafía ni seguir nuestra enciclopedia; tan solo, escuchar al maestro; pero nadie se quejaba. No puede faltar hoy un colegio al lado de casa, al que madres y abuelos llevan a sus hijos y nietos; ni tampoco la calefacción o el aire acondicionado. No hay niños sin móviles... Cuando vemos esto, al percibir esta distinta y tan distante realidad, nos acordamos del pueblo: aquella paz que acunare los sueños; el silencio que meciere la cuna; los juegos en calles y plazas; cuando íbamos con nuestro burrito a la fuente para traer el agua que necesitare nuestra madre para cubrir las necesidades de la casa.
            Y por la noche, teníamos el candil o el petromax que nos dieren luz bastante. En invierno, nos bastare el brasero de picón que nos dejaba las piernas al aire llenas de cabrillas.  El pueblo nos bastare y sobrare. El reloj del ayuntamiento marcare las horas y los días que signaren nuestra vida, sin ansiedad alguna. Vivimos en la ciudad esclavos del tiempo. No nos da el tiempo para nada ni nos llega el tiempo. En el pueblo, no buscamos el tiempo, porque lo tenemos todo. El pueblo es el tiempo que no vuela; un tiempo detenido a la espera de nuestro tiempo. Retornamos a él y volvemos a una eternidad perdida: la del tiempo pasado, que jamás retrocederá a nuestras vidas: o quizá tan solo podemos soñar en el pueblo, con la vida en él idealizada...

viernes, 7 de abril de 2017

EL "RUIDOSO" CASO DE MARCIAL, PRIMER OBISPO DE MÉRIDA


           Mérida tuvo 21 obispos en los primeros siglos de la era cristiana, desde Marcial, el primero, a mediados del siglo III, hasta Arnulfo (839-862), antes de la traslación de la Metrópoli emeritense a Compostela, hecha por el papa Calixto II en 1119.[1]  Según Enrique Flórez (Villadiego, Burgos, 1702; Madrid, 1773), el agustino estudioso de la "España sagrada", "Mérida era una de las tres ciudades capitales, únicas metrópolis de todo el continente y que, por nueva colonia de veteranos, engrandecida con el nombre de Augusto, era como ciudad de moda. [2] Supone el autor que la introducción del Evangelio en Mérida fue al comienzo de su aparición en España, en el siglo I.
            Aunque no existe documento que determine el tiempo, nombre y circunstancias del primer prelado, no se puede dudar, según el citado autor, que Mérida tuvo obispo en el espacio muy cercano a los primeros varones apostólicos, "porque esto da por supuesta la remota antigüedad en que empieza a sonar prelado de aquella sede en monumentos auténticos, no solo del Concilio de Eliberri, sino de San Cipriano, al medio del siglo tercero de la Iglesia. Por entonces se menciona obispo emeritense, que no podemos comprobar que fuese el primero. No menor comprobación es la de los martirios, con que Mérida fue ilustrada en el tiempo de la gentilidad, porque la sangre derramada en testimonio de fe, es prueba de la firmeza con que estaba arraigada en los corazones emeritenses la religión cristiana, pues ni la promesa ni el rigor de los gentiles pudieron prevalecer; antes bien, fueron vencidos hasta por el débil brazo de doncellas".
            El primer obispo católico de Mérida del que se tiene constancia fue Marcial "desde antes del 252, cuyo nombre ha llegado a la posteridad entre los primitivos de Mérida, mencionado con expresión por el glorioso mártir S. Cipriano en la Epístola 68, aunque la sede no está allí declarada con tanta claridad como el nombre, por lo que algunos la proponen con duda, y otros, en lugar de Mérida, expresan la de Astorga, como le sucedió al cardenal Baronio en sus Anales, a quien siguieron luego Fleury y otros escritores. Fue consagrado antes de 252, sin que tengamos documento del año en que  murió", añade el P. Flórez.
            ¿Qué sabemos de él? "Funesto en la sustancia, pero comprobante de la antigüedad de la sede. Fue el caso de los más ruidosos, por haber resonado no solo en toda España, sino en Italia, y en África, como corresponde a la ruina de dos obispos: Basílides de León, y Marcial de Mérida", señala Flórez.
            Cuenta el autor que, en tiempos de la persecución de Decio (antes del año 254) "tuvieron tanto miedo de ser delatado a los jueces..., tanto deseo de conservarse en su honor, que redimieron con dinero la vejación, haciéndose libeláticos [3]. Esto se reputaba delito muy grave entre los cristianos, con razón, porque no siendo el libelático perseguido por los que perseguían a los cristianos, venía a quedar fuera de aquella clase, y, consiguientemente, estaba en el público con la libertad de los que le negaban lo que, como delicadamente arguye Tertuliano, era ser rico contra Dios". "Basílides cayó enfermo, y blasfemó de Dios, según confesó después. Marcial frecuentó los impuros y detestables convites de los gentiles. Así uno como otro obispo declararon sus delitos y como no podían perseverar en la dignidad, pasaron las Iglesias y los pueblos de León y Mérida a nombrar sucesores. Juntáronse los obispos comarcanos  --relata Flórez--, y con asenso de las plebes, y de otros prelados ausentes, que accedieron por escrito, quedó electo y consagrado en la sede de León y Astorga, Sabino, sucediendo a Basílides, infiriéndose del contexto de la Carta de S. Cipriano, que en lugar de Marcial, fue colocado Félix, por ser este el nombre del obispo que con Sabino pasó a África".
            Basílides de Astorga se fue a Roma, "no a confesar sus pecados, sino a cometer otros nuevos, como lo hizo por las malas artes de engañar al Pontífice S. Esteban I y logró orden del Papa para ser restituido a la sede. En efecto, volvió Basílides a España a poner por obra sus injustos conatos, agravados ya con el nuevo delito de la seducción del Pontífice: y como la causa era común a la de Marcial, quiso también hacer suya la injusta pretensión de ser restituido a la sede". Los obispos. sorprendidos por la decisión papal, apelaron a los obispos del norte de África y, en el año 254, Cipriano de Cartago reunió a 36 obispos "y leídas las Cartas de España, respondieron a bando la deposición de unos y la ordenación de los otros, y que no se podía rescindir la consagración hecha según derecho por el rescripto obtenido del Papa", determinando la expulsión  de la Iglesia de Basílides y Marcial. 

[1] Vid.: R. P. M. Fr. Henrique Florez: España sagrada. Teatro geographico-histórico de la iglesia de España. Origen, divisiones y límites de todas sus provincias, antigüedad, traslaciones y estado antiguo y presente de sus sillas, con varias disertaciones críticas. Tomo XIII, De la Lusitania antigua en común y de su antigua metrópoli en particular, dedicado a los santos de esta metrópoli, 2ª edic. repetida, Oficina de Don José Collado, Madrid, 1816, pág. 256.
 
[2]  Ob. cit., Tomo XIII, edic. 2ª, ISBN: 84-933 875 -3-3, págs. 132-139, Madrid, 1782.
 
[3] Se dice de los cristianos de la Iglesia primitiva que, para librarse de la persecución, se procuraban  certificado de apostasía, en Diccionario de la Real Academia Española, vigésima segunda edición, 2001, Tomo III,  ISBN  239-6824-3, Espasa Calpe S. A, Madrid, 2001.
 
 
 

martes, 4 de abril de 2017

UN OBISPO DE CORIA, EN LA COLEGIATA DE BERLANGA

 
           Visitamos un día la colegiata de Santa María del Mercado, en Berlanga de Duero (Soria), en pleno centro de la villa. La plaza de san Andrés permanecía a esa hora tranquila, casi vacía. Apenas se veían transeúntes. Sería a primera hora de la mañana cuando llegamos a la colegiata.[1] Al mostrarnos la capilla de los Bravo de Laguna, el guía nos sorprendió al decirnos que allí estaba enterrado un obispo de Coria, Juan de Ortega Bravo de Laguna, junto a su hermano gemelo, Gonzalo Bravo de Laguna, que fuere alcalde de Atienza y Segovia.[2] Yacen juntos en dos sepulcros, uno al lado del otro, en la capilla de los Bravo de Laguna: el obispo a la derecha y su hermano, a la izquierda. El sepulcro, realizado en alabastro, es atribuido a Vasco de la Zarza [3] El obispo está revestido con su ropaje pontifical, mitra y báculo; el hermano, con ropa de la época.
            Una inscripción en letra gótica testifica: "Aquí está enterrado el muy reverendo y muy magnífico Sr. D. Juan Ortega Bravo de Lagunas, natural de esta villa de Berlanga, Capellán Mayor que fue de la Reina de Portugal, princesa de Castilla, Obispo que fue de Ciudad Rodrigo y sucesivamente de Calahorra y de Coria; del Consejo Real; y del muy noble caballero D. Gonzalo Bravo de Lagunas, su hermano, alcalde que fue de Atienza, que nacieron de un vientre y en una hora, el cual falleció en Córdoba en el mes de agosto del año 1471; y dicho Señor Obispo falleció el 2 de enero de 1557. Decoró esta capilla de mucha plata, ornamentos, libros y pontificales" [4]
            En la obra Episcopologio cauriense [5], no se ofrecen muchos detalles del pontificado en Coria de este obispo (1503-1517). El autor señala que "nació en Berlanga, de viejo linaje que arranca de Sancho Bravo, uno de los conquistadores de Baeza en 1227. En 1493 era obispo de Ciudad Rodrigo y capellán de la infanta doña Isabel, la hija de los Reyes Católicos. De la diócesis de Ciudad Rodrigo, pasó a la de Calahorra, de donde fue trasladado a la de Coria. Tomó posesión de la mitra el 22 de diciembre de 1503."
            Añade el autor que "el 8 de diciembre de 1516 regaló a la Catedral dos bandejas de plata que pesaron veinte marcos y tres onzas". "Durante su pontificado -anota- se construyó la reja del coro de la Catedral por el maestro Hugón de Santa Úrsula, que pagó el prelado, y en la que figura su escudo: en campo rojo, castillo de plata, rodeado de un muro almenado, con dos pájaros en los lados del castillo, posados sobre el muro que lo circunda. Sobre el arco de la puerta del castillo, una flor de lis de oro y debajo de la puerta, la bordura del escudo es en campo de oro, ocho cruces rojas de San Andrés".[6]
 


[1]  La RAE define colegiata como "la iglesia donde se celebran oficios divinos y que, no siendo sede episcopal, se compone de abad y cabildo de canónigos seculares". Vid.: Diccionario de la lengua española, Espasa Calpe, 2005.
 
[2] Juan Bravo (Atienza, 1483; Villalar, 24 de abril de 1521) fue un noble castellano conocido por su participación en la Guerra de las Comunidades de Castilla. Juan Bravo pertenecía a la baja nobleza y nació en Atienza (actual provincia de Guadalajara), donde su padre, Gonzalo Bravo de Lagunas era alcaide de la fortaleza. Su madre, María de Mendoza, era hija del conde de Monteagudo, por lo que Juan Bravo era hijo de María Pacheco, la esposa de Juan de Padilla y miembro de la familia de Mendoza. Era también sobrino, por línea paterna, de don Juan de Ortega Bravo de Lagunas, obispo de Ciudad Rodrigo, Calahorra y Coria. (Véase: Wikipedia, org/wiki/Juan Bravo).
 
[3] Vid.: Colegiata de Santa María del Mercado, Berlanga de Duero, Edit: Ayuntamiento de Berlanga de Duero, Oficina de Turismo.
 
[4]  Vid.: Arranz Arranz, José: El sepulcro de los Coria, tomado del libro El Renacimiento en la diócesis de Osma-Soria (1979), web del Ayuntamiento de Berlanga de Duero, Personajes.
 
[5]  Ortí Belmonte; Miguel A…: Episcopologio cauriense, Cáceres, Edit.: Instituto de Teología "San Pedro de Alcántara" (UPSA), Diócesis de Coria-Cáceres. Serie Estudios 9, segunda edición, Cáceres 2014; ISBN 978-84-936987-6-8; prólogo de Alonso J. R. Corrales Gaitán, y Anexo al Episcopologio Cauriense de María del Carmen Fuentes Nogales., 399 págs.
 
[6] En la página de Turismo Coria, dedicada al Coro del siglo XVI, se afirma que "la reja fue forjada entre 1508 y 1514, sufragada por el obispo don Juan Ortega Bravo de Laguna (1503-1517), según delata su escudo de armas". (Vid.: coria. wn21/com/es/component/.)