miércoles, 31 de diciembre de 2008

LA LEJANÍA DE LOS VISIONARIOS

En su análisis del mensaje de fin de año del Presidente de la Junta de Extremadura, el portavoz del PP regional parece haber soñado con los propios con que nos obsequiaba en Nochebuena el anterior Jefe del Estado, y no en el pronunciado por Fernández Vara.

Hablar por hablar, decir sin analizar o leer detenidamente el mensaje, es tanto como hacer una analítica a un paciente para aplicarle a otro los resultados, cuestión que afortunadamente no sucede en el Servicio Extremeño de Salud (SES), al que probablemente no acuda el señor Hernández Carrón. De lo contrario no se entienden los puntos fundamentales de una lectura política que, de no ser interesada políticamente, diríamos que es la de un visionario de ocasión.

Decir como dice que “el mensaje de Vara está alejado de los problemas de los extremeños”, es tanto como no haber escuchado ni leído el discurso. Criticar como critica que apele “al trabajo y al esfuerzo” de todos, eso sí que es estar alejado de la realidad responsable de un político. Considerar inoportuna esa invocación supone preguntarle a él mismo: ¿y qué propone usted: el canto del “Veni Creator”, quizá?

El portavoz popular niega la mayor para sostener y afirmar la menor. Sostener que el “desempleo se encuentra en cifras muy preocupantes”, es algo obvio a lo que se ha referido el Presidente, pero que ha asumido como consecuencia de la coyuntura internacional, europea y nacional y regional. Y frente a su lamento, que más parece ser una “satisfacción” que un reconocimiento de la situación, el presidente propone “el valor del esfuerzo, del trabajo y el del sacrificio” de todos. Y esto también le parece mal al portavoz popular, porque afirma que “el esfuerzo deben hacerlo los mismos”; es decir, los trabajadores, como si él se excluyere a sí mismo de tal condición, y como si alguna vez en la historia no hubiere sido así. Se olvida de que, en tiempos de bonanza, el Presidente Aznar se sacó de la manga un “decretazo” en contra de los intereses y derechos adquiridos de los trabajadores, contra el que se rebeló el país de los más, quizá menos él, porque le complaciere.

Habla de autocomplacencia como “uno de los grandes problemas del análisis del año”; pero, ¿quién se complace aquí sino usted mismo del resultado de su propia analítica confundida por algún laboratorio privado?

Lamenta, en fin, que el Presidente no haya aceptado las recetas que le repasó en la Asamblea su presidente regional, como si fueran la pócima mágica para resolverlo todo en un plis-plas, olvidándose de quién gobierna por voluntad de los electores.

El PP, en su análisis visionario de la realidad, insiste en solicitarle al Presidente “una remodelación de su gobierno en profundidad”. Por pedir que no quede; pero no le ha sido concedida a usted, ni por mandato electoral, ni por ley, esa capacidad de cambiar los gobiernos a capricho, porque usted lo considere así. Quizás esperaba usted, desde la lejana perspectiva de su realidad de observador y de su analítica traspapelada, que el Presidente hubiera anunciado en su mensaje de fin de año los relevos que solicita, o que hubiera aceptado las recetas de su líder, cuyo año sí estuvo marcado por la indecisión política del ser o no ser senador y presidente de su partido.

Espere usted, si le llega la ocasión, de ofrecer otro mensaje de Año Nuevo, porque el suyo no merece la credibilidad que se le supone; pero el de Vara confirma la sinceridad que le otorgan su humanidad y su investidura. Y usted, como observador, se halla en las antípodas de los visionarios, auque le fuere propio el derecho a una crítica de pataleta, como la que efectuó ayer.



COMPROMISOS Y LAMENTOS

Un discurso de fin de año de un Presidente da la Comunidad no puede ser, como pretenden algunos, ni un discurso de investidura, ni un discurso sobre el estado de la región, ni el debate de las opciones presupuestarias. Para está la Asamblea, donde se hacen durante todo el año.

Tampoco se puede pretender, como desean otros, que, en una breve salutación de fin de año, se haga referencia a todos los problemas y necesidades actuales o que sea un catálogo de medidas correctoras de la crisis o la recesión sobrevenida, ni siquiera que les otorgue la razón política a su libre pensamiento, cuando los electores no les concedieron la confianza para ello. Sería tanto como pretender que el gobierno legítimo asuma los presupuestos de la minoría o las recetas de quienes la ofrecen sin ser médicos para ello.

Al Presidente de la Junta de Extremadura podrán criticársele las formas no concordantes con la opinión ajena, pero no el estilo, que le basta y sobra. Las felicitaciones de Navidad o de Año Nuevo no son más que un compendio compartido de la actualidad y un deseo común que todo el mundo se ofrece: por encima de todo, “seguir viviendo, conviviendo en libertad y en paz”, como concluía su intervención.

Y en ese corpus de mensaje de fin de año, no deben faltar puntuales referencias a la actualidad del año que acaba: los veinticinco años como Comunidad Autónoma, los 30 de la Constitución, aniversarios, por lo demás, inequívocos del avance que ambos han supuesto para España y la región. Negarlos sería negar la evidencia misma.

Pero era obligada una referencia al momento actual, en el que el lamento, la resignación o la melancolía, como afirmara el Presidente ayer, de poco sirven, porque “nos haría estar peor”. ¿Qué hacer, entonces, ante la situación actual? El propio Vara, ni nadie, tiene otra varita mágica que apelar a la recuperación de un valor esencial, el de trabajo, porque no hay fórmulas mágicas para salir de la crisis más que ésa, cumpliendo cada uno su tarea y trocando en oportunidad lo que podría constituir un gran bache en nuestro devenir.

El Presidente reconoce las dificultades del momento en el que le tocado gobernar; pero, frente al lamento de muchos, hace suya la bandera del compromiso que le concedieron los extremeños. Y en ese compromiso, involucra a todos: a sí mismo, porque para eso se le eligió Presidente; a su Gobierno, que para eso lo eligió él mismo; pero también con el esfuerzo compartido y el trabajo de todos. ¡Qué menos puede pedirse! Un gobierno solo no resuelve una crisis, pero debe y puede marcar los caminos. Y en eso están él mismo y su gobierno.

Su compromiso lo manifiesta todos los días con su entrega personal, con reuniones mil, pactos, convenios…, pensando en quién: en quienes un gobierno de izquierdas que se precie debe estar: “estar muy cerca de quienes lo están pasando peor”.

Qué otra cosa puede uno desearse ante el Año Nuevo sino la vida, la libertad y la paz; y el compromiso de todos frente a los lamentos de algunos. Lo demás son ganas de “arrimar el ascua a su sardina”, desechando la cosecha propia para caer en la melancolía de tiempos peores, que nuestra madurez de españoles no puede permitirse. El compromiso pasa primero por quien lo solicita, pero se extiende a todos por obligación.


lunes, 29 de diciembre de 2008

SERREJÓN: DE LAS MOCIONES DE URGENCIA A LA URGENCIA DE LA MOCIÓN DE CENSURA


Parecía cantado lo que iba a venir desde agosto pasado: la moción de censura de la única concejala popular en alianza con los independientes. Obsesionados por las percepciones recibidas por los miembros de la anterior corporación (2003-2007), como si el pueblo no tuviere necesidades ni proyectos mayores para su futuro ni alguna otra cosa que saber desde la toma de posesión de la actual corporación, el 16 de junio del mismo año, reclamaron ambos grupos las cuentas.

El equipo de gobierno hubo de salir al paso de una información propalada por la concejala del PP, y desde el sábado 27 pasado, alcaldesa por la gracia de los tres independientes, en torno a “posibles irregularidades en el cobro de dietas por parte de los miembros del anterior equipo de gobierno”.

El 9 de agosto, el grupo socialista en el gobierno legítimo negaba entonces las acusaciones vertidas contra la alcaldesa, Nélida Martín, y argüía que no solo no había permitido el acceso a la información a la que tenían derecho, sino que emplazaba a “los cuatro” (los tres independientes y la única concejala popular) a tener ocasión de examinarlas el 20 del mismo mes. Además, echaba por tierra la urgencia de las mociones de acuerdo con los informes jurídicos del secretario de la corporación y de la Dirección General de Administración Local de la Junta de Extremadura, “por no estar debidamente justificadas y vulnerar el derecho del resto de los concejales a estudiar con el detenido sosiego las propuestas que en ellas se contienen, que podrían ser incluidas, además, en el apartado de ruegos y preguntas”.

Los tres ediles independientes y la concejala del PP habían aprobado tres supuestas mociones de urgencia, entre ellas una sobre las cuantificaciones percibidas por los miembros del anterior equipo de gobierno, que Administración Local de la Junta requirió que fuesen anuladas “para adecuarse al ordenamiento jurídico”.

Por otro lado, el grupo socialista recalcaba entonces que todas sus propuestas para aclarar el acuerdo que regulaba las indemnizaciones de la actual corporación para adecuarlas a las recomendaciones de la Dirección General habían sido rechazadas por la alianza cuatripartita de independientes y populares.

Llegó el 20 de agosto, y desde entonces nunca más se supo. No hemos sabido que haya habido, como afirma el secretario general de los populares cacereños, una etapa de “división y ruptura”, ni hemos tenido conocimiento por la Subdelegación del Gobierno de que los habitantes de Serrejón se hayan enfrentado entre sí en una etapa “de alcaldía socialista de división y ruptura”.

Tratar de justificar lo injustificable, por oportunismo político de ocasión, como hace el secretario de los populares cacereños, eso sí que es “sectarismo y partidismo”, que propicia un cambio de gobierno en el que la nueva alcaldesa representa una opción política legítima, pero única entre dos grupos que agrupan a seis concejales más, entre ellos los tres del Partido Socialista, que obtuvieron la mayoría.

El “buen humor y la alegría de vivir” que predica el señor Casero, no se sostiene por este precedente de verano, en el que la oposición quiso dar un “golpe de mano” que no se atrevió a dar cuando hubo que hacerlo, sino a toro pasado, y por la vía de urgencia, desestimada entonces por los informes jurídicos. No parece sino que la “novia elegida” por los tres ediles independientes lo haya sido por una rabieta de los cuatro, pero nunca de los ciudadanos de Serrejón, pueblo al que el señor Casero promete ahora un futuro de prosperidad, “donde con el trabajo se aprenda y se progrese cada día”, como si los habitantes de la localidad necesitaren su optimismo locuaz para ello, o una cara nueva que representa tan solo la séptima parte de la delegación de poderes que realizaron en su día.

Ni Monago ni usted, con toda la representación legítima que les haya sido otorgada por su partido, son quienes para dar lecciones al Partido Socialista, y menos aún con la arrogancia con que han puesto el pie en la calle, arrasando con la palabra lo que no pudieron con los votos. Otros tampoco lo consiguieron ni aun con mentiras, luego trocadas en verdades. Su modelo de pluralidad y convivencia es también el socialista, pero su método no parece seguir los derroteros de aquélla, sino que opta por el negativismo divisor de la sociedad, como si todos sus miembros fueran tontos en vísperas del día de la inocencia.






domingo, 28 de diciembre de 2008

LA EDAD DE LA INOCENCIA

Los Santos Inocentes tenían el alma limpia de culpa: eran inocentes en toda regla. Los santos inocentes extremeños de Delibes son, aun maduros, candorosos y sencillos. ¿Cuál es la edad de la inocencia? “Ayer, 20 años cumplí/ la inocencia perdí…”, cantaba Mari Trini en los 70. La inocencia no tiene edad. A la inocencia pura de los bebés sacrificados por Herodes se superpone la inocencia de los sin la malicia. Hay una inocencia obligada por la edad y otra que deviene de un estado del alma. El carácter prolonga como un éxtasis la inocencia del inocente frente a la malicia del perverso.

Alejandro Fernández y Gloria Estefan cantan en “El jardín”.
“Hasta que llegaste tú
Con la inocencia que aún desconocía
Con la mirada que alivia mis heridas
Con ese beso de amor que se olvida…”

La inocencia no tiene límites ni confines, ni se halla con la sabiduría ni se encuentra con la madurez. Siempre hay un recodo del alma que nos invita a ser inocentes, aunque no lo deseemos.

La inocencia es un estado del alma que tiende a ser aprehendido por los bárbaros que la intuyen como fruta fresca del árbol caído. Así, Julio Iglesias lo refleja en “Fuiste mía”:

Lo mejor de tu vida
Me lo he llevado yo.
Lo mejor de tu vida
Lo he disfrutado yo.
Tu experiencia primera
Despertar de tu carne
Tu inocencia salvaje
Me la he bebido yo.”

Como si la inocencia fuere un estado mental transitorio del que aprovecharse permanentemente, y el inocente, un ser sin voluntad de ser racional, de cuya inocencia se aprovecharen salvajes, avaros, desalmados y maltratadores, que buscan en la inocencia del ser la propia debilidad y maldad de su ser inhumano.

Herodes buscó culpables y halló inocentes, que pagaron con su vida la ira de su inocencia. Los Herodes de hoy siguen buscando culpables y solo hallan inocentes en lugar de los malvados. Los inocentes siguen cayendo como culpables; y los culpables siguen libres como si fueren inocentes. Inocentes en la inocencia, inocentes en la inmadura madurez de los hombres injustos que prostituyen la inocencia en la sabiduría de los perversos, los hombres nacidos para torturar a los justos inocentes. Como Herodes, que solo halló inocentes en vez de culpables; como la inocencia de los más, que confían en quienes no debieren y quizás en quienes nunca hallaren: ni la confianza debida ni la inocencia que se les supone, aun todos infantes, aun todos hombres, inocentes, pero con la inocencia perdida, ¿o quizás extraviada?

viernes, 19 de diciembre de 2008

JUAN CARLOS Y ALFONSO, VIDAS PARALELAS

La rebeldía juvenil, la entrada en política; el saber entrar, estar y la retirada a tiempo, sin que quien pudiere, les cesare ni se lo pidieren; la lealtad y la ética como principios; la honradez por norma; el servicio como estilo; la foto de España, la foto de Extremadura; el mismo escenario, la historia reencontrada, sin la memoria perdida; el amor a España, el dolor de España, en la Extremadura que les unió, en la España por la que “rompieron cristales”.

Juan Carlos Rodríguez Ibarra y Alfonso Guerra son dos vidas paralelas, como las de Plutarco: en la política y en la amistad; en la lealtad y en el respeto a las ideas ajenas; en el combate diario y en la dialéctica que rompe y rasga; en los empieces y en los finales.

Un sábado de febrero del 91, Guerra se despedía como vicepresidente del Gobierno ante los socialistas extremeños en el mismo escenario que les acogió el lunes. Diecisiete años después, no pensaron nunca, presentador ni autor, que su trayectoria política iba a ser tan larga, ni tan cercana y paralela: pudieron seguir, pero se retiraron de la primera línea. Nadie silenció, ni pudo, cercenarles la libertad de su palabra. Sus palabras dieron mil titulares para romper otros dos mil que atentaren contra los principios fundamentales por los que lucharen en los albores de la democracia, y antes soñaren.

Vidas paralelas hasta en la dialéctica: el discurso del mitin y el discurso de la palabra. Nexo común de comunicación, hasta en el modo, el estilo y la forma les ha unido en el arte de la oratoria, según qué acto, auditorio y formato.

Juan Carlos y Alfonso, profesores en su cátedra: la política traducida a las ideas en la conferencia política; la palabra abrasadora en el mitin; la reflexión del libro y las ideas del libro de la experiencia; el ardor de España, la reflexión sobre España. Poner a Extremadura en el mapa de España, la obsesión de Ibarra; a España “no la conocerá ni la madre que la parió”, la del gobernante de España; sin el silencio cómplice de la marginación, echándose al hombro su responsabilidad en la larga travesía del desierto de España, a pesar de la maldad y el rencor de otros. Sin irse nunca de Extremadura ni de España. “No nos digáis adiós porque siempre estamos volviendo”, como aquel niño de barrio, de perdedores, rompiendo cristales y los que fuere menester por Extremadura y por España. Quien nunca se fue, porque jamás dirá adiós, como el diputado más veterano de España; como su compañero Ibarra, el más veterano barón extremeño en España, luchador contra la deslealtad evidente de quienes solo ven privilegios y hechos diferenciales, nunca dispuestos a ponerlos en papel, como ellos, porque se caerían al abismo si no rompen cristales, para ver mejor a Extremadura y a España.

martes, 9 de diciembre de 2008

A PROPÓSITO DE LA SOCIEDAD CIVIL

Políticos y ministriles no dejan de apelar, cada vez más, a la sociedad civil. Qué será la sociedad civil, quiénes son sus componentes. A qué se refieren, cuando hablan, dicen y escriben, de la sociedad civil. ¿Será una secta, una casta aparte, de entre los ciudadanos que compusieren la sociedad toda?

“Apelamos a la sociedad civil a manifestarse”, “llamamos a la sociedad civil a la rebelión”, “la sociedad civil sufre las consecuencias de la crisis”… Se refieren, quienes así hablan, a los otros, no a sí mismos, como si ellos no formaren parte de la sociedad global de su propio mundo; como si fuesen parte de otro mundo en el que ellos mismos estuvieren por encima de los demás. Quizás el lenguaje expresa, a veces, mejor que cualquier otro medio, esa dicotomía entre una clase política, elevada al poder por el pueblo, pero aposentada en sus reales, y el pueblo mismo, del que ellos creen ser antónimos cuando así se expresan..

‘Ciudadano’ viene del latín civis, mientras que civilis se refiere al conjunto de los ciudadanos, a la sociedad o a la vida política. Por tanto, no cabe hablar de ‘sociedad civil’, entendiendo por ella a otro conjunto de ciudadanos distintos de los que se pronuncian como tales.

Aunque la sociedad siempre se ha dividido en clases, no cabe hablar en los tiempos actuales de ‘sociedad civil’ si quien habla forma parte de la misma. La Constitución Española de 1978, cuya treinta aniversario acabamos de celebrar, expresa claramente en su artículo 1 que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado”, y en su artículo 14 proclama que “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.

Es decir, no debemos, aunque sí podamos, hablar con arrogancia de los demás, como si nosotros no formáramos parte de la sociedad misma; como si del poder del pueblo, del que emana la soberanía nacional, nacieren distintas clases sociales, afortunadamente abolidas desde la Revolución Francesa o por nuestra propia Constitución.

Aun hoy, en numerosos medios informativos, los ministriles servidores de la opinión pública continúan hablando o escribiendo que a determinado acto asistieron “autoridades políticas, militares y religiosas”, como si la única autoridad no fuere la civil, la que emana del pueblo, y el resto fueren simplemente estamentos sociales. La autoridad en una empresa se ejerce solamente en la misma, bien por delegación o elección de los accionistas; pero no cabe decir que sea una autoridad civil, como no lo son los militares, sino escala de mando (desde el capitán general hasta el cabo) ni los eclesiásticos, sino jerarquías (desde el Papa hasta el cura párroco). Cabría preguntarse, pues, si quienes apelan a la ‘sociedad civil’ están llamando a una rebelión a estos tres estamentos sociales, tan presentes en el antiguo régimen, en los que se sustentó para su propia supervivencia.

Ya en la Atenas de Pericles, la sociedad se dividía en tres clases: los ciudadanos (120.000), los esclavos (300.000) y los extranjeros, o inmigrantes (80.000), sin contabilizar a las mujeres y a los niños, que quedaban excluidos de ellas.

En el Imperio Romano, había patricios, que eran los propietarios, o aristócratas, que podían acceder a las magistraturas (cónsul, cuestor, pretor…); los plebeyos, el resto de los ciudadanos, que no podían acceder a ninguna magistratura, excepto a tribuno o edil de la plebe, dos magistraturas que fueron arrancadas a los patricios tras las guerras entre éstos y los plebeyos. Finalmente, estaban los esclavos, que eran un simple instrumento de trabajo. A partir de entonces se establece el Senatus populusque Romanus (el Senado y el pueblo romano), que establece el equilibrio de poder en la República (de res publica, la cosa pública), que a todos compete y obliga.

La Edad Media divide la sociedad en tres clases estamentales: los oratores (monjes o clero), los bellatores (militares) y los laboratores (campesinos), porque los esclavos no eran considerados ni personas.

En la Edad Moderna conviven la nobleza, el clero, y la burguesía surgida al amparo de la Revolución Francesa de 1789, y los súbditos de la monarquía, la plebe, que deja de serlo para convertirse en ciudadanos gracias a la “Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” del mismo año y la posterior Constitución.

En la Edad Contemporánea, a la que dio paso la Revolución Francesa, la aristocracia no constituye ya un estamento privilegiado, porque la Constitución otorga a todos los mismos derechos y deberes.

Quizá quien mejor expresara el concepto de soberanía del pueblo como fundamento constitucional fue Abraham Lincoln quien, en su célebre arenga de Gettysburg, de 1863, dijo aquello del “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

Quién habla, pues, de la sociedad civil como si no formare parte de ella misma, o como si el poder que ésta le otorgare le hubiere elevado al Olimpo que ningún dios le signare para siempre… Quizá tendrían que volver a Hispania las legiones romanas, con su portaestandarte al frente y la leyenda Senatus populusque Romanus; es decir, todo para el pueblo, pero con el pueblo, para que algunos comprendieran que no son casta ni poder aparte sin él. Lo mismo que, afortunadamente, proclamó nuestra Constitución hace treinta años.