Un discurso de fin de año de un Presidente da la Comunidad no puede ser, como pretenden algunos, ni un discurso de investidura, ni un discurso sobre el estado de la región, ni el debate de las opciones presupuestarias. Para está la Asamblea, donde se hacen durante todo el año.
Tampoco se puede pretender, como desean otros, que, en una breve salutación de fin de año, se haga referencia a todos los problemas y necesidades actuales o que sea un catálogo de medidas correctoras de la crisis o la recesión sobrevenida, ni siquiera que les otorgue la razón política a su libre pensamiento, cuando los electores no les concedieron la confianza para ello. Sería tanto como pretender que el gobierno legítimo asuma los presupuestos de la minoría o las recetas de quienes la ofrecen sin ser médicos para ello.
Al Presidente de la Junta de Extremadura podrán criticársele las formas no concordantes con la opinión ajena, pero no el estilo, que le basta y sobra. Las felicitaciones de Navidad o de Año Nuevo no son más que un compendio compartido de la actualidad y un deseo común que todo el mundo se ofrece: por encima de todo, “seguir viviendo, conviviendo en libertad y en paz”, como concluía su intervención.
Y en ese corpus de mensaje de fin de año, no deben faltar puntuales referencias a la actualidad del año que acaba: los veinticinco años como Comunidad Autónoma, los 30 de la Constitución, aniversarios, por lo demás, inequívocos del avance que ambos han supuesto para España y la región. Negarlos sería negar la evidencia misma.
Pero era obligada una referencia al momento actual, en el que el lamento, la resignación o la melancolía, como afirmara el Presidente ayer, de poco sirven, porque “nos haría estar peor”. ¿Qué hacer, entonces, ante la situación actual? El propio Vara, ni nadie, tiene otra varita mágica que apelar a la recuperación de un valor esencial, el de trabajo, porque no hay fórmulas mágicas para salir de la crisis más que ésa, cumpliendo cada uno su tarea y trocando en oportunidad lo que podría constituir un gran bache en nuestro devenir.
El Presidente reconoce las dificultades del momento en el que le tocado gobernar; pero, frente al lamento de muchos, hace suya la bandera del compromiso que le concedieron los extremeños. Y en ese compromiso, involucra a todos: a sí mismo, porque para eso se le eligió Presidente; a su Gobierno, que para eso lo eligió él mismo; pero también con el esfuerzo compartido y el trabajo de todos. ¡Qué menos puede pedirse! Un gobierno solo no resuelve una crisis, pero debe y puede marcar los caminos. Y en eso están él mismo y su gobierno.
Su compromiso lo manifiesta todos los días con su entrega personal, con reuniones mil, pactos, convenios…, pensando en quién: en quienes un gobierno de izquierdas que se precie debe estar: “estar muy cerca de quienes lo están pasando peor”.
Qué otra cosa puede uno desearse ante el Año Nuevo sino la vida, la libertad y la paz; y el compromiso de todos frente a los lamentos de algunos. Lo demás son ganas de “arrimar el ascua a su sardina”, desechando la cosecha propia para caer en la melancolía de tiempos peores, que nuestra madurez de españoles no puede permitirse. El compromiso pasa primero por quien lo solicita, pero se extiende a todos por obligación.
Tampoco se puede pretender, como desean otros, que, en una breve salutación de fin de año, se haga referencia a todos los problemas y necesidades actuales o que sea un catálogo de medidas correctoras de la crisis o la recesión sobrevenida, ni siquiera que les otorgue la razón política a su libre pensamiento, cuando los electores no les concedieron la confianza para ello. Sería tanto como pretender que el gobierno legítimo asuma los presupuestos de la minoría o las recetas de quienes la ofrecen sin ser médicos para ello.
Al Presidente de la Junta de Extremadura podrán criticársele las formas no concordantes con la opinión ajena, pero no el estilo, que le basta y sobra. Las felicitaciones de Navidad o de Año Nuevo no son más que un compendio compartido de la actualidad y un deseo común que todo el mundo se ofrece: por encima de todo, “seguir viviendo, conviviendo en libertad y en paz”, como concluía su intervención.
Y en ese corpus de mensaje de fin de año, no deben faltar puntuales referencias a la actualidad del año que acaba: los veinticinco años como Comunidad Autónoma, los 30 de la Constitución, aniversarios, por lo demás, inequívocos del avance que ambos han supuesto para España y la región. Negarlos sería negar la evidencia misma.
Pero era obligada una referencia al momento actual, en el que el lamento, la resignación o la melancolía, como afirmara el Presidente ayer, de poco sirven, porque “nos haría estar peor”. ¿Qué hacer, entonces, ante la situación actual? El propio Vara, ni nadie, tiene otra varita mágica que apelar a la recuperación de un valor esencial, el de trabajo, porque no hay fórmulas mágicas para salir de la crisis más que ésa, cumpliendo cada uno su tarea y trocando en oportunidad lo que podría constituir un gran bache en nuestro devenir.
El Presidente reconoce las dificultades del momento en el que le tocado gobernar; pero, frente al lamento de muchos, hace suya la bandera del compromiso que le concedieron los extremeños. Y en ese compromiso, involucra a todos: a sí mismo, porque para eso se le eligió Presidente; a su Gobierno, que para eso lo eligió él mismo; pero también con el esfuerzo compartido y el trabajo de todos. ¡Qué menos puede pedirse! Un gobierno solo no resuelve una crisis, pero debe y puede marcar los caminos. Y en eso están él mismo y su gobierno.
Su compromiso lo manifiesta todos los días con su entrega personal, con reuniones mil, pactos, convenios…, pensando en quién: en quienes un gobierno de izquierdas que se precie debe estar: “estar muy cerca de quienes lo están pasando peor”.
Qué otra cosa puede uno desearse ante el Año Nuevo sino la vida, la libertad y la paz; y el compromiso de todos frente a los lamentos de algunos. Lo demás son ganas de “arrimar el ascua a su sardina”, desechando la cosecha propia para caer en la melancolía de tiempos peores, que nuestra madurez de españoles no puede permitirse. El compromiso pasa primero por quien lo solicita, pero se extiende a todos por obligación.
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