lunes, 8 de noviembre de 2010

LA SOLEDAD DE UNA MUCHACHA SOLA

Había pasado casi veinte años de su vida en la ciudad estudiando; y ahora regresaba al pueblo. Se había formado para estar en otro mundo y ese mundo la rechazaba. Veinticuatro años de vida y vuelta a la soledad. Apenas la advertencia de su ser en la casa límpida, en la verbena de fiesta, en el amor de los suyos. Mujer pobre, no pobre mujer; persona en la soledad de sus sentimientos; rica en saberes y pobre en el vivir en el hogar de sus ascendientes. Vive sin vivir para sí; piensa sin pensar en ella; ama sin ser amada; se entrega sin nada a cambio. Ha sufrido esta muchacha sola los ajustes todos impensables en un ser. No tiene rentas, pero su trabajo renta, aunque no tribute. Ha vuelto al pasado inesperado cuando estaba a las puertas del futuro.

Nada pide ni solicita y apenas recibe. Cenicienta de su medio, no conocen sus manos otra mano que los objetos sencillos, cálidos, perennes, de su casa, siempre relucientes, fúlgidos, brillantes. No brillan su rostro ni brazos ni piernas, vírgenes de cremas o ceras. No hubiere tiempo para llorar su soledad en la soledad de su tiempo. Vive, ama y espera. ¿No merece esta joven mujer, esta muchacha sola de pueblo, el recuerdo de un político, el aliento solidario, el amor no solicitado, la justicia social no invocada?

Sufrida y valiente muchacha sola: no te sientas sola; busca otro futuro desde tu presente de soledad; ábrete al mundo que es tuyo; pero no te dejes engañar por el mundo que no es tuyo.

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